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Opinión 29 de septiembre de 2025

“Atrapados por el rol” (la identidad del personaje y sus vicisitudes)

Por Alberto Farías Gramegna (*)

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Rol: Función, papel de un actor (de la palabra francesa “rôle” y de la inglesa “role”) / El comportamiento que se espera de cada uno según su estatus social y/o laboral / Función que alguien o algo cumple con arreglo a un logro esperado por expectativa social o responsabilidad asignada.

Si algo define a la especie humana es -además del habla, del símbolo y de la conciencia de ser-para-sí- en la finitud temporal, es -en mi perspectiva teórica-, la de ser sujetos sujetados a un rol y por defecto a una expectativa social de rol. Es decir, somos en una parte sustancial -y enfatizo definitoria- lo que hacemos, y lo que hacemos se valora en el juicio social por su congruencia funcional o desajuste disfuncional con arreglo al patrón del rol desempeñado. En mi reciente libro “Ser en el hacer” (R&S Ediciones, Mula, España,2024) he desarrollado detenidamente la relación entre identidad personal y rol laboral en el marco del modelo de intervención y gestión de las organizaciones. Nuestra tarea define en gran medida nuestro ser-en-el-mundo y lo expresamos en el habla cotidiana: decimos “soy profesor, comerciante, médico, operario, etc.” para referirnos que trabajamos profesionalmente dando clase, vendiendo, curando o creando objetos”. La tarea deviene del rol y perfila nuestra percepción de identidad. Rol, puesto (lugar en el organigrama de una organización dada) y tarea (secuencia de actos concatenados que persiguen un fin productivo) son los tres pilares del “ser laboral” (personaje del rol). Enseguida volveré sobre este concepto nuclear.

En tanto el rol se inscribe en un orden instituido y en un contexto normativo, ninguna conducta escapa a él. De manera explícita o implícita nuestros comportamientos están orientados y valorados en referencia a la norma (promedio estadístico esperado) que establece el rol. La norma (lo que se hace más a menudo) orienta y define lo normativo (lo que se debe hacer) y la congruencia o no entre una y otro diseña el concepto de “normalidad”, asociado a salud. Por lo contrario, lo “a-normal” (lo que se opone a la norma) o lo “disnormal” (lo que se desvía significativamente de ella) Se asocia a enfermedad o alteración anómala del comportamiento esperado.

El que actúa en un momento dado por fuera de su rol esperado puede ser entonces un loco, un sujeto víctima de una emoción violenta, un provocador, un revolucionario social o un artista exquisito.

La persona y su personaje: dos a quererse

El rol social puede definirse como el conjunto de comportamientos y normas de conducta que una persona, (el actor) aprehende y adquiere con arreglo a su estatus social, es decir el “lugar” valorativo que ocupa en su sociedad. El rol social se muestra en una conducta esperada conforme al nivel socio-cultural. Es por tanto la expresión en acción de un determinado estatus que es reconocido, aceptado y actuado por el sujeto, desde su personaje.

Así la persona que somos no puede escapar de mostrarse ante los demás como el personaje que es. La diferencia esencial con el personaje que encarna un actor en el escenario de un teatro, es que éste no confunde su identidad como persona con el personaje que interpreta en tablas… (salvo casos patológicos en la historia del teatro). En cambio en la vida social, cada uno de nosotros tiende a confundirse en parte con el personaje social en función de las características del estatus que nos envuelve: la manera de vestirnos, los rictus culturales, la jerga profesional, los gustos, la visión del mundo y el estilo de vida en general, son parte del las “exigencias” que el estatus nos define y que nuestro personaje actúa modelando finalmente nuestra identidad personal y alentando el gregarismo de club o identitario: “gente como uno”. En otras palabras, el personaje delimita o restringe la libertad de la persona.

La mayor o menor incidencia del estatus y el perfil del personaje de rol social en nuestra identidad y la satisfacción de las necesidades básicas de cada uno, depende en buena parte también de la estructura y el estilo de la personalidad de cada uno. Ella cumple una función de moderación articuladora entre las necesidades de la persona y las exigencias “institucionales” del personaje.

Atrapados por el rol

Dijimos que el rol social es una constante de gran incidencia en nuestra identidad. Pero no menos lo es el rol laboral: el personaje profesional que perfila nuestra visión de la realidad con arreglo a cómo nos relacionamos con los objetos cotidianos. “Somos los que hacemos”, dijimos antes; la tarea nos modela y modela nuestra manera de pensar a los otros y de pensarnos. También modela nuestra lógica relacional con la que encadenamos los hechos, las causas y las consecuencias, lo teórico y lo práctico, en definitiva, como hacemos lo que hacemos. Nos pasamos más de un tercio de nuestro día vinculados al trabajo. Así vamos construyendo una visión de nosotros mismos a partir de nuestro rol laboral que a su vez nos ubica en un nivel de estatus que acomoda a los valores de la sociedad en que vivimos.

A veces el rol laboral (el personaje) avanza (facilitado por una personalidad conflictiva o desafiante) sobre las necesidades de la persona y su esencia identitaria más profunda, la relacionada con los aspectos emocionales espontáneos. De tal suerte la persona se debilita en su hegemonía y cede ante el rol, quedando atrapada por sus exigencias. Queda entonces la identidad “hipotecada”, sometida y pendiente del rol laboral. Algunas personas mudan hacia una “compulsividad laboral”, extienden su jornada de trabajo hasta casi todas las horas en que están despiertos, son los adictos al trabajo. Pero aquí me interesa señalar, no los casos disfuncionales o patológicos extremos, sino un comportamiento muy frecuente que afecta a la mayoría de los empleados de organizaciones que deben tratar con personas a las que la empresa dirige su oferta de productos o servicios, esto es: los potenciales o efectivos clientes. Cuando el personaje de rol prevalece omnímodo, caricaturesco, distante por sobre la persona del empleado, sofocándolo en su espontaneidad decimos que la relación entre ambas instancias es de características alienantes y la llamamos “automatismo de rol”. Aquí la persona ha hipotecado su identidad global amarándola a una sola constante: el personaje.

La identidad integral del sujeto está “ocluida” por las exigencias mecánicas del rol. La persona es solo una caricatura cuya única función es sostener el discurso del personaje laboral. Se niega en su sentido común. No habla, es hablada por el discurso del personaje, como un muñeco movido por la ventriloquía de la organización. Pierde toda espontaneidad y se hace poco o nada creíble. En el afán de sistematizar y evaluar el rendimiento y la performance exitosa del empleado, la organización termina dañando lo más valioso que tiene, esto es la persona real, desmotivándola ya que el personaje por sí mismo no es más que un zombie sin vida. Por el contrario cuando el rol laboral se enriquece por la vitalidad, la espontaneidad, la frescura y el sentido común de la persona que habla desde su identidad integral, expresando con libertad su personalidad, tal como lo haría fuera del trabajo, la pertinencia del comportamiento de rol, lejos de perderse o distorsionarse se potencia creativamente, ya que hay muchas maneras de hacer bien una labor, con la única condición de que quien la lleve a cabo conozca en detalle las características de su puesto y domine técnicamente su tarea. Esa persona podrá integrar funcionalmente sus necesidades personales, su estilo de personalidad y los requerimientos propios de su personaje. En fin, esos empleados nunca terminarán fatalmente atrapados por el rol.

* Psicólogo organizacional y consultor en RRHH