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La Ciudad 11 de septiembre de 2025

Llegan paisanos a la “Fonda del Huevo”

Fonda del Huevo, Hotel del Globo y Chalet de José Luro. Album Fotográfico “Recuerdos de Mar del Plata” de Hugo Galbiati y Antonio Valentini, en poder del CEDODAL. Aporte de Ignacio Iriarte al proyecto Fotos de Familia de LA CAPITAL.

Buen verano este de 1873. Pocas lluvias y días hasta con 35 grados de calor. El Atlántico llega manso a la costa del Puerto de Laguna de los Padres y, poco a poco, se avecinan más pobladores.

Después de la conquista del desierto los enfrentamientos internos se acentuaron entre “unitarios” y “federales” por gravitación del insoslayable cambio al cual obligaba las consecuencias de Caseros.

La Argentina quiere y necesita reorganizarse. Pero no es fácil. El espíritu y la condición rebelde de los habitantes de territorio tan amplio y desparejo no ayuda para ese propósito.

Los sectores son incontrolables y cada uno tiene sus razones. Es mucho país para habitar y la pampa, todavía, guarda y contiene los alaridos de los recientes malones hacia los poblados bonaerenses. Y los ecos se oyen en las Sierras del Tandil. Los puelches harán alguna acometida más, pero para el lado de Azul. Para poblar tanta tierra, barcos cargados de inmigrantes (abundan italianos y españoles, aunque aparece algún francés) llegan al puerto de Buenos Aires. Aquí está la cabeza deglutidora del país, semejante bocaza receptora de tributos que tiene el gobierno. Pero también hombres nacidos en esta tierra y que heredan la cultura generacional de sus antepasados quieren hacer un lugar a sus ambiciones y esfuerzos.

El hijo del soldado

Emprendedores como son, muchos de esos hombres se acercan al paralelo 38. Uno de ellos tiene 59 años edad cuando escribe muy extensa carta al gobernador de Buenos Aires, don Mariano Acosta: “La población que aquí se forme está llamada a ser una de las más felices de la provincia, tanto por su clima como por la feracidad de su suelo”. Y aunque siempre es muy difícil profetizar sobre el destino de los hombres, esta vez hay un acierto parcial. El firmante de esa carta se llama Patricio Peralta Ramos, nacido el 17 de mayo de 1814 cerca de la catedral porteña, y es hijo de Hipólita Ramos y Juan de Porcel de Peralta. Este, con el grado de oficial, luchó contra las invasiones inglesas en el Regimiento Patricios y de ahí el nombre de su hijo. Heredó gallardia física y temple para enfrentar las dificultades. Tiene singular dinamismo creador y si bien lo atraen los bienes materiales, arma “collages” ingeniosos, rima versos muy sencillos y es capaz de tornear maderas.

Y muy activo. Después de haber hecho interesante fortuna como tendero en tiempo de Rosas (le vendía al Restaurador cortes de telas para los uniformes de la soldadesca), adquirió una estancia en Rojas. De esa inclinación por los lances inmobiliarios llega la compra de las tres estancias al consorcio portugués, representado por el enigmático Meyrelles, un sobrio comodoro con agallas de aventurero.

Un cónsul espía

El portugués Meyrelles había sido cónsul de Brasil en Buenos Aires durante algún tiempo del régimen rosista. Pero Rosas lo hizo expulsar del país: “Es un falso diplomático que lo único que anda buscando es hacer de avanzada para las pretensiones territoriales de Brasil. Un espía astuto”. Así se lo considera.

Había retornado allá por 1859 representando a una banca internacional poderosa. Y fue desde esa posición que instaló el saladero en la desembocadura del arroyo Las Chacras. Allí, en las cercanías de la avenida Luro y Corrientes.

Al comprar las estancias, en poder de Patricio queda el saladero, pero ya escasean los embarques de tasajo para alimentar a los negros esclavos de las fazendas de Brasil. Inglaterra, además, está monopolizando la carga de cueros salados.

“Estos rubios los llevan con poca plata”, el paisanaje teme un destino dependiente y murmura. Patricio demuestra ser un empresario polifacético, tan intuitivo como precavido y, además del saladero, quiere otras cosas. La gente que vive en las barracas y se aglutina en torno a la fuente de trabajo que resulta el saladero forma población. La tierra es suya (de don Patricio) y tiene buena relación con el gobernador Mariano Acosta.

Surge la carta de noviembre de 1873 que recibe respuesta el 10 de febrero de 1874: se aprueba la fundación del pueblo, ya poblado. Ni cruz al modo de la fundación colonial ni afilada espada cortando pastos. Una carta que cobró algún estado público meses después y eso sí, un gran acierto del ex tendero. De ahí en más, el pequeño poblado se llama Mar del Plata. Basta de Puerto de Laguna de los Padres como andan diciendo los gauchos andariegos, mientras en este verano llegan paisanos sudorosos a la “Fonda del Huevo”. No saben, ni les importa, que sobre esos mismos cimientos algún día estará el Royal Hotel. Tampoco que lo desplazará, en el mismo espacio, el Hotel de los Metalúrgicos. Vienen a ver a la hija del fondero, tan linda ella. Y aunque el cementerio al fondo de la capilla Santa Cecilia queda cerquita, la vida es hoy. La muerte, después, será terriblemente larga.


El destacado escritor y periodista marplatense Enrique David Borthiry escribió en la década del noventa la sección “Historia Viva de Mar del Plata”, en la que contaba con su particular visión hechos poco conocidos que se sucedieron a lo largo de los años. Más de tres décadas después, LA CAPITAL las rescata del archivo. Para leer y disfrutar.