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Opinión 31 de enero de 2021

Pandemia, política y el negocio de las farmacéuticas

Por Jorge Raventos

Estresado por la combinación de expectativas y demoras que rodea la vacunación contra el Covid, el mundo está juzgando estos días cuál es el comportamiento de la grandes transnacionales farmacéuticas, que se encuentran entre los mayores beneficiarios económicos de la pandemia. Ese juicio se extiende también a la eficiencia política y organizativa de los gobiernos, que deben lidiar con la enfermedad y también con las compañías que elaboran y proveen la promesa de inmunidad. Más visibles, más expuestos, los políticos suelen ser blancos más fáciles de la crítica pública que unas lejanas sociedades anónimas que, sin embargo, cuentan con un poder significativamente superior.

Mundo, mi casa

El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, explicó el último domingo que la ciudad se está quedando sin dosis de vacunas contra el coronavirus. “No podemos continuar con la vacunación porque no tenemos suficientes vacunas”, argumentó el funcionario, tras anunciar que por ese motivo suspendía la apertura de nuevos puntos de vacunación, como los grandes estadios neoyorquinos.

Italia, sumida en una nueva crisis política, también se siente amenazada por la falta de vacunas y el responsable del comité de lucha contra la pandemia adelantó que el Estado emprenderá acciones legales contra el laboratorio Pfizer, que no ha cumplido con sus compromisos de suministro de las vacunas.

Una semana atrás, Pfizer y su socio BioNTech declararon que no están en condiciones de entregar la cantidad de dosis concertadas. Esta confesión no hizo más que sincerar el atraso de un mes en las entregas y lógicamente desató una ola de cuestionamientos y acciones penales, no sólo en Italia sino en el conjunto de la Unión Europea.

“La Comisión Europea y los Estados miembros expresaron un profundo descontento con esto”, difundió la comisaria europea de Salud, Stella Kyriakides.

Pfizer asegura que hará esfuerzos por disminuir las demoras, pero en varios países se estima que estas a lo sumo se reducirán a dos o tres semanas. En Canadá, que está sufriendo la segunda ola de la pandemia, el laboratorio suspendió por completo las entregas previstas para esta semana y el país sufrirá una marcada disminución de suministros en las tres semanas próximas.

México, por su parte, recibió la semana última la mitad del embarque comprometido por Pfizer, lo que determinó demoras en sus planes de vacunación.

De su lado, otra de las grandes farmacéuticas embarcada en la producción de vacunas contra el Covid, la británica AstraZeneca, también ha admitido una disminución de rendimiento que provocado una significativa reducción de las dosis que planeaba entregar en el primer trimestre de 2021: Europa podría recibir la mitad de lo previsto.

La guerra de las vacunas

Es probable que estos retrasos también afecten a la Argentina, que en noviembre firmó un acuerdo con el laboratorio para la entrega de 22 millones de dosis (que parcialmente se producirá en nuestro país). En cualquier caso, el compromiso de AstraZeneca con Argentina fue entregar las vacunas “en la primera mitad de 2021”.

Lo cierto es que las grandes empresas farmacéuticas han estado (y están) empeñadas en una guerra comercial para colocar sus productos y asegurarse mercados ansiosos y demandantes, y la mayoría de ellas comprometieron entregas que no pueden satisfacer. Ya en agosto, por ejemplo, Pfizer se curaba en salud y anticipaba: “Tal vez no podamos escalar la capacidad de producción a tiempo”.

Esta situación, como puede ver cualquiera que quiera ver, afecta a todo el mundo, sin excluir a los países más poderosos. Y ahora está despertando creciente irritación sobre las grandes firmas farmacéuticas.

Conviene dar por descontado que esas grandes transnacionales no gozan de la mejor fama. En esta misma columna hemos citado hace diez meses, por ejemplo, juicios sobre maniobras comprobadas durante la pandemia de la gripe porcina de 2009 -otra gran explosión de la demanda-, “cuando la prestigiosa publicación médica British Medical Journal (BMJ) y la Oficina de Periodismo de Investigación denunciaron que al menos tres de los investigadores que presentaron el grueso de los documentos científicos en los que se basó la adquisición de medicamentos por parte de los gobiernos recibieron dinero de alguna de las empresas farmacéuticas que producían los fármacos”.

Dos días atrás, una investigación de periodistas del New York Times subrayaba el marcado secretismo impuesto por esas empresas a las negociaciones con los países compradores de vacunas para el Covid, que derivó en exigencias de confidencialidad sobre temas cruciales como los precios por dosis, el cronograma de distribución y las sumas pagadas por los compradores como adelantos.

“Los gobiernos han invertido miles de millones de dólares para ayudar a los laboratorios a desarrollar vacunas y ahora gastan miles de millones para comprarlas -comenta el diario neoyorquino-…y los gobiernos y organizaciones de salud pública bajan la cabeza y se someten a las exigencias de confidencialidad de las farmacéuticas”.

Muchos contratos habilitan a las empresas a cortar los suministros en caso de que la confidencialidad exigida se rompa.

Eso no impide filtraciones: las cifras recibidas por las empresas para afrontar los costos y riesgos económicos de la investigación se filtran parcialmente pese al hermetismo. Moderna, por ejemplo, admitió que su proyecto fue financiado en su totalidad por el gobierno de Estados Unidos (es decir, por los contribuyentes de ese país).

También trascendió, por caso, que Europa pagó a AstraZeneca 2,19 dólares por dosis, la mitad de lo que debió pagar Sudáfrica (5,25 dólares) y también menos que los casi 4 dólares que paga Estados Unidos. Según precios publicados por una miembro del Gobierno belga en su cuenta de Twitter, los países de la Unión Europea pagan 12 euros por cada dosis de la vacuna de Pfizer y BioNTech. Esto supone 4.5 euros menos que el importe que habrían acordado con los laboratorios por los Gobiernos de Reino Unido -publicado por The Times– y Estados Unidos (16.5 euros por dosis).

Las empresas consideran el precio un secreto comercial. En esa opacidad, los países deben negociar con las farmacéuticas sin saber cuánto están pagando otros compradores. La competencia entre éstos le hace el campo orégano a las empresas. Tedros Ghebreyesus, el director general de la Organización Mundial de la Salud, alertó sobre esa situación: “La estrategia del yo, primero será contraproducente ya que hará que suban los precios y llevará a la acumulación de vacunas. Al final, estas acciones prolongarán la pandemia, las restricciones necesarias para contenerla y el sufrimiento humano y económico”.

La OMS alienta la plataforma COVAX para garantizar acceso a las vacunas en los países en desarrollo con ayuda financiera de los países desarrollados, y unir a los países en un bloque que tenga mayor poder a la hora de negociar con las farmacéuticas. Un esfuerzo de cooperación en un clima competitivo, hostil, confuso y conflictivo.

El chiste de Sputnik

Es en ese contexto que conviene analizar los contrastes que ha sufrido Argentina en relación con la provisión de la vacuna Sputnik V. “Los pronósticos vacunatorios de la Casa Rosada sumaron un nuevo traspié”, comentaba con ironía un matutino el último fin de semana, cuando fracasó en primera instancia el retorno desde Moscú de un avión de Aerolíneas Argentinas, que debía trasladar al país 660.000 dosis de la vacuna rusa. El embarque se produjo tres días más tarde y sólo fue por un tercio de las dosis previstas, lo que dio pie a nuevas ironías.

Hay un sector de la opinión argentina que ha desconfiado desde el principio de la vacuna rusa, tal vez porque le asigna motivaciones ideológicas a la compra, tal vez porque sospecha ideológicamente del origen. Lo curioso es que también se irrita ante el hecho de que vengan menos vacunas que las programadas. Como el caso del huraño huésped de un restaurante pretencioso que contaba Woody Allen: “La comida es horrible -se quejaba-. Y además las porciones son pequeñas”. Las dos críticas juntas hacen el chiste.

Alberto Fernández explicó esta semana que: “Argentina no apostó por la vacuna rusa Sputnik, lo que ocurrió fue que la vacuna rusa Sputnik fue la primera que tuvo disponible Argentina”. Y agregó que, además de la Sputnik V y la vacuna de AstraZeneca, “estamos en discusiones con Sinopharm en China, estamos en conversaciones con Janssen, y estamos en conversaciones con Moderna. Además, entramos en Covax, donde esperamos recibir una cantidad de dosis muy importante por la inversión que hicimos (…) lo que hizo Argentina fue poner fichas en todos los lugares en donde se hicieran vacunas, convencidos de que cualquier vacuna iba a ser una vacuna saludable, porque los que la estaban desarrollando son organizaciones, en términos científicos, de primera magnitud”.

Con esas organizaciones “de primera magnitud” lidian hoy los gobiernos del mundo. Argentina no es una excepción.