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02-04-2009

Gracias por la primicia, señor Presidente

por Marcelo Pasetti

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En aquel inolvidable 1983 no pude votar por apenas días, pero como todos los jóvenes, estaba convencido de que era testigo de horas históricas. Volvía la democracia a la Argentina. Todo era fiesta y emoción. Las tapas de los diarios mostraban a ese enérgico Raúl Alfonsín quien se convertía en la esperanza tras el horror y el miedo. Sin embargo, jamás iba a imaginar que unos meses más tarde estaría sentado en el avión presidencial, viajando a la India y Grecia, formando parte, como periodista, de la delegación que acompañaba al Presidente de la Nación. Y menos aún, que el mismo hombre que emocionaba cerrando sus discursos con el preámbulo de la Constitución, ahora jugaba al truco, ahí, a metros de mi asiento, con Ricardo Campero, entonces secretario de Comercio como compañero, contra dos reconocidos colegas capitalinos.

Estaban los periodistas de los principales medios argentinos y sólo dos del interior. Uno de Misiones y quien esto escribe.

Martín Granovsly, hoy director de la agencia de noticias Telam, también formaba parte de ese vuelo y ayer, en un artículo con su firma, comentaba que "la mesa del Boeing 707 era todo el lujo disponible en el avión presidencial, un tubo fino y alargado con una modesta clase ejecutiva para ministros y secretarios y unas ochenta plazas para fotógrafos, comisarios de abordo, periodistas, funcionarios de rango menor y comitiva de apoyo, todos mezclados en una ensalada que muchas veces, por los vuelos largos, terminaba en una estudiantina. Algunas noches de truco, canto y chistes el avión parecía un micro. Sólo le faltaban el color naranja y la palabra “Escolares”.

Allí arriba conocí a Raúl Alfonsín. Casi todos los periodistas lo trataban con familiaridad porque habían cubierto toda la campaña, de modo que lo mejor era mirar, escuchar y mantener el perfil bajo ante esos "nenes" del periodismo. Todos los días enviaba mis crónicas, usando el télex -fue hace 24 años, no en la prehistoria, conviene aclararlo- y vivía días de esos que no se olvidan nunca más. En Nueva Delhi, por minutos nada más nos perdimos de conocer a la Madre Teresa, quien había asistido a un encuentro en el mismo hotel donde se hospedaba la delegación argentina. Llegábamos de visitar el Taj Mahal cuando nos enteramos que minutos antes se había retirado del hotel aquella maravillosa mujer. Los taxistas y los empleados del lujoso establecimiento sólo repetían la frase "¿Argentino? Maradona" y sonreían... Así pasaban los días, con sorpresas a cada paso en ese país único donde los elefantes se cruzaban por la ruta y los monos parecían adueñarse de los templos.

Confesión en el Partenón

La gira continuó y los argentinos volvimos a emocionarnos en el Partenón, en Atenas, en una mañana muy fría. El presidente Alfonsín estaba de muy buen humor, con un sobretodo grueso y bromeaba con todos mientras recorríamos esa maravilla. En un momento, jamás lo podré olvidar, se acercó y me preguntó cómo lo estaba pasando. Alcancé a decir un par de frases, y sentí que me apretaba el brazo. "El lunes nos recibe Felipe González en España. Va a ser muy importante", confesó. Lo miré sorprendido y le pregunté si lo podía dar a conocer. "Claro m'hijo, para eso se lo cuento", me disparó. A metros apenas se encontraba José Ignacio López, vocero presidencial a quien aún hoy se extraña. Le conté lo que me había pasado y sonrió. "Mañana lo va a decir en conferencia de prensa. Pero te dio la primicia...", confió "Nacho" López , mientras yo seguía sin entender lo que sucedía. En aquellos días, Felipe González, presidente del Gobierno español, era una figura importantísima. Un estadista internacional. Recibía a pocos mandatarios y de la reunión Alfonsín-Felipe nadie sabía nada. De hecho, se convertiría en el acontecimiento político de esos días.

Llegué al hotel e inmediatamente redacté la crónica con la primicia. Al rato llamé al diario para confirmar que hubiese llegado -había once horas de diferencia- y en pleno cierre, el secretario a cargo fue cortante: "Sí, llegó, pero eso no lo vi en ningún lado".

-Claro que no porque es una primicia, comenté.

-¿Y quién te lo dijo?

-No importa, pero es verdad. Publíquelo sin problemas, alcancé a decirle.

-Más vale que no metas la pata, pendejo, fue su amable despedida.

Al otro día, en el desayuno, se acercaron dos colegas a mi mesa. ¿De dónde sacaste lo de Felipe González?, preguntó sin un buen día el más veterano. Lo habían llamado desde su redacción en Buenos Aires, donde se chequeaban todos los diarios, y esa primicia no la tenía. Al rato, en conferencia de prensa, el presidente Alfonsín hacía el anuncio.

En el avión presidencial, ya de viaje de regreso a la Argentina, una semana más tarde, esperé el momento adecuado, y me acerqué hasta el sector donde se encontraba sentado Alfonsín. Simplemente le dije: "Señor Presidente, muchas gracias por la primicia del otro día". Me miró, sonrió, leyó en voz alta "Mar del Plata", en la credencial que yo llevaba colgada y palmeándome lanzó un: "Me debe un alfajor"...

Después, a lo largo de su gestión, fueron muchas las veces que pude entrevistarlo, en sus numerosas visitas a Mar del Plata. Hasta tuve el privilegio de verlo nadar como un turista más en una playa cercana a Chapadmalal, mientras el gordo Billalba seguía sacando fotos con el agua hasta las rodillas.

Ayer, cuando vi a José Ignacio López por televisión, emocionado, trabajando como en sus tiempos de vocero, recordé la anécdota vivida con aquel hombre honesto al que miles de argentinos, en estas horas, le rinden su sentida despedida. El hombre que figurará en los libros de historia como el presidente del retorno a la democracia en la Argentina. El que me regaló aquella primicia...