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26-10-2015

Yiya Murano: Mentiras que matan

La historia de una mentirosa compulsiva que no dudó en matar para mantener su estilo de vida. Una mujer que no titubeó a la hora de envenenar no sólo el cuerpo de sus amigos, sino el alma de quienes la querían, al punto de no dejar más que desprecio a su

por Hernán Gabriel Marty

LA PLATA (Corresponsal).- El mentiroso busca atención y para obtenerla es capaz de dejar entrever la verdad en su falacia discursiva, porque mentir con éxito no le otorga la notoriedad que desea y está dispuesto a arriesgarse con tal de ser advertido.

Ese fue el caso de María de las Mercedes Rolla Aponte, quien en menos de 45 días envenenó a tres amigas con las que se reunía asiduamente a tomar té con masas finas y a las que en conjunto, les debía unos 300.000 dólares.

Yiya, como la conocían sus allegados y la gente del barrio en el que residía, fue apresada por la policía en su casa el 27 de abril de 1979. Debido a su incontinencia verbal, quedó en evidencia frente al portero del edificio de la víctima donde cometió su último (¿?) crimen.

"La envenenadora de Monserrat", como la bautizaron los medios de la época, llegó al edificio en donde momentos antes había muerto, envuelta en lágrimas, su prima Carmen Zulema del Giorgio de Venturini, tras caer por las escaleras luego de sufrir un paro cardiorrespiratorio no traumático (según constaba en el certificado de defunción). Yiya le pidió al portero las llaves del departamento para "buscar una libretita y avisar a los parientes" y apenas un rato después, se retiró de la casa con algunos papeles en las manos, un frasquito y un lamento en voz alta, que sería el comienzo de su final: "Dios mío, es la tercera amiga que se me muere en poco tiempo".

La víctima, una coqueta viuda platense, era dueña del departamento en el que las cuatro amigas se reunían a jugar al póker y a tomar el té. Su desgracia comenzó una tarde de enero, una de esas ocasiones en las que se juntaban, en la que Yiya la convenció para que le prestara unos 20 millones de pesos que, según un pagaré firmado por Murano, serían devueltos el 27 marzo con los intereses correspondientes. Eran tiempos en donde la especulación financiera era una movida común en la Argentina y su victimaria se jactaba de estar bien contactada en ese sentido.

La exclamación de la asesina al salir del edificio llamó la atención del portero y las sospechas se terminaron de confirmar cuando una de las hijas de Carmen advirtió que el departamento de su madre estaba revuelto y no estaba el famoso pagaré por algo más de 200.000 dólares americanos, teniendo en cuenta que en marzo de 1979 la divisa del norte cotizaba a 98 pesos ley 18188.

Con la denuncia hecha, los investigadores a cargo del caso notaron las tazas de té y las masas como elemento común en otras dos escenas, por lo que enseguida quedó en evidencia la relación entre Yiya Murano y sus tres amigas.

De esta forma, pudo saberse que la primera de sus víctimas fue Nilda Gamba, vecina del departamento y concuñada de la asesina; a la que siguió Leila Formisano de Ayala, una marplatense que se hospedaba en casa de Nilda cuando viajaba a Capital Federal.

Nilda Gamba vivía en el departamento contiguo al suyo, su relación no solo era la de dos parientes políticos, era de amistad. El 10 de febrero fue a cenar a lo de Yiya, y ya nadie la volvió a ver con vida. En la tarde del domingo 11, la policía entró al departamento pues el portero había notado que no había recogido el diario, su cuerpo sin vida estaba tirado en el piso del living, boca abajo, con la mano izquierda apretándose el vientre, pero eso no llamó la atención de nadie. Su certificado de defunción marcaba que el deceso era producto de un paro cardíaco. Debido a ello, Gamba fue enterrada en el cementerio de la Chacarita sin que se le realizara autopsia alguna. La primera acreedora ya no era un problema.

Víctima casi marplatense

Leila Formisaro de Ayala tenía 52 años y pasaba buena parte del año en Mar del Plata, donde tenía un departamento, pero viajaba mucho a Capital Federal donde estudiaba uno de sus hijos.

El lunes 19 de febrero de 1979, el portero del edificio la vio salir junto a Yiya y ya nadie la volvería a encontrar hasta el 22 de ese mes. Ese lunes, Murano se encargó de que tanto el encargado del consorcio como su mujer la vieran repetidas veces expresando su preocupación por no encontrar a su amiga. Tres días después y ya con la intervención de la policía, Formisaro fue encontrada en el sofá de su casa con la TV encendida, llevaba 72 horas muerta. En la heladera del departamento había masitas dulces, pero eso no llamó la atención de nadie y como el certificado de defunción marcaba una muerte por paro cardíaco no traumático, fue enterrada sin autopsia previa en el cementerio de la Chacarita, no muy lejos de su compañera en las tardes de té. La segunda acreedora ya no podría cobrarle.

Luego de que la autopsia de Carmen Zulema del Giorgio de Venturini arrojara la presencia de cianuro en su cuerpo, algo que se sospechó por las lágrimas previas a su muerte y el aroma de almendras amargas que emanaba en su último aliento, la exhumación de los dos cadáveres fue el trámite siguiente y el cianuro apareció en las víctimas tras las autopsias. El rompecabezas empezaba a dejar ver que encajaban todas las piezas y sólo faltaba Yiya Murano para completarlo.

Tras su detención, María de las Mercedes Aponte de Murano fue rebautizada por la prensa como "la envenenadora de Montserrat", y su caso fue caratulado como "homicidio en grado de reiteración". Aunque negó tener que ver con las muertes de sus amigas, admitió que les debía dinero y se reconoció como una usurera, no como una deudora.

El fiscal que atendió su caso, Mario de la Vega Pizarro, pidió prisión perpetua con accesoria de reclusión por tiempo indeterminado, al considerarla penalmente culpable de homicidio por envenenamiento en perjuicio de Nilda Adelina Gamba, Leila Formisano de Ayala y Carmen Zulema del Giorgio de Venturini. Pero apenas 3 años después de ser condenada, el juez Angel Mercado le dictó la absolución. Ese golpe de suerte le otorgó la libertad hasta mayo de 1985, cuando la Sala Tercera de la Cámara del Crimen la condenó por segunda vez a prisión perpetua por los delitos de "homicidio calificado por envenenamiento" y "estafas reiteradas en tres oportunidades".

Beneficiada por el famoso 2x1 y tras cumplir dos tercios de su condena de 25 años, el lunes 20 de noviembre de 1995, minutos después de la cinco de la tarde, fue puesta en libertad después de estar encerrada durante 13 años.

Su fama la alejó de el único atisbo de familia que le quedaba, su hijo Martín, quien en 1994 escribió el libro "Mi madre, Yiya Murano", en donde asegura que ella le confesó los crímenes y muestra sus sospechas de que el cianuro estuviera en los saquitos de té y no en las masas dulces, como se creía.

La notoriedad la llevó al programa de Mirtha Legrand y a ser columnista en otros shows televisivos. También hizo que se pudiera casar otras tres veces, aunque todas terminaron en fracaso.

En su último matrimonio, fue la hija de su esposo Julio Banín quien convenció a este último de que la echaran de la casa tras ver cómo su salud desmejoraba lentamente, la posibilidad de que los estuviera envenenando y la repentina desaparición de 30.000 dólares que Banín (que estaba ciego) había ahorrado durante toda su vida pusieron a Yiya de patitas en la calle.

Al día de hoy es poco lo que se sabe de María de las Mercedes Rolla Aponte, sólo que está recluida en un geriátrico, y tras una vida dedicada a satisfacerse a sí misma y a decepcionar a su entorno, hoy ya no tiene familia o amigos que la visiten, o alguien dispuesto a sentarse a tomar un té con masas con ella.