¿”Cínica envenenadora” o víctima de la violencia machista? El caso que estremeció a Mar del Plata en los ’70
Cuando a Blanca Escrimini le descubrieron un raticida en su cartera, el misterio sobre la extraña enfermedad que aquejaba a su marido Víctor Flacché desde hacía tres años se disipó en un santiamén: la acusaron directamente de haberlo envenenado hasta dejarlo ciego, mudo y paralítico, entre 1968 y 1971. En su defensa, se dijo que el hombre la golpeaba y la maltrataba verbalmente. El murió en 1975 y ella fue condenada a 16 años de prisión. Una historia conmocionante.
Blanca Escrimini fue detenida en enero de 1972, luego de que se descubriera que había envenenado a su marido durante tres años. Fotos: Archivo | LA CAPITAL de Mar del Plata.
por Bruno Verdenelli
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Era un contexto muy diferente al actual. En enero de 1972, cuando el caso salió a la luz, casi nadie creyó que Blanca Escrimini fuera, como argumentaba, una víctima de la violencia machista. Tras su detención, la llamaron “la cínica”. También “la endemoniada”. Y no era para menos: los primeros datos de la investigación indicaban que había envenenado a su esposo suministrándole distintas dosis de un raticida durante más de tres años, hasta dejarlo ciego, mudo y paralítico. Una lenta agonía hacia la muerte inexorable, que le llegaría en 1975. Y por eso la mayoría la condenó antes que la propia Justicia.
De las noticias que publicó LA CAPITAL en aquel entonces se desprende que la mujer fue descubierta por un hermano de Víctor Anóber Flacché, cuyo estado de salud decaía sin explicación médica alguna. Al hombre lo habían llevado a la casa de sus padres, luego de que ningún profesional del país pudiera diagnosticar qué era lo que realmente tenía. Se había hecho análisis en Mar del Plata y en Buenos Aires, donde incluso permaneció internado por bastante tiempo.
Sólo en los momentos en lo que Flacché era alojado en hospitales o clínicas se producían mejoras. Pero más tarde, de vuelta en su casa, la extraña enfermedad que lo aquejaba regresaba a su cuerpo. Después de uno de esos traslados, que se registraron entre mediados de 1968 y fines de 1971, al cuñado de Escrimini comenzó a rondarle en su cabeza una terrible sospecha. Héctor Quirino -así se llamaba- no tenía pruebas, pero tampoco dudas: la mujer estaba vinculada al mal que padecía su hermano, quien toda la vida había gozado de la plenitud de sus facultades. A tal punto que desde 1950 ostentaba un récord nacional de ciclismo: ese año había llegado a pedalear durante 72 horas seguidas.
Así fue como en aquellos días, y a causa de su deterioro estrepitoso, Flacché fue trasladado a su casa paterna. Sus familiares querían que su esposa, una cordobesa a la que había conocido cuando ella tenía 15 años y vivía con su abuela, y los dos hijos pequeños de la pareja se mudaran a la vivienda para ayudar en los cuidados y la asistencia del enfermo. O por lo menos de esa manera lo fundamentaban, porque en el fondo el hermano lo había planeado todo con el objetivo de estudiar los comportamientos de su cuñada. Hasta que finalmente la descubrió.
Un buen día, en pleno verano, Escrimini se descuidó y el hombre le revisó la cartera. Entre otros objetos, encontró una carta y un frasco con veneno para ratas. Lo que siguió fue una locura que estremeció a todos.
Drama
“En el término de los dos últimos años, en que Víctor Flacché permanece postrado su esposa administró su negocio de venta de materiales para la construcción. Todo en la casa giró en torno a ella y mientras hacía gala de un nutrido guardarropa, sus niños llegaron a la casa de sus abuelos con tan sólo lo puesto y el infortunado inválido carecía de una muda para cambiarse”. Ese párrafo puede leerse en una de las crónicas de la época que tendían a mostrar cómo era la conducta de la mujer, ya detenida por la denuncia de su cuñado.
El negocio de la víctima estaba ubicado “en la progresista zona” de Avenida Libertad, entre 164 y 166. Funcionaba, además, como ferretería, y la pareja explotaba también un bar con parrilla en una propiedad lindante. Y precisamente allí se presentaron los periodistas de la época, una vez que la mujer fue detenida, para que los vecinos de la zona contaran cómo era el trato entre “la émula de Lucrecia Borgia” -personaje renacentista que pasó a la historia por envenenar a sus víctimas- y Flacché. Los habitantes del barrio se contradijeron: algunos mencionaron que se trataba de una familia con relaciones comunes y corrientes, otros manifestaron que el hombre era violento y celoso, pero también hubo quienes acusaron a Escrimini de tener un amante, lo cual habría sido comprobado por Héctor Quirino.
Su permanente vigilia, publicó LA CAPITAL, “le permitió hallar una carta reveladora de la tremenda realidad y la prueba concluyente fue un pomo de ‘Zelio’ en una cartera de su cuñada. Fue todo esto suficiente para vencer el último resto de lógica incredulidad y se concretó la denuncia en la Seccional Cuarta”. Dos días después, tras las verificaciones del caso, la mujer fue detenida e imputada de “tentativa de homicidio calificado”, tras confesar “con frío cinismo” a la familia “su macabra tarea diaria de suministrar a Víctor Anóber Flacché una pequeña porción del gelatinoso raticida, diluido en comestibles líquidos calientes, café con leche, sopas, etcétera”.
Mentiras piadosas
La detenida tenía entonces 38 años y “una atractiva belleza”. Cuando admitió su delito, esgrimió que había envenenado a su marido por los malos tratos a los que era sometida cuando éste se embriagaba.
Claro que al enfermo nunca le contaron nada respecto a la captura de su mujer. “Aún hoy, en los cada vez menos frecuentes momentos de lucidez, el infortunado marido reclama por su esposa, debiéndose recurrir a mentiras piadosas para no provocarle el dolor de revelarle la tremenda verdad: que ella está detenida y ha confesado su horrible crimen”, se escribió en otra de las notas. Agregándose también que la de Escrimini era “una de las personalidades criminales más crueles de cuantas impactaron en la sensibilidad popular en los últimos años”.
Repercusión y búsqueda de una cura milagrosa
Faltaban varios años todavía para que saltara a la fama “Yiya” Murano, “la envenenadora de Monserrat”. Tal vez por eso el caso Flacché tomó repercusión nacional y el diario Crónica intervino directamente en la investigación de la patología de la víctima.
Si bien ahora la detenida, que según la familia había confesado su malvado accionar, negaba rotundamente ante la Justicia los cargos que se le imputaban, los hechos ya eran conocidos por todos. Fue en ese contexto que el medio gráfico porteño gestionó la compra de una droga en Inglaterra e hizo que fuera trasladada a Mar del Plata con el objetivo de suministrársela al hombre durante su tratamiento.
La noticia de la llegada del medicamento al aeropuerto de Camet fue cubierta por LA CAPITAL como si en verdad arribara una celebridad. El avión que efectuó el vuelo 640 de Aerolíneas Argentinas, comandado por Juan Haramburu, contenía las 12 ampollas de “Dimercaprol” inyectable producidas por Laboratorios Boots que tal vez podrían sanar al marplatense envenenado.
Su médico de cabecera, Héctor Delfino, aseguraba que además debía ingerir cada noche “Ditizona”, sustancia que en Argentina distribuía Laboratorios Carlos Erba. “La dificultad para hallar esta medicación sería superada merced a un circunstancial contactor del doctor Delfino con el médico-periodista Ricardo Lorenzo (Borocotó junior), quien habría de gestionar en Buenos Aires su obtención en el país o en el extranjero”, consignó este matutino.
La carta y la polémica por un supuesto amante
Como se explicó antes, en el interior del bolso de Escrimini se hallaron diversas pruebas que la incriminaban. Entre ellas, una supuesta carta a su madre, que vivía en Córdoba, en la que le contaba sobre el traslado -aceptado a regañadientes- de su familia a la casa de los Flacché, ubicada en Blas Parera 177.
“La única esperanza que me queda es que reviente pronto; entonces empezaré una vida nueva con… (aquí iba el nombre del amante)”, citaba el texto hallado de acuerdo a la crónica. Y agregaba: “Ruego todas las noches que termine antes de fin de año”.
El “crimen perfecto” que consumaba hasta ese momento la mujer se desmoronó con esas pruebas y también a través de la participación de un médico y un químico, quienes se presentaron disimuladamente en el domicilio de la familia de la víctima y lograron tomarle muestras de orina y sangre, para luego comprobar el envenenamiento.
Después, intervino la policía, se llevaron a cabo distintos peritajes en el departamento forense de La Plata, y se confirmó la hipótesis inicial, lo cual desechó de plano el diagnóstico de poliomielitis alcohólica que en un comienzo del tratamiento habían esbozado los médicos.
La versión que se desató a partir de la lectura de la carta es que Escrimini tenía un amante, que era casado y tenía dos hijos. De acuerdo a las noticias de la época, había sido el propio hombre el que comenzó a sospechar de su comportamiento: en un principio se apiadó de ella cuando tomó conocimiento de los malos tratos que supuestamente sufría de parte de Flacché. Sin embargo, con posterioridad empezó a pensar que había algo extraño en la conducta de la mujer y le recomendó vender todas sus pertenencias y huir de Mar del Plata.
“Esta reflexiva conducta de su amante hizo que Blanca Escrimini fuera vista últimamente llorando. Estas lágrimas fueron interpretadas hasta el momento de revelarse la increíble verdad, como fruto del dolor por la desesperante situación del marido”, añadía otra de las notas publicadas.
Aunque esas informaciones jamás fueron comprobadas, le dieron un condimento más que jugoso al caso que sorprendió a todos. Incluso, llegaron a montarse guardias periodísticas para hablar con los vecinos de la zona de Libertad y 166 y de Luro al 10200, sitio en el que también había residido la pareja, para que estos contaran cómo era la relación y si en verdad existía un tercero en discordia.
La polémica era constante: los primeros afirmaban que ella era un víctima de los salvajes maltratos de su marido, mientras que los segundos sostenían que Flacché estaba “postrado, impotente, vencido, malentendido por una mujer cansada que ya no cuidaba detalles para entrevistarse con su amante”.
Una instigadora y la defensa de la madre
Los días que pasaban seguían dándole a los periodistas novedosos datos que producían un voraz apetito de lectura entre los argentinos. Con Escrimini ya detenida, todos salieron en búsqueda de sus cómplices.
Los diarios llegaron a hablar de una “cínica instigadora” y apuntaron a “una amiga y confidente” de la acusada. “Es necesario investigar con prudencia y habilidad a una de las tres ‘celestinas’ que hicieron posible el amor extramatrimonial que mantenía la mujer de Flacché”, reveló entonces una fuente consultada.
Según esta información, una amiga de Escrimini era quien le había recomendado utilizar un raticida para envenenar a su marido. En suma, se dijo que también ella le había explicado cuál era la manera más sencilla de matar a alguien a otra amiga, que luego se había suicidado de la misma forma.
Lo cierto es que por el caso Flacché sólo fue detenida y juzgada su esposa, quien dijo haber confesado un falso delito porque su cuñado la amenazaba con matarla a ella y a sus hijos. La investigación que tuvo a su cargo el magistrado Alberto Radziunas no sirvió para encontrar otros culpables siquiera remotos, pero la responsabilidad penal de Escrimini sí quedaría al cabo demostrada.
La defensa que haría su madre, Doña María, tras arribar a Mar del Plata pocos días después de la detención, tampoco terminaría por salvarla de la cárcel. Al ser entrevistada por los medios, la mujer que había llegado a la ciudad desde Córdoba acusó a Flacché por la violencia con la que siempre había tratado a su hija.
En su relato, lo calificó de “loco y alcohólico”. “Lleva 13 años de matrimonio, 13 años de martirio… Siempre estuvo asustada, siempre golpeada, siempre maltratada”, dijo la anciana, una inmigrante italiana instalada en la Argentina desde 1934, que había enviado a su hija a Mar del Plata cuando era adolescente para que siguiera sus estudios junto a los parientes que tenía en la ciudad.
Y continuaba: “Del veneno no sé nada, yo no estaba aquí. Los diarios dicen que confesó, pero pudieron obligarla los de la familia de él. Yo sabía que tenía un amigo… Era sólo un apoyo, porque él la veía indefensa, sin que nadie la ayude aquí. Flacché también maltrataba a sus hijos y hasta llegó a pegarme a mí y echarme a la calle a medianoche”. Por último, revelaba que el hombre solía llamar a Escrimini “la yegua cordobesa” y denunciaba que su hija había estado atendiéndose hasta hacía poco tiempo con un médico de apellido Matera producto de un golpe en la nuca que le había dado su marido. “Le llegó a pegar con una cadena. También con un cable en la espalda. Pero ella daba excusas: una vez dijo que se había resbalado. Tenía un tobillo dislocado. No lo iba a delatar. Otra vez justificó los hematomas de los ojos diciendo que se había golpeado con el toilette al agacharse para buscar las chinelas… Estaba asustada”, concluía.
Condena y muerte
Víctor Flacché jamás logró recuperarse de las lesiones que le provocó el veneno y murió a mediados de abril de 1975 en La Plata. Hacia allí lo habían trasladado para internarlo en un establecimiento especializado, en el marco de su infructuoso tratamiento.
“Fueron inhumados en Mar del Plata los restos de Víctor Anóber Flacché, la víctima de uno de los más espeluznantes crímenes ejecutados en nuestra ciudad”, publicaría LA CAPITAL luego del sepelio.
Para entonces, Blanca Escrimini permanecía todavía presa en la Unidad Penal Nº 6 de Dolores. Ya había sido condenada a 16 años de prisión por el delito de “tentativa de homicidio calificado”. Nunca más volvió a saberse nada de ella.
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