El hombre pre-ocupado y el hombre ocupado
Es frecuente escuchar decir “estoy preocupado” por tal o cual cosa. Literalmente estar pre-ocupado es anticiparse a la tarea, pensarla, pero aún no querer o no poder realizarla, ocuparse. Estar pre-ocupado es estar pensando sin actuar. Si el problema escapa a nuestras posibilidades de acción, entonces es probable que solo podamos pre-ocuparnos, ya que no tenemos poder para cambiar el curso global de una situación.
Si digo “Estoy preocupado ante la posibilidad de un tornado”, es adecuada la expresión y entonces deberé ocuparme de protegerme y alertar a los demás, ya que -va de suyo- no puedo evitar la emergencia del meteoro. Pero si digo “Estoy preocupado por mi futuro personal”, es dable y deseable que me ocupe activamente de los actos de mi presente para que -coherentemente direccionados hacia las metas que me fije- pueda “construir” ese futuro que me pre-ocupa.
En “El hombre y su circunstancia”, taxonomía del homotipo cotidiano (Ediciones R&S 2022), me he ocupado de describir en detalle, entre otras identidades, la psicología del hombre preocupado y del hombre ocupado, dos estilos actitudinales vinculados tanto a la estructura de personalidad como a la cultura social del entorno.
El hombre pre-ocupado
El “Hombre pre-ocupado”, sin embargo, no toma esta conducta como estilo de vida. Es un hombre determinado por la propia creencia en su impotencia. Es un hombre que no transforma ni se transforma en consecuencia. Contempla trágica y fatalistamente, desde la pasividad, lo que puede pasarle.
Veamos algunas características paradigmáticas del hombre pre-ocupado, tomado como tipo existencial. El pre-ocupado es un hombre inoperante, porque no tiene una estrategia propia que seguir y por lo tanto tampoco tácticas operativas para avanzar en la resolución del problema. Siente que las cosas ocurren allende su actitud y por lo tanto no se plantea un protagonismo necesario para cambiar aquello que lo preocupa.
La preocupación es un acto reflexivo que debiera dar lugar a una planificación para la acción consecuente. En cambio, cuando es un estado del ser designa un tipo discursivo, que puede derivar en la impotencia constructiva.
El hombre pre-ocupado suele creer en el Destino como fuerza teleológica que modela el devenir. “Si tiene que pasar va a pasar”, “Estaba escrito”, “Están los que nacen con estrella y los estrellados”, “Tengo mala suerte”, “De algo hay que morir”, etc. son frases muy comunes a esta forma de ser en el mundo. El hombre pre-ocupado es “ideológico” en su cosmovisión de los procesos del mundo. En otras palabras, antepone un sistema elaborado de ideas (pre-juicios coherentemente articulados en una sucesión de causa-efecto) a las percepciones cotidianas. Si se le propone una iniciativa de cambio, es posible que diga “Esto no va a cambiar nunca porque hay muchos intereses creados” o “Me preocupa tal o cual tema, pero no se puede hacer nada”, etc.
El hombre pre-ocupado es por fuerza escéptico, ya que no confía en el poder de la tarea, en su propia iniciativa para hacer cambios en su microentorno y de esa manera, crear condiciones diferentes a las que pasivamente padece y contribuye a reforzar sin saberlo.
Desconoce el apotegma de la acción eficaz predicado por Albert Bandura, que sostiene: “no es tanto lo que se tiene, sino más bien como se lo use”. Pero el énfasis aquí está puesto en la ocupación y no en la pre-ocupación.
El hombre ocupado
A diferencia de este estilo de ser-en-el-mundo, el tipo que llamaremos “Hombre ocupado”, se confronta diariamente con su voluntad de poderío, -diría Alfred Adler- y pasa rápidamente del “alerta” que provoca su preocupación (no como estado sino como antesala y disparador) al “diagnóstico” del problema, el planteo de su estrategia y la elección de sus tácticas para solucionarlo.
“Soy en tanto hago”, reza su blasón ideativo. No se plantea hazañas imposibles, ni quijotescas tareas fabulosas, porque sabe que los gigantes no existen y que a los molinos se los desarma con escalera y herramientas en mano. El mismo diagnóstico le muestra si el problema es a escala individual, grupal o colectiva social y no sueña con cambiar al mundo solo porque busca ser cada día un poco mejor persona, pero no renuncia a serlo en nombre de la inmoral consigna: “Si todos lo hacen, yo no voy a ser el único tonto…” etc. El hombre ocupado, no cree en el Destino sino en sus proyectos. Sabe que la omnipotencia es el gesto de los adolescentes, los místicos y los ideólogos fundamentalistas.
Sabe también que la impotencia es la zaga de las personas depresivas, las quebradas emocionalmente y las escépticas idealistas que plantean que nada cambiará sino se cambia todo a la vez. Aunque la historia muestra que esos cambios nada cambiaron en esencia y que los cambios sustentables se construyen con las manos y de a poco, a través del ejemplo de generaciones. Es la cultura diferente la que sostiene un cambio verdadero y no la mera idea de querer cambiar por decreto.
Por eso el hombre ocupado ama la tarea eficaz y eficiente, es decir en tiempo y forma, porque sabe que es su acción permanente, basada en un proyecto coherente de vida, la que generará las condiciones para alcanzar las metas. Se concibe potente, para cambiar algo en algún tiempo. Se pìensa a escala humana, como ser inteligente, libre y volitivo. Es pro-activo por convicción, creativo por naturaleza y sensible por inteligencia. Es finalmente progresista y racional por efecto de su cosmovisión. Rechaza la superficialidad, la holgazanería, los determinismos y la identidad corporativa que manipula antes que dignificar el derecho de ser diferente pero similar.
El hombre ocupado y su hermano el hombre pre-ocupado tienen en común que ambos buscan entender el sentido de la vida. Uno decidió construirlo a imagen y semejanza, el otro cree que se halla oculto en algún sitio e intenta encontrarlo en una voluntad que lo trasciende.
(*) Psicólogo organizacional y consultor en RRHH.
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