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Policiales 25 de diciembre de 2020

Catalino Domínguez, el múltiple criminal de los campos bonaerenses

Nació por la zona de Rauch y se afincó en Mar del Plata, donde un episodio de su vida le activó lo que llevaba siempre dentro: un frenesí asesino. La historia de un siniestro personaje.

Dicen que todo arrancó en una casa de la Loma de Stella Maris en Mar del Plata, donde Catalino Domínguez vivía con su mujer y su pequeña hija. Por el año 1944 Catalino Domínguez, oriundo de Rauch, empleado municipal, chofer y hombre violento con su esposa, cuidaba ese domicilio por pedido de un industrial porteño.

Cierta vez le dio alojamiento a un tal Peñalva, que había llegado de Dolores para trabajar en la maderera Tiribelli. La leyenda dice que Catalino encontró en una intimidad desmesurada a su mujer con Peñalva. Otra versión agrega que en verdad Peñalva descubrió a Catalino golpeando a la mujer. La verdad es que ambos se enfrentaron y Catalino salió herido por una bala en una pierna y por el orgullo en su espíritu. Por eso quiso vengarse.

A causa de que la nueva pareja (cual fuera el sentimiento que los unía) escapó de Mar del Plata y Catalino decidió ir a buscar al gran amor de su vida, su hija. Fue hasta Dolores y al no tener noticias de ellos se despachó con sus dos primeros crímenes: mató a degüelle a Francisco Peñalva, padre de su desleal amigo, y a la madre, Gregoria Rosas.

Desde ese momento Catalino Domínguez pasó a ser un hampón peligroso y de identidades cambiantes. Apresado en Buenos Aires, Catalino huyó en el viaje de regreso a Mar del Plata aprovechando la candidez de sus custodios: pidió ir a “cagar” a un maizal. Nunca regresó. Meses más tarde se lo localizó en una casa de Peña al 1600 de esta ciudad donde se enfrentó a tiros a la policía y terminó baleado en el hospital Mar del Plata. Dicen que de ahí escapó en bicicleta.

Su suerte en la ciudad estaba acabada y entendió que la mejor forma de protegerse era en los campos, donde pasó a llamarse Pedro o Donato Aguirre, Pedro Montenegro y Pedro Moreno, indistintamente.

Cómo sabía que a su hija la habían ingresado en un orfanato de Azul merodeó esa zona y el 28 de junio de 1947 mató a un anciano llamado Braulio Leguizamón. Lo sentenció a muerte de un mazazo. Uno días después en un campo de Chillar mató al arrendatario Guillermo Alberti y al peón Victoriano Serrano, cuyo cadáver arrastro a caballo más de dos kilómetros para ocultarlo.

Para esa época Catalino era un fantasma y sus fechorías se narraban en las postas y pulperías de la provincia. Tal vez él mismo, en la piel de algunos de los Pedros o de Donato las escuchó de boca de otros con una sonrisa cómplice.
Luego enfiló para Mar del Plata de nuevo, para Cobo, para la chacra de los Mehatz, para Madariaga y para la historia, como el feroz asesino de las pampas.

 

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