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La Ciudad 4 de noviembre de 2019

El marplatense que ayudó en el rescate de fauna salvaje en el Amazonas incendiado

"Las imágenes en la selva eran espantosas", reconoció el veterinario. Pero contó que "nos daba esperanza ver huellas de distintos animales cuando íbamos a dejar comida: aunque no los veíamos, había sobrevivientes".

Ignacio Peña, curando a un coatí, en el refugio temporal de Concepción, Bolivia.

Ignacio Peña siempre quiso dedicarse a trabajar con fauna marina y, con esfuerzo y dedicación, lo logró. Lo que no sabía era que su experiencia y vocación lo llevarían a ser testigo directo de una de las mayores catástrofes ambientales que se han dado en los últimos años: el incendio del Amazonas.

El veterinario marplatense fue voluntario por 25 días en uno de los cuatro refugios de fauna salvaje que, por reclamo de entidades y gracias al aporte de insumos de varios países, el gobierno instaló cerca de las zonas más afectadas de la Amazonia Boliviana, tras la devastación.

Ignacio ya había colaborado, cuando estaba recién recibido, con Senda Verde, un refugio de animales silvestres víctimas del tráfico ilegal. A través de dicha ONG se enteró que buscaban voluntarios para rescatar a la fauna afectada directa e indirectamente por los incendios.

Tras un proceso de organización que “costó un poco” y gracias a la colaboración de su actual trabajo en el Centro de Rescate de Fauna de la Fundación Mundo Marino, donde le dieron la licencia y le costearon el boleto de avión, pudo llegar a Concepción, a uno de los cuatro refugios temporales que el Ministerio de Medio Ambiente y Agua de Bolivia había dispuesto. “El centro había abierto hacía unos pocos días, pero no tenía veterinario. Llegué y quedé a cargo”, contó Ignacio Peña a LA CAPITAL.

El voluntario reconoció que “las imágenes en la selva eran espantosas”, pero que “nos daba esperanza ver huellas de distintos animales cuando íbamos a dejar comida: aunque no los veíamos, había sobrevivientes”.

Es que el trabajo en ese improvisado y precario centro de rescate que se había montado en los restos de un zoológico abandonado se dividió en dos partes: la cura y atención de los animales que llegaban quemados, desnutridos o accidentados y la incursión en el territorio más afectado para dejar alimentos para que la fauna sobreviviente no muera de hambre.

La segunda parte del trabajo, ir a las zonas afectadas por el fuego, era impresionante. Íbamos en la camioneta y era todo ceniza, imágenes espantosas. Llegábamos a zonas de aguadas y dejábamos alimentos -fruta, verdura, semillas, tripa porque hay muchos jaguares en la zona- para los animales afectados por el fuego pero que no llegaban al centro de rescate. Lo mejor era cuando pasábamos al día siguiente y veíamos las huellas de los animales y que no quedaba alimento. Habían ido a comer, eso quería decir que aunque no los veíamos, había vida, había animales que sobrevivían, eso era lo que más nos motivaba”, relató.

En el refugio, por otra parte, “tratábamos distintos tipos de animales, muchos de ellos que nunca había visto, con quemaduras, desnutrición -en su hábitat destruido no tenían para comer-, amputaciones o accidentados porque salían desesperados, asustados a zonas más urbanas y la gente, por miedo, les disparaba o los atropellaba en la carretera”.

Lo que más me llamó la atención fue ver, por primera vez, un perezoso. También tratamos a una serpiente cascabel, armadillos, jochi -un roedor de la zona- perdices, muchas cotorras, loros, tucanes, un hurón, chancho salvaje, coatí, y lo que más teníamos eran tortugas terrestres, de las dos especies que son frecuentes en la zona”, enumeró.

“No teníamos prácticamente instalaciones, pero en cuanto a insumos estábamos muy bien preparados”, reconoció y valoró que “trabajamos mucho con donaciones de Argentina, Francia, Bolivia y España. Muchos países colaboraron con medicación, que teníamos un stock bastante completo en jeringas, agujas, algodón, gasas, vendas, cinta, drogas anestésicas, antibióticos, antiinflamatorios y otros”.

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Objetivo: reinserción

La intención del centro es tratar a los animales, pero entrando en contacto con ellos lo menos posible para evitar que se impronte, que se acostumbre a las personas”, relató el veterinario, destacando que “son animales salvajes y es importante que mantengan esa condición”.

Por ello, “tratábamos de que permanezcan aislados lo más posible y, una vez que les dábamos el alta médica, buscábamos reinsertarlos en su ambiente“.

El problema es que “su hábitat está destruido, entonces a veces se tarda un poco más en devolverlos porque había que derivarlos a otras zonas de Bolivia, buscando el ambiente adecuado para cada especie, con los árboles de los que se alimenta, que tenga agua y que esté lejos de la gente”, explicó.

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“La situación es gravísima y la ayuda que pudimos dar fue puntal, nos dimos cuenta que no íbamos a lograr el objetivo de recuperar a todos los individuos afectados, hay 4 millones y medio de hectáreas quemadas y eso es imposible de compensar. De todas formas me entusiasmaba con la posibilidad de mejorar el estado y las perspectivas de algunos y aunque el aporte que se puede hacer es poco, cuando liberamos a los individuos, es con la esperanza de que se reproduzcan y siga aumentando la población“.

Ignacio recordó que “la mayoría del tiempo éramos solo dos personas en el refugio. Estaba con un empleado del ministerio, que era la persona que compraba los alimentos, lo que necesitáramos para armar los recintos de los animales -media sombra, alambre, madera, cuchillo, alguna medicación- y a su vez era la persona que me ayudaba en la atención, curación y en preparar la dieta. Después había una tercera persona, el chofer, pero por cuestiones de salud muchas veces no podía estar”.

A través de la ONG, Peña tuvo alojamiento en una casa comunitaria, pero antes de regresar a la Argentina, pasó unos últimos días en Aguas Calientes, el primer centro de recuperación y el único que queda actualmente activo. “Había una gran cantidad de animales y quería ayudar un poco ahí antes de volver. Seguramente el centro quede de forma permanente porque hay animales que no van a poder ser reinsertados, lamentablemente”.

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Agradecimiento

Ignacio Peña fue al Instituto Peralta Ramos y la carrera de Veterinaria la cursó en la Universidad Nacional de La Plata. “Siempre quise dedicarme al rescate, especialmente de animales marinos. Busqué en Barcelona, tuve entrevistas en el sur, hasta que hace un año y medio pude ingresar al Centro de Rescate y Rehabilitación Fundación Mundo Marino”, contó.

En ese sentido, destacó: “quiero agradecer a la gente de la Fundación, siempre tuvieron la mejor predisposición, me dieron la licencia y pagaron el boleto y especialmente a mis compañeros veterinarios y al resto del equipo de trabajo, porque todo lo que aprendí con ellos este año me fue de mucha utilidad en el refugio”.

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