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Policiales 25 de agosto de 2025

La misteriosa muerte de un marplatense en España que hoy Netflix sugiere como un crimen

Juan Antonio Álvarez Litben, nacido en Mar del Plata,murió a los 40 años en su casa de Gran Canaria en 1996. La Justicia cerró en aquellos años el caso como suicidio, pero en 2012, cuando su viuda fue condenada por un asesinato, su caso se reabrió. La historia llegó a Netflix a través del documental de dos capítulos, Angi: Crimen y Mentira.

Por Fernando del Rio

El 23 de noviembre de 1996 el cuerpo del empresario nocturno Juan Antonio Álvarez Litben apareció en el piso de su habitación de la casa de Maspalomas, en el sur de la isla Gran Canaria. Una mano se apoyaba aún en la cama sosteniendo una disketera. Quien lo encontró fue su esposa Angi Molina, recién regresada junto a la hija de ambos de un viaje a Barcelona. Ella misma llamó a la policía y al cabo de una investigación basada en estudios forenses, se estableció que el dueño del pub The Garage había ingerido ion fosfato. O por error o para suicidarse. La causa se archivó con llamativa premura y tras una instrucción que, entonces, no se advirtió defectuosa.

Alvarez Litben vivía en Gran Canaria, pero había nacido en Mar del Plata en el año 1956. Acababa de cumplir 40 años y aquel sueño de progreso que había tenido antes de emigrar parecía haberse cumplido. “Juan era caballero, responsable, no fumaba, no bebía, siempre nos escribía, mandaba fotos”, recuerdan sus hermanas Silvia y Rita en un pasaje del documental Angi: Crimen y Mentira, lanzado en las últimas semanas por Netflix.

A María de los Ángeles Molina la conoció “accidentalmente”. Cierta madrugada que regresaba en taxi de The Garage a su domicilio, Álvarez Litben se topó con un choque. Angi era la víctima y nadie la asistía, por lo que el marplatense decidió acompañarla al hospital. Las visitas se hicieron frecuentes y él se enamoró. Se trataba de una joven atractiva y cautivante, con una presunta buena familia de fondo, un padre notario y sin conflictos a la vista.

Luego de un breve tiempo, sorprendiendo a toda la familia en Mar del Plata, Juan y Angi se casaron y en 1992 tuvieron a su única hija. A diferencia de Juan, que era una persona muy querida en la isla, ella parecía no generar simpatías, tenía una manera muy distante de tratar a la gente e incluso, en algun caso, la definían como altanera, arrogante y fría. “Una de las características que lo pueden describir bien era su sonrisa y la capacidad de hacer amistad”, apunta Rita.

Angi y Juan, poco antes de casarse.

Angi y Juan, poco antes de casarse.

El matrimonio funcionó con Juan tirando del carro y tolerando algunas muestras de irrespetuosidad de Angi para ciertas personas del entorno. Además, las cosas parecían no estar del todo bien y en el año 1996, los recurrentes viajes de Angi a Barcelona, comenzaron a generar algunas sospechas. Tan fue así, que Juan, por sugerencia de una amiga catalana de su esposa, decidió contratar un detective. El resultado fue lapidario: Angi tenía un romance. “Las pruebas las tengo en la caja fuerte”, confesó Álvarez Litben.

El “suicidio”

La Policía Nacional instruyó las primeras actuaciones aquel 23 de noviembre de 1996 y se encontró con el cuerpo de un hombre en su habitación. En la cama, sobre la frazada, había un vómito y nada hacía sospechar en un asesinato. Claro que la información accesoria a la escena del crimen la dio la propia Angi, quien refirió que tuvo que entrar por la ventana, que la puerta estaba cerrada del lado de adentro y que faltaba una billetera y un reloj Rolex.

No les generó intriga o curiosidad a los investigadores el inmediato cambio de vida de Angi, la urgente necesidad de llevarse 330 mil dólares de la parte de The Garage que le correspondía ni su actitud poco emocional el día del hallazgo del cadáver. Pese a todo, la causa se archivó por entender la Justicia española que no había intervención de terceros y que Juan Álvarez Litben se había suicidado o, en todo caso, había ingerido alguna sustancia por error.

En Mar del Plata su familia nunca creyó en la versión aquella. Silvia, una reconocida antropóloga recibida en la Universidad Nacional de Mar del Plata percibió que algo andaba mal: “Nadie veía nada sospechoso, pero yo me daba cuenta de que algo no cuadraba. El cambio radical que ella tuvo tras la muerte de mi hermano, que se fue a hacer una nueva vida en Barcelona”, señala.

El amor que Juan sentía por su hija, registrado en decenas de videos y en la misma vida cotidiana, el bienestar económico, la ausencia de enfermedades o desbalances anímicos despejaban cualquier posibilidad de una conducta suicida. Pero nadie reparó en eso.

Tampoco los policías que trabajaron en la casa de Maspalomas prestaron atención a que la caja fuerte estuviera abierta y que allí se preservaran algunas fotografías íntimas de Angi, probablemente las tomadas por el detective en su investigación conyugal.

Los estudios forenses apuntalaron la decisión de cerrar la causa como suicidio y apenas unos meses después de la muerte, ya no había ningún proceso judicial al respecto.

El otro crimen

Angi había reconstruido su vida en Barcelona, la ciudad de la que era oriunda y en donde residía antes de mudarse a Canarias en los 90.

El 21 de febrero del 2008, una mujer que efectuaba tareas de limpieza en un departamento de la calle Camprodón, en el barrio de Gracia, se encontró con el cuerpo de una mujer. Los policías que acudieron al lugar dieron con el cadáver, el que presentaba una bolsa en la cabeza. También había en el lugar unas botas y una peluca negra.

Las pruebas forenses detectaron semen de dos hombres y la ausencia total de lesiones. Era la típica escena de un juego sexual que había salido mal.

En los días siguientes se confirmó que la mujer fallecida era Ana María Páez Capitán y diversas averiguaciones a su entorno establecieron que el 19 de febrero, en su último contacto, había dicho que se iba a encontrar con una excompañera de una fábrica textil llamada Angi. La policía no tardó en ubicarla: se trataba de María de los Ángeles Molina, la mujer que 12 años antes había enviudado de Álvarez Litben. “Me llamó para que nos encontremos, pero solo me dijo que le siguiera el rollo”, dijo en su declaración, dando a entender que Páez, que tenía pareja, la estaba utilizando como coartada para alguna aventura que iba a tener en ese departamento de calle Camprodón. Departamento que había alquilado por un día.

Angi, en la mañana de la desaparición de Ana Páez extrajo dinero de un cajero con una peluca colocada.

Angi, en la mañana de la desaparición de Ana Páez extrajo dinero de un cajero con una peluca colocada.

La investigación encontró el contrato de alquiler a nombre, efectivamente, de Ana Páez, pero la dirección que daba como referencia era de un edificio donde ella no vivía. Los policías consultaron al encargado y éste dijo que no vivía allí nadie llamado Ana Páez pero, pese a ello, se recibía correspondencia a su nombre. Así fue como al revisar el correo se obtuvieron datos bancarios y telefónicos de “Ana Páez”.

El día de la desaparición de la mujer, en la entidad bancaria que había mandado alguna vez correspondencia, alguien extrajo dinero de un cajero. Cuando se revisaron las cámaras, se pudo ver con claridad que, disimulada con una peluca, la que operó el cajero automático era Angi.

Desde ese momento hasta que se la imputó del asesinato de Ana Páez todo sucedió muy rápido. Se supo que había sustituido la identidad para generar pólizas de seguro, que había contratado a dos trabajadores sexuales para que le dieran semen, el mismo que luego colocaría en el cuerpo de la víctima, y que, tal vez, le había hecho ingerir alguna sustancia para desvanecerla y luego colocarle la bolsa en la cabeza. Pero la prueba contundente fue la peluca: allí encontraron un cabello de Angi. Su ADN estaba en la escena del crimen.

En 2012 María de los Ángeles “Angi” Molina fue sentenciada a 22 años de prisión por el asesinato de Ana Páez y cuando las noticias llegaron a Canarias, el shock fue impactante. “Ahí yo empiezo a entender y digo: si esta persona es capaz de hacer esto, todas estas dudas que yo tengo se aclaran”, recuerda en el documental Silvia Álvarez Litben.

La familia contactó al criminólogo Félix Ríos y se le encomendó la tarea de revisar el caso. Lo que se halló fue sorprendente: la instrucción policial había sido burda, ni siquiera había una foto del cadáver de la escena del crimen. “Dieron por hecho que la muerte era suicida o accidental”, dice Ríos.

angie

A poco de la sentencia de Angi, su hija, llamó a su tía Silvia y le pidió que la acompañara a sacar las cosas del departamento en Barcelona. Y una vez más, la sorpresa se apoderó de esta historia, ya que entre las cosas que guardaba Angi o, mejor dicho ocultaba, estaba aquella billetera y reloj Rolex que en 1996 había denunciado como faltantes, documentación que acreditaba que había matriculado a su hija antes de la muerte, que había contratado un ferry para trasladar un auto a Barcelona. Es decir, que tenía planeada una nueva vida lejos de Canarias de antemano.

Aunque todos estos elementos fueron presentados a la Justicia por el criminólogo Félix Ríos para que se reabriera el caso, la decisión fue decepcionante. “Es procedente ordenar el sobreseimiento por no quedar acreditada la perpetración del delito”, falló el juez de la causa.

En dos instancias diferentes, la Justicia española decidió que no había pruebas contra Angi y que la muerte oficial de Juan Antonio Álvarez Litben era el suicidio.

En 2025 Angi quedó en libertad anticipada, pero trascendió que volvió a ser detenida por planificar un crimen desde la cárcel. Desde entonces no se sabe nada de ella.