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La Ciudad 8 de marzo de 2020

“Es mérito del movimiento feminista que este cambio de paradigma esté sucediendo”

El 8M que se conmemora hoy en todo el país motivó un análisis de fondo sobre la masividad que cobra el feminismo en la Argentina 2020. Andrea Torricella e Inés Pérez, dos investigadoras sociales de Mar del Plata, reflexionan sobre la coyuntura nacional: presencia en la calles, Ministerio de las Mujeres, sistema nacional de cuidados y violencia, entre otros temas.

Andrea Torricella e Inés Pérez son investigadoras del Conicet y de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Trabajan en el Grupo de Estudios sobre Familia, Género y Subjetividades, desde el cual llevan adelante diversas investigaciones vinculadas a temáticas de género.

Torricella es docente de la carrera de Sociología y forma parte de la Comisión que ejecuta el Protocolo para casos de Actuación en Violencia de Género en la Universidad local. Pérez es doctora en Ciencias Sociales y Humanas. Sus investigaciones se centran en la historia del trabajo doméstico remunerado y no remunerado en la Argentina de mediados del siglo XX.

Convocadas por LA CAPITAL, analizaron este momento que viven las mujeres en Argentina, la reciente creación de un ministerio de las Mujeres por parte del nuevo gobierno y la participación masiva en las calles, a partir de esta nueva efervescencia feminista. Es una presencia que volverá a verse hoy, 8 de marzo, y mañana, cuando se realicen las marchas en todo el país.

“En la actualidad esta ebullición está alcanzando a grandes grupos poblacionales y modificando cimientos de nuestra sociedad, haciéndolos temblar, mejor dicho”, señaló Torricella.

– ¿Cómo describe este momento en particular del movimiento de mujeres y disidencias?

– Torricella: Prefiero hablar del movimiento feminista para referirme a eso que se puede entender como “movimiento de mujeres y disidencias”. Es más preciso, alude a un conjunto de sujetos y demandas políticas en sentido amplio. Porque el feminismo es un movimiento social que tiene más de 200 años de historia, nace con la misma Revolución Francesa y pretende hacer extensiva a toda la sociedad las reivindicaciones de igualdad que esta última llevaba como bandera. En todo este período, se han multiplicado y diversificado los feminismos, en cada contexto histórico cultural, a raíz de sus demandas y de los sujetos que se identifican como feministas. En nuestro país ha habido varios momentos de ebullición feminista (lo que suele llamarse como olas del feminismo), pero en la actualidad esta ebullición está alcanzando a grandes grupos poblacionales y modificando cimientos de nuestra sociedad, haciéndolos temblar mejor dicho. Por un lado, la masividad y la visibilidad mediática y callejera que ha cobrado en los últimos años. Por otro, la transformación amplia de los umbrales de sensibilidad frente al sexismo, las desigualdades de género y la violencia. Generalmente a las feministas nos ha costado mucho lidiar con el resto del mundo que no reconoce aquello a lo que queremos ponerle fin. Hoy tenemos una sociedad que reconoce la violencia y las desigualdades de género como problema fatal; que discute y se posiciona sobre el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra identidad; que se pregunta y revisa a partir de conceptos como patriarcado, sexismo, machismo, desnaturalizándolos. Y es mérito del movimiento feminista que este cambio de paradigma esté sucediendo.

Sin embargo, tenemos que estar atentas a los riesgos de un movimiento que actúa con excesiva certeza: tenemos que estar alertas al punitivismo de nuestras políticas y a la mirada liberal que individualiza responsabilidades; debemos vigilar con ojo crítico las respuestas moralizantes en torno a la sexualidad y nuestros vínculos; debemos seguir incomodando cada uno de los gestos que naturalizan nuestras identidades y formas de organización social.

– ¿Al crearse un Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad estamos frente a un cambio de paradigma en relación al rol del Estado en la lucha por la igualdad de la mujer en todos los ámbitos?

– Torricella: La primera innovación es esa misma: que las demandas del feminismo se convierten en política de Estado. Sin dudas es un gran cambio que esto suceda. Nuestro país tiene experiencia en institucionalizar reclamos y propuestas provenientes de los movimientos sociales, por ejemplo con el movimiento por los derechos humanos. No es un proceso libre de controversias: las tensiones entre autonomistas e institucionalistas se vieron en el último pañuelazo previo al anuncio de un proyecto presentado por el ejecutivo: ¿Dónde está el proyecto? ¿en las calles o en el Ejecutivo? Sin embargo, quisiera señalar el sesgo de dos miradas. Una es la mirada entusiasta que ve como novedad todo lo que se está anunciando. La creación de este Ministerio tiene como escenario de gestión una batería de leyes inmensas que tienen sus años y que promueven la igualdad de género: la ESI, La ley de Prevención de Violencia hacia las Mujeres y otras. La otra mirada es la mágica, que podría llevarnos a pensar que porque existe un Ministerio se terminará con el patriarcado, el sexismo, la violencia y las jerarquías genéricas y eróticas. Son cambios muy lentos, que requieren un compromiso generalizado desde nuestras vidas personales hasta los espacios más institucionalizados. Un horizonte de cambio podría ser cuando todas las personas pudiésemos vivir una vida feminista. Pero tampoco eso alcanza. Nuestro sistema sexo/género se articula en la actualidad con otros ejes de dominación y desigualdad, como el capitalismo, el racismo y el especismo, los cuales requieren de mucha organización colectiva y disputas de poder para ser desmantelados.

– ¿Cuál considera que debiera ser la prioridad del flamante ministerio, la primera política pública diseñada desde esta cartera?

– Torricella: Considero que es muy pertinente la primera estrategia que entiendo está llevando a cabo este nuevo ministerio: transversalizar la perspectiva de género a todas las áreas del Estado. Para ello tenemos una herramienta fundamental que es la Ley Micaela, la cual exige que todas las personas operadoras del Estado estén capacitadas en cuestiones de género. Pero no solo capacitar en cuestiones de género a los aperadores estatales, pienso también que es fundamental que feministas ocupen esos espacios. También me parece urgente poder elaborar políticas para terminar con la violencia de género y poder establecer contenidos mínimos prescriptivos en la Educación Sexual Integral. Sin embargo, no hay que ser ingenuas, en un contexto de crisis económica como el actual, la ausencia de presupuesto para llevar a delante las políticas que se diseñan es un obstáculo inmenso y es el principal desafío.

– En varias entrevistas, la ministra de las Mujeres, Elizabeth Gómez Alcorta, habló de la necesidad de implementar un sistema nacional de cuidados, para quitarle a la mujer el peso de cuidar a hijas, hijos, adultos mayores y cuidados hogareños, ¿de qué manera cree que se lo podrá implementar, teniendo en cuenta que es un tema del ámbito privado?

– Pérez: Es y no es un tema del ámbito privado. El Estado regula de distintas maneras el cuidado, por ejemplo a través de la definición de las licencias marcadamente desiguales para las mujeres y los varones que tienen hijes. La ausencia de una provisión pública de cuidados deriva de una construcción históricamente situada de los cuidados como una necesidad que debe resolverse a nivel familiar y de la naturalización de que son una responsabilidad eminentemente femenina. Y también de una ficción que supone que hay algunos sujetos que precisan cuidados (niñes, adultes mayores) y otros que no, cuando lo cierto es que todas las personas necesitamos cuidados, en mayor o menor medida a lo largo de nuestra vida. La implementación de un sistema nacional de cuidados deberá tener en cuenta la diversidad de formas que asume el cuidado en distintos sectores sociales, espacios geográficos, para familias de distinto tipo, para personas con diferente orientación sexual e identidad de género, etc. También es clave considerar la diversidad de demandas de cuidados. Actualmente, por ejemplo, las mujeres de la economía popular están demandando un reconocimiento monetario por las tareas de cuidado que realizan. En otros casos, la demanda pasa por la apertura de jardines maternales en los espacios de trabajo remunerado. En cualquier caso, una cuestión central es la de las condiciones laborales de quienes cuidan. El debate sobre el sistema público de cuidados tendrá que ir de la mano del de los derechos de quienes llevan adelante esa tarea.

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– De acuerdo a la investigación Género y trabajo en el medio familiar, emociones, economía y desigualdades ¿surgieron datos concretos de cómo impactan en las mujeres las desigualdades económicas?

– Pérez: La investigación que llevamos adelante junto con Débora Garazi y Guadalupe Blanco Rodríguez buscó analizar las desigualdades que se estructuran en torno de la división del trabajo en el medio familiar, en casos donde el trabajo doméstico y los cuidados no remunerados se superponen espacial y temporalmente con el trabajo destinado al mercado. Hicimos foco en tres casos: el trabajo doméstico remunerado, las quintas hortícolas del periurbano de General Pueyrredon, y los hoteles familiares.

Lo que pudimos ver es que muchas veces el trabajo para el mercado (por ejemplo, en las quintas hortícolas o en los hoteles familiares) se toma como responsabilidad familiar, pero su retribución es apropiada de manera desigual por quienes lo realizan. Eso se vincula a las jerarquías que se establecen entre las tareas que se desarrollan, jerarquías que están generizadas. Lo que vimos es que la invibilización del aporte que suponen ciertas tareas, en general feminizadas, para la producción de aquello a partir de lo que se obtiene un ingreso, y el hecho de que algunas de ellas no se conceptualicen como “trabajo”, impacta fuertemente en la apropiación de ese ingreso, o en la posibilidad de decidir en qué se lo utiliza. También observamos que esas jerarquías conllevan una desigual distribución del trabajo, a partir de la que las mujeres y las niñas suelen tener una carga de trabajo mayor. En el caso del trabajo doméstico remunerado, la investigación nos permitió ver cómo la identificación de las trabajadoras como “parte de la familia” las ubica dentro de jerarquías del mundo doméstico, articuladas no sólo en torno del género, sino también de la edad, y la clase, y que dan lugar a procesos de racialización de la desigualdad. Tanto en un caso como en otro, la superposición de lo laboral y lo familiar da lugar a negociaciones y expectativas en las que los afectos tienen un lugar clave.

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Producción periodística: Claudia Roldós, Julia Van Gool y Paola Galano.



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