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Opinión 28 de octubre de 2018

Brasil a la derecha

por Raquel Pozzi

La segunda vuelta en Brasil consolidó los sondeos que pronosticaban en favor del candidato del Partido Social Liberal, Jair Bolsonaro.

El revuelo causado por las denuncias del PT y Haddad sobre los “fake news” de Bolosonaro, no lograron controlar las diferencias de dos dígitos que pendularon fuertemente a favor del candidato de la ultra-derecha erigiéndolo como presidente de Brasil.

Factores de poder como empresarios, militares y la Iglesia Universal construyeron una estructura política sólida en torno a J. Bolsonaro en una clara demostración del firme debilitamiento de los factores puramente políticos y dónde otras fuerzas dominaron el juego del poder. Mientras el Estado como tal en la República Federativa de Brasil durante el gobierno del Partido de los Trabajadores con Lula da Silva y Dilma Rousseff, se comportó como una parábola con el Impeachment y la ruptura de la alianza entre el PT y el Movimiento Democrático brasileño (PMDB), la ruptura del contrato social entre los ciudadanos y la clase política gestionó la construcción de otro tipo de liderazgo creando un escenario diferente y convirtiéndose en una especie de interpretación teatral de calidad variable. El notable crecimiento de la derecha en Brasil tomó por sorpresa al mundo porque pocos creían en la puesta en escena del personaje en cuestión transformándose para algunos como messias y para otros el leviatán, pero pronto lo ficticio se convirtió en realidad en las urnas y el reino de lo irreal demostró que la desafección con la política tradicional era verdad.

La conciencia de una parte del pueblo brasileño pronto se fusionó con la prensa libre que bogaba por otorgarle entidad a J. Bolsonaro aunque otros prefirieron subestimarlo con la sobreestimación en la transferencia del poder que Lula Da Silva otorgaría a Haddad.

Los mensajes que colonizaron de alguna forma la boca de urnas a favor y en contra del líder ultra-derechista, demostraron que en Brasil como en otros estados latinoamericanos existe una sobre producción de noticias dónde la demanda se agotó por el cansancio que representa considerar al electorado como entes alienados y alterados que le impiden observar la realidad.

El recelo creciente de los que bregaron por la instalación perpetua del populismo, no han tenido en cuenta que el hartazgo de ciertos sectores sociales fue el haz de espada que revirtió la histérica asociación de décadas entre la política y la corrupción.

El estado político en Brasil hizo todo lo posible para mantener esa vetusta clase política degenerativa y burocrática sin considerar siquiera el proceso de alteración de la sensibilidad de una parte importante de la sociedad brasileña y la ignominia de la clase política, factores que coincidieron en la imposición de ciertas retóricas discursivas alejadas de los principios democráticos generando rupturas con el precario equilibrio entre la nación y el estado. No obstante frente a la apatía de algunos y la hostilidad de otros es menester preguntarnos ¿A qué tipología de derecha representa J. Bolsonaro? ¿Es la representación del primitivismo dictatorial o el progresismo moderno con sesgos autoritarios?

A la derecha de la derecha

En plena campaña durante el proceso hacia el ballotage, los límites de la discreción se corrieron intempestivamente. Diversos fueron los blancos de ataque de J. Bolsonaro, desde la prensa, la promesa de cárcel para el candidato Haddad, la justicia y la desafortunada frase que para destituir al Supremo Tribunal de Justicia hacía falta sólo “un soldado y un cabo”, la insinuación impertinente de la guerra con Venezuela, la limpieza social de los rojos marginales y tantas otras aclamaciones de Bolsonaro parecieron insuficientes para curvar el resultado final. Jair Bolsonaro, conectado con los tentáculos más conservadores del evangelismo representado por el pastor Edir Macedo, aprovechó la ceguera de la izquierda que infravaloró la fuerza de una derecha antipetista.

La visceral politización de los sectores que apoyaron al candidato surge justamente de la hiel reactiva de negación hacia la política convirtiéndose en la anti-política. Generalmente las ultra-derechas dependen de la idiosincrasia de sus seguidores, el ejemplo más emblemático y contemporáneo fue la elección de Trump cuyo lobbie contra la inmigración se convirtió en uno de los factores fundamentales para ganar las elecciones más allá de sentimientos ultra-nacionalistas que son comunes a todas las derechas políticas.

El caso del nuevo presidente de Brasil representa una confluencia de las derechas conocidas: odios, meritocracia, fundamentalismos, intolerancia hacia todo lo que cuestione valores tradicionales (aborto, LGTB, feminismo) y neoliberalismo conectando todas las redes ideológicas para considerar a Bolsonaro a la derecha de la derecha. El anuncio del equipo económico y ministros que acompañaran su gestión abre las puertas de un laberinto custodiado por militares y empresarios tales como el inversor Paulo Roberto Guedes quien prefiere debilitar las fuerzas del Estado y aportar más oxígeno a los inversores privados y la independencia del Banco Central. En este contexto la posición ultra-derecha de Bolsonaro se profundiza.

La praxis trumpeana

Para gran parte de la “clase política” brasileña la frivolidad al estilo trumpeano primó en estas elecciones canalizando algunas características que forman parte de la peculiaridad brasileña como la existencia de odios intestinales hacia grupos tales como el LGTB (lesbiana, gay, transgénero y bisexual). Aunque gran parte de los lectores pataleen, lo cierto es que D. Trump ha transferido indirectamente hacia el sur un nuevo estilo de la anti-política, gestando en el imaginario colectivo una combinación entre messias y memes pero muy funcionales a una sociedad saturada por la corrupción que ha impregnado todas las esferas del Estado. No fue el Lava Jato, no fue la prisión de Lula ni el Impeachment de Dilma Rousseff, es la mirada vidriosa y velada de la tradicional política aupado por cierto sector de la prensa que creyó en lacónicos mensajes de futura transparencia, aboliendo la esperanza e inyectando de invalidez a las ciertas libertades y algunas conquistas. El nuevo adversario de la política tradicional, J Bolosonaro, se transformó en el representante de una gran parte del pueblo brasileño, habrá que sentarse a reflexionar si la subestimación del electorado es el camino ideal para vencer los extremos ideológicos que azotan con fuerza separando la política de la ética y la moral de la nación.

*Analista en Política Internacional/Prof. En Historia.

Twitter: @raquelpozzitang