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02-08-2015

"Dios, cuídame de mis amigos, que de mis enemigos me cuidaré solo"

La frase de Nicolás Maquiavelo describe a la perfección al clan Puccio, famoso por secuestrar y matar a gente de su círculo de amistades. Una familia y la historia de alguien que supo representar al país en el exterior, pero que terminó en una celda en medio de La Pampa.

LA PLATA (Corresponsalía).- Durante más de treinta años esta historia estuvo guardada como un recuerdo, de esos que se acumulan en viejos arcones y que de tanto en tanto alguien encuentra. Por más de tres décadas nadie se atrevió a poner el detalle en los relatos que las crónicas de la época contaron en tinta negra en la sección de policiales.

En todo ese tiempo, la verdad sobre el clan Puccio quedó escondida en el sótano como un diario viejo, donde se cuenta la historia de los grandes criminales de nuestro país. Pero fue rescatada, como la última de sus víctimas, aunque esta vez de la mano del director Pablo Trapero, quien el 13 de agosto dará a conocer su visión, interpretada por Guillermo Francella.

La frase con que se titula esta nota, es atribuida comúnmente al florentino del siglo XV, Nicolás Maquiavelo, y no fue muy tenida en cuenta por las víctimas de Arquímedes Puccio, un rústico delincuente al que no le temblaba el pulso para secuestrar, maltratar y liquidar a la gente de su entorno.

Si algo tuvieron en común los secuestros seguidos de asesinato perpetrados por Puccio y sus secuaces, es la falta de planificación, la poca delicadeza con la que se hacían de su víctima y la seguridad de que no la querían devolver con vida. El hecho de que todos fueran conocidos del líder de la banda, implicaba el riesgo cierto, y una vez liberados podrían denunciarlo ante la policía, algo a lo que no estaba dispuesto y que garantizaba una firma de sentencia de muerte para los secuestrados, desde el momento mismo en el que lo dejaban subir a su vehículo.

El líder del clan había sido acusado de secuestrar a un empresario de Bonafide en 1973, pero fue sobreseído por falta de pruebas. Una década después nadie parecía recordar ese antecedente, ni siquiera la Justicia y mucho menos sus vecinos.

El 22 de julio de 1982, Ricardo Manoukian, un empresario de 23 años hijo del dueño de la cadena de supermercados Tanti, desapareció sin dejar rastros. El pedido de rescate no tardó mucho en llegar y los raptores exigieron U$S 150.000, que la familia pagó con la esperanza de recuperar al joven con vida. Sin embargo, la víctima era un conocido de Alejandro Puccio, hijo mayor del cabecilla, jugador del Club Atlético San Isidro (CASI) y de Los Pumas, por lo que a pesar de satisfacer las demandas de los delincuentes, Manoukian fue encontrado asesinado el 30 de julio de tres disparos en la cabeza.

Casi un año después, el 5 de mayo de 1983, fue el turno de Eduardo Aulet, un joven ingeniero y también jugador del CASI, que fue secuestrado cuando iba en el auto a la fábrica de su padre. Al igual que con Manoukian, su familia pagó el rescate de U$S 150.000, pero su sentencia de muerte había sido firmada en el mismo momento de su captura y Aulet fue asesinado. Tardaron 4 años en hallar su cadáver.

Luego de cobrar el rescate, Arquímedes Puccio acondicionó un sótano en su casa para poder meter ahí a sus víctimas, que hasta ese momento eran encerradas en un baño del primer piso de la casona en la que vivía con su familia, en Martín y Omar al 544. Esto motivó de su parte una conducta que levantó sospechas entre algunos vecinos, ya que para comprobar que no salieran ruidos hacia la calle, se lo veía a cualquier hora barriendo la vereda, lo que le valió el apodo en el barrio de "el loco de la escoba".

Con la obra concluida, en junio de 1984 volvió a utilizar su método de hacer frenar los autos de sus ‘amigos’ en la calle, para poder abordarlos y llevarlos a su casa. Esta vez fue el empresario Emilio Naum quien detuvo su vehículo cuando Arquímedes le hizo señas. Pero Naum no fue tan dócil como las víctimas anteriores y opuso una férrea resistencia en el interior de su auto, lo que le costó la vida allí mismo. Aquí se produjo el primer fracaso debido a la falta de planificación, jamás esperaron la resistencia de un hombre libre y ese sería el principio de su fin.

Para julio de 1985, la familia Puccio ya estaba entre los sospechosos a los que la policía observaba por los secuestros, pero eso no evitó que secuestraran a la empresaria Nélida Bollini de Prado. La mujer, madre de Oscar y Alberto Prado, dos empresarios que se dedicaban a la venta de vehículos importados de alta gama, fue la única en ser encerrada en el sótano. De allí la rescató la Policía Federal cuando irrumpió en la casa un mes después de su desaparición y mientras los Puccio eran detenidos en las inmediaciones del estadio Tomás Adolfo Ducó (cancha de Huracán, en Parque Patricios) cuando trataban de hacerse con lo que la familia había pagado como rescate.

Cuando el caso se hizo público, los vecinos encontraron la explicación de porqué "el loco de la escoba" barría la vereda en horas en que el grueso de la gente duerme. Sus ataques de limpieza a las 3 de la mañana, no eran para otra cosa más que asegurarse de que no se oyeran los pedidos de auxilio de los cautivos en el sótano, cuya única salida de aire daba sobre la calle.

El hijo mayor de Arquímedes, no pudo ver como una semana después de su detención, el CASI salió campeón. De hecho, tres meses más tarde, el día que debía declarar en el Palacio de Justicia, se lanzó desde el quinto piso del edificio y cayó sobre un puesto del vestíbulo de la planta baja, su intento suicida no tuvo éxito y sobrevivió.

En diciembre de ese año fue condenado a reclusión perpetua más la accesoria por tiempo indeterminado y liberado en abril de 1997, por la ley del 2x1. Pero su libertad sería corta, ya que fue detenido nuevamente a fines de los 90, debido a que la Justicia consideró que se había cometido un error. Murió en 2008.

Su padre, el líder del clan, obtuvo la misma condena y permaneció en prisión durante 23 años, hasta que la Justicia determinó que por el régimen del 2x1 debían computársele 53 años y ocho meses de prisión y le otorgó el beneficio de la libertad condicional. Se fue a vivir a la casa de un pastor evangelista, en General Pico, en La Pampa y murió en mayo de 2013. Tenía 84 años.

Aunque el pastor que cuidó a Arquímedes asegura que asumió su responsabilidad ante él, ninguno de los dos condenados del clan jamás confesó públicamente su responsabilidad en los secuestros. De hecho siempre negaron haber cometido secuestro alguno.

A pesar de que ni Arquímedes y Alejandro reconocieron jamás ser los autores de las muertes, otro de los hijos del loco de la escoba, Daniel ‘Maguila’ Puccio, eludió durante más de 15 años a la Justicia y no cumplió la condena de 13 que le había sido impuesta como partícipe necesario en los secuestros.

En noviembre de 2013 se presentó en los tribunales de Lavalle 1171 y exigió la constancia de la extinción de su pena a 13 años de prisión, castigo que ciertamente nunca cumplió. La ley lo avalaba, ya que la condena había prescrito pues transcurrió más tiempo sin que lo encontraran que el máximo previsto para el delito que le imputaron (secuestro, 15 años).

Otros tres hombres también fueron parte de la banda, todos amigos de Arquímedes en su época de militancia: el militar retirado Rodolfo Franco, Guillermo Fernández Laborde y Roberto Oscar Díaz.

Los Puccio hicieron del secuestro extorsivo su medio de vida y para ello lo único que garantizaron fue la muerte de sus víctimas. Una familia que encerró y mató a sus amigos, pero que paradójicamente pudo recibir a la parca en libertad, aunque rodeados de pobreza y soledad.