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19-01-2009

Chismes, romances y anécdotas de próceres atraen lectores a la historia

"A la historia no se la puede enseñar con métodos de hace 50 años", asegura el escritor y periodista Daniel Balmaceda que logró cautivar al público con dos libros que relatan historias privadas de personajes históricos argentinos.

por Albertina Marquestau

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Tal vez porque antes de dedicarse al estudio de la historia ejerció el periodismo a Daniel Balmaceda no lo acomplejó en lo más mínimo contradecir a los académicos que durante años dejaron de lado -y en algunos casos despreciaron- el relato de ciertos hechos del pasado por su presunta "irrelevancia". ¿A quién le podría importar que a Belgrano le decían cotorrita porque siempre se vestía de verde o que un día a Liniers le robaron la peluca en la calle? Mientras los historiadores le decían que esas cosas no merecían estar en los libros "porque no les interesaban a nadie", Balmaceda creyó todo lo contrario. Por eso en 2007 escribió y publicó "Romances turbulentos de la historia argentina" y después llegó "Historias insólitas de la historia argentina". Ambos fueron un éxito.

"Belgrano era un metrosexual, estaba siempre impecable y hasta usaba perfume, cosa que en esa época no se conocía. Las mujeres morían por él", le cuenta Balmaceda a LA CAPITAL en un diálogo previo a la charla que inauguró el miércoles la editorial Norma en Villa Victoria y que continúa este miércoles con la presencia de Walter Dresel.

El escritor, que actualmente se desempeña como editor de la revista Newsweek en Argentina y es columnista de Historia argentina en diversos medios radiales del país, brindó detalles del origen de estas dos obras que cada vez suman más adeptos.

- Tanto Romances turbulentos de la historia argentina como a Historias insólitas de la historia argentina se los podría catalogar como dos libros de chismes, ¿cómo surge esta idea de contar cosas de la vida privada de los personajes de la historia?

- Casi se podría decir que son chismes porque por lo general son anécdotas o historias que tienen más que ver con la vida privada de los próceres y de algunos argentinos famosos. Y en realidad no es un chisme ofensivo o denigrante, al contrario, me parece que lo que lográs con este tipo de relatos es encontrarle a la historia un campo que le ayuda a complementar lo que vendría a ser la historia oficial de los documentos.

- ¿Cómo se inicia el camino para animarse a relatar las cuestiones privadas de los personajes de la historia?

- Tuve varias señales de que la historia era mucho más amable o cómoda para los interlocutores tratada de esta manera. En charlas con miembros de la Academia de Historia en la que se soltaban mucho más de lo que suelen hacerlo en los libros y también en algunas actividades.

Y hace muchos años, cuando presidía la Fundación Cristóbal Colón y la gente tenía la posibilidad de escribirle a Colón a una casilla de correo preguntándole lo que se le ocurriera, tuve otro indicio. Colón te mandaba a tu casa en un botella un pergamino escrito en español un poco antiguo, la respuesta. Lo que descubrí a partir de ahí es que la mayoría de la gente no le preguntaba a Colón qué día llegó, cómo era la relación con los Reyes Católicos, etc,, sino cosas mucho más personales. Querían saber a qué jugaba cuando era chico, sus sensaciones en el viaje, con quiénes viajó, cuántos eran, si tenía hermanos, si se casó, etc. Este Cristóbal Colón contestó en su momento unas 3500 preguntas.

Esto me hizo ver que la gente quería ver más el costado humano y personal de los personajes.

- No debe haber sido nada fácil recuperar estas historias...

- En general cuando vos querés buscar lo que no es la historia oficial e ir a los aspectos más humanos, tenés que recurrir a otro tipo de fuentes. En vez de ir a los documentos de archivos, te conviene ver las cartas personales, las memorias, inclusive en los juzgados los expedientes judiciales, que tienen muchísimo más condimento humano.

Por ejemplo, en una carta personal la mujer de Moreno, Guadalupe Cuenca, le hablaba a Moreno como lo hace una mujer cualquiera a su marido. Allí descubrí que ella lo llamaba Moreno, por ejemplo, no Mariano.

O que por ejemplo a Pelegrini le decían el Gringo y él le decía la Gringa a su mujer. Belgrano era "Cotorrita" para sus soldados porque era el hombre que estaba vestido de verde, caminaba con pasitos cortos y apurado, y tenía voz de pito. Y se lo decían con mucho cariño, porque realmente parecía una cotorrita.

Todas esas cosas no están en los documentos oficiales, desde ya, sino que surgen a partir de un montón de fuentes mucho más blandas.

Sin problemas

- ¿Le trajo algún problema alguna de las historias? Aunque ninguno de los protagonistas está vivo para reprocharle...

- Es verdad que las personalidades con las que yo trato no tienen casi derecho a réplica, pero sí están los descendientes. Y la verdad es que en las charlas con ellos siempre he tenido muy buena aceptación, inclusive de cosas ya escritas que han venido a revelarme detalles.

Tendría problemas si me dedicara a juzgar a los próceres, que es un papel que el revisionismo sí debería abandonar. El revisionismo histórico no está para juzgar a Belgrano, San Martín o Rivadavia, sí está para mostrar cómo eran ellos en su contexto. Por ejemplo, cómo era Roca en su contexto. Nuestros abuelos y bisabuelos estaban fascinados con un tipo como Julio Argentino Roca que hoy es uno de los próceres más cuestionados de la historia argentina. Sin embargo, andá a hablarle mal de Roca a alguno de nuestros abuelos. Entonces siempre la historia necesita, cuando la analizás, que la estudies con los valores de aquel tiempo. O sea, en aquel tiempo una mujer periodista era bastante difícil de encontrar, inclusive hubo casos de hombres que planteaban el tema y se preguntan cómo tenían que compartir una redacción con una mujer. Hoy nos parece una pavada esto, pero sin embargo en el contexto de aquel tiempo nos parece que tuvieron que surgir Victoria Ocampo, Florencia Madero, Alfonsina Storni para demostrar que realmente necesitan ocupar un lugar mucho mayor del que siempre se les había dado.

- En los dos libros utiliza una forma de escribir coloquial que permite que la lectura sea fácil. ¿Esta hecho con la idea de que resulte atrapante y cercano tanto a grandes como a chicos?

- Sí, claro, de que justamente se entienda de qué estamos hablando. Frente a una corriente que surgió del chisme acerca de la sexualidad de Manuel Belgrano, en realidad lo que hay que entender es que era un metrosexual. Claro, si yo utilizaba esa palabra hace 120 años era algo anacrónico. Pero ahora lo uso para que entendamos que era un hombre que tenía mucho éxito con las mujeres por su estilo, por cuidarse las manos, por usar perfume que era algo que no se utilizaba en el Río de La Plata. El se trajo unos perfumes cuando hizo un viaje con Rivadavia en una misión a Londres. A las chicas les encantaba un chico como Belgrano, pero no existía la palabra metrosexual, sin embargo era como un David Beckham.

- ¿Considera que con sus libros acerca la historia a la gente?

- Romances turbulentos o Historias Insólitas lo que tienen es que son caminos nuevos al conocimiento de la historia. Vos a la historia podés ingresar por diversos lugares, inclusive por los programas de televisión como ha hecho Felipe Pigna o las columnas de radio que hacía Pacho O´Donnell y que me han tocado a mí con Fernando Bravo; por los libros de texto, por los docentes y también por otros caminos que también pueden resultar más cómodos. Es casi una carnada que vos lees estos libros, te entusiasmás con la historia y seguro después vas a poder avanzar en otros caminos. Siempre y cuando sean libros respetuosos y que no busquen denigrar a los próceres.

En otros ámbitos

- ¿Sería una buena idea utilizar estos tipos de libros en las escuelas, para acercarles a los chicos la historia?

- Me toca hablar en colegios y sentir la satisfacción de que en entregas de premios se dieron libros míos. Creo que lo ideal es que el docente utilice todas las herramientas que tiene a mano para que los chicos en una época en la que los mensajes de textos y la televisión tienen tanta cabida, entiendan que la historia no la podés explicar con los métodos de hace 50 años. Necesitás un mayor dinamismo, y eso por ahí se logra descubriendo que San Martín no es de bronce, sino que es mucho más parecido a nosotros con nuestras virtudes y defectos.

- Y en los ámbitos académicos ¿qué pasa con estos relatos, son bien recibidos o no?

- En general nada de lo que escribo es desconocido en los ámbitos académicos. Inclusive he tenido la oportunidad de compartir reuniones periódicas con miembros de la Academia de Historia en las que cuando ellos hablan de Liniers, por ejemplo, recordaban el día que un vecino de Buenos Aires lo vio saliendo de la casa de la amante, le pegó un cachetazo y le robó la peluca. Yo me enteré de eso tomando el té con historiadores de la Academia!! Yo les decía por qué no publicaban esas cosas en los libros y ellos decían que no lo hacían porque a la gente no le interesaban. En ese entonces ellos eran mucho mayores que yo y me preguntaba: ¿cómo no le van a interesar a la gente? Recordemos que en aquella época los peluqueros asistían a todas las fiestas y eran los encargados de peinarles las pelucas a los hombres y no a las mujeres, ¡ustedes nos robaron los peluqueros! (risas).

- ¿Quedan historias para contar quizás en un próximo libro?

- Siempre quedan. Es que la historia es muy dinámica y al avanzar te encontrás con historias en todos lados. Es mi caso y también es el caso de todos los que estamos en los temas de historia que siempre estamos investigando. A veces nos entusiasmamos de más en una investigación y por eso no nos tomamos el tiempo para escribir porque estamos más a gusto metidos en una biblioteca. Pero siempre van a seguir surgiendo hijos literarios para los investigadores que nos entusiasma difundir.

- Como dice en la introducción de su libro, es muy difícil poner el punto final...

- Siempre querés seguir, agregar más y hay un día que tenés que decir basta, acá se terminó. Y seguro que al otro día te vas a arrepentir, pero bueno, los libros hay que terminarlos, no se pueden escribir toda la vida.

- Pongamos punto final

- Pongamos punto final, dale.