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Opinión 11 de julio de 2018

Tres postales de Mar del Plata

El conflicto con la recolección de residuos mostró una ciudad abandonada a la inacción de municipio. Por debajo, menos evidentes, hay otras postales igual de caóticas. Igual de tristes.

por Agustín Marangoni

Cada turista que visitó la ciudad el pasado fin de semana largo se llevó una foto de las playas en invierno, una de algún plato de comida y una de las montañas de bolsas de basura que se alzaban en las esquinas del centro y de los barrios. Eran tan sorprendentes como el escaso interés que despierta el mundial de Rusia. Fueron seis días sin servicio de recolección y Mar del Plata quedó sepultada, a la vista de todos.

Lejos de semejante evidencia, hay otras imágenes de la ciudad que muestran el mismo deterioro económico y político. Son imágenes cotidianas, naturalizadas a tal punto que se volvieron invisibles. Tres historias reales del barrio San José:

Coliflor

Habían visto el cartel con la oferta por cuatro kilos de coliflor en la verdulería de la calle San Juan. Pero eran tres y necesitaban a alguien más. El principal problema era que no les alcanzaba la plata, aunque también querían dividir entre cuatro para no volver a comer tantos días seguidos lo mismo. Deliberaban en voz alta, las tres, abrigadas hasta la pera con pañuelos, campera y jogging, en la esquina de la plazoleta de la calle San Lorenzo. Contaban monedas. No sabían a qué vecino podían invitar a la compra. Sospechaban que el señor de al lado de la panadería ya había cobrado la jubilación. Si conseguían lo que les faltaba –decían– esa misma tarde iban ir a la verdulería. Para poder cocinar la cena.

Billetes

A tres cuadras de esa verdulería de la calle San Juan, hace unos ocho meses, abrió un comercio que vende artículos de limpieza. Las góndolas nunca estuvieron del todo completas, pero se percibía el entusiasmo. Los cartelitos con los precios estaban impresos con computadora, la iluminación era cálida y la dueña cuidaba los detalles: la vidriera estaba inmaculada y las compras salían en bolsas de buena calidad. Hoy el local tiene la vidriera tapada de papeles garabateados con ofertas de segundas marcas. Cuando vende algo, la dueña tiene que salir a buscar cambio, con el billete del cliente, porque en la caja sólo tiene uno o dos de cinco pesos y, con suerte, alguno de diez. Ahora tiene seis cactus y una bicicleta usada a la venta en la vereda. Sin el precio. Preguntar adentro, escribió alguien. Hace veinte días dejó de usar el posnet porque no le rinde ni lo puede pagar. Cada día tiene menos variedad de productos. Con la última lluvia se le cayó una letra al cartel que instaló sobre la puerta y nunca la repuso.

Próximamente

Hace más de un año, iniciaron una serie de obras en un local de sobre la calle Avellaneda. Esmaltaron las cortinas de enrollar y pegaron en cada vidrio un cartel que decía Próximamente Cafetería. Limpiaron los pisos, llevaron mesas, sillas y una barra. Y hasta ahí llegaron. La fachada quedó a medio pintar. Los vidrios están tan sucios que se despegaron los carteles; con mucho esfuerzo la gente que espera el colectivo divisa la escalera que quedó armada en el centro del local y unos mingitorios nuevos que todavía están apoyados contra la pared del fondo. Hasta la semana pasada, cuando caía el sol se encendía la luz de led que instalaron en la ochava. Ahora es un lugar cerrado y oscuro más del barrio.

Foto: gentileza de Martín Dantas (Canal 10)