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Opinión 19 de septiembre de 2021

De la guerra de zapa a la crisis de gobernabilidad

 

Por Jorge Raventos
La elección del domingo 12 impactó brutalmente sobre el sistema de poder establecido el 10 de diciembre de 2019, tensando hasta el límite la contradicción entre la institución presidencial y la jefatura de la fracción mayoritaria de la coalición oficialista, la que teóricamente “puso los votos” (particularmente en el conurbano bonaerense). Con este último argumento, el ala cristinista ha presionado para ejercer sin disimulos la conducción del gobierno, desdeñando el hecho de que los votos propios que aportó en 2019 no eran suficientes para ganar esa elección y que la señora de Kirchner sabiéndolo y tomando nota de que no contaba con suficiente crédito social y partidario renunció a intentar una candidatura propia.

Gremios y gobernadores

El sistema de poder nacido de esa impotencia (que también incluye la figura pivot de Sergio Massa) consiguió el gobierno dos años atrás pero no ha logrado atravesar la primera prueba de ácido en estas elecciones primarias.
Los restantes accionistas de la coalición (gobernadores, jefaturas municipáles, líderes gremiales y de movimientos sociales), a menudo relegados a un segundo plano, se ven empujados por el desbarajuste que exhibe el gobierno a hacer notar su presencia y a ejercer un control de gestión más riguroso, al evidenciarse que los factores que ocupan el vértice están amplificando irresponsablemente los daños de la derrota.

Los jefes territoriales y gremiales comprenden que una de las consecuencias posibles es que una derrota mal asimilada y mal comprendida sea el inicio de una cadena de derrotas. A diferencia del ala cristinista, la mayoría de estos accionistas que esperaron en vano ser empoderados como les había prometido Fernández al asumir, aunque tienen críticas sobre la gestión del gobierno, ante la actual crisis sostuvieron desde el primer momento la defensa de la institución presidencial, ofreciéndole a Fernández una base sobre la que apoyarse.

La culpa es de la Rosada

La fracción cristinista, hizo una lectura de la derrota electoral del domingo que culpa centralmente a la Casa Rosada y a la política económica del triunfo opositor.
La divergencia no es sorprendente; lo que provocó asombro fue que, después de meses de presión encubierta (a menudo asimilada por el Presidente) la señora de Kirchner creyera llegado el momento de actuar con aspereza y ordenara evidenciar la presión públicamente y poner en marcha una guerra de zapa.

El desafío abierto se inició el miércoles 15: mientras visitaba los pagos de José C. Paz, que gobierna hace años Mario Ishii, el Presidente se desayunó por los medios de que una legión de ministros y funcionarios de su gobierno había presentado la renuncia. En rigor, la casi totalidad no la firmó ni la presentó nunca, pero la anunciaron con premura a la prensa y olvidaron informarle antes a Fernández.

El primero en adoptar esa actitud -y el único de esa tendencia en cumplir la formalidad de hacerlo por escrito, aunque omitiendo la palabra “indeclinable”, fue un favorito de Fernández, el titular de Interior, Eduardo Wado De Pedro. Entre los primeros miembros de la oficialidad camporista y cristinista que lo imitaron en el anuncio se contaron las jefas del Pami y de la ANSES, Laura Volnovich y Fernanda Raverta, y luego se sumaron paulatinamente distintos ministros y altos mandos administrativos.

Planteos de la oficialidad cristinista

El Presidente comprendió que estaba ante una fuerte presión extorsiva -lo que en épocas de protagonisno militar se denominaba “planteo”-, ejecutada desde una de las fracciones que componen el Frente de Todos, la que responde a la vicepresidenta.

Los planteos clásicos buscaban , con la velada o explícita amenaza de ulterioridades, forzar al poder civil a adoptar determinadas decisiones políticas. En este caso, el objetivo consistía en imponer cambios inmediatos en el gabinete de Fernández, desplazando a varios de los ministros que el Presidente viene respaldando (en primer lugar, el jefe de Gabinete Santiago Cafiero y el titular de Economía, Martín Guzmán) para reemplazarlos por otros de disciplina cristinista.

Las “ulterioridades” implícitas en caso de desobediencia consistían en vaciar de respaldo al gobierno de Fernández y sumirlo en la impotencia.

Una elocuente serie de audios de la diputada Fernanda Vallejos, una camporista inorgánica, admiradora de Amado Boudou y Axel Kicillof, describió con precisión los fundamentos y el objetivo del planteo: “Los votos los pusimos nosotros, los puso Cristina -argumenta la diputada ante algunos compañeros-. Y este señor (refiriéndose al Presidente) que está sentado en el sillón de Rivadavia, se tiene que allanar…allanar a lo que le diga Cristina”.
Hay tramos más picantes (“impropios” los llama Vallejos) de esa extensa argumentación, en los que pinta muy negativa, despectivamente al Presidente y a su equipo y desliza que Fernández “persigue otros objetivos” al defender a Martín Guzmán, a quien señala como una marioneta de la Directora General del FMI.

“No somos lo mismo”

Entre los párrafos más significativos hay que señalar uno en el que describe crudamente la falla interna que existe en la coalición de gobierno: “Algo hay que hacer -dice la diputada-. No somos lo mismo. Yo no quiero ser lo mismo que esta bazofia”. Y otro más:”este es un gobierno que fracasó”.

La extensa viralización de la logorrea de la diputada Vallejos fue funcional con la presión sobre Fernández: tendió a exhibir lo que el kirchnerismo opina sobre el gobierno y las amplias divergencias que existen allí dentro.

Las diferencias parecen ser tan profundas que justificaban plenamente las renuncias presentadas y, de imperar la franqueza política, debían anticipar las de todos aquellos que comparten la fe de la diputada Vallejos. Pero ni hubo más dimisiones, ni las que se anunciaron fueron formalizadas ni ninguna -ni siquiera la del ministro de Interior- sería finalmente aceptada.

Parapetado en la fuerza simbólica de la institución presidencial, Fernández recibió de inmediato el respaldo de la mayoría de los gobernadores (en primer lugar, de los peronistas que ganaron el último domingo, como el tucumano Juan Manzur y el sanjuanino Sergio Uñak, que son también los que pueden tener legítimas aspiraciones hacia adelante, pero asimismo de mandatarios de otras fuerzas políticas, como el neuquino Omar Gutiérrez y hasta opositores, como el radical jujeño Gerardo Morales), de una legión de intendentes bonaerenses, de la dirigencia gremial, de los movimientos sociales (que convocaron a una marcha en respaldo de Fernández y luego, a pedido de éste, la postergaron) y de sectores empresariales, a lo que se sumó un cambio de aire en su favor de los medios más influyentes.

La carta y los tweets

La señora de Kirchner insistió en la ofensiva, ahora con larga una carta abierta de factura propia en la que recordó que ella había decidido la candidatura presidencial de Alberto Fernández, le pidió al Presidente “que honre aquella decisión”, se quejó nuevamente de “una política de ajuste fiscal equivocada que está impactando negativamente en la actividad económica y, por lo tanto, en el conjunto de la sociedad” y señaló que ella había advertido que “indudablemente, esto iba a tener consecuencias electorales. No lo dije una vez… me cansé de decirlo… y no sólo al Presidente de la Nación”.

Así, la vicepresidenta señalaba que en la Casa Rosada y en el Palacio de Hacienda estaban los culpables principales (si no los únicos) de la derrota electoral.
“El domingo 12 de septiembre de este año el peronismo sufrió una derrota electoral en elecciones legislativas sin precedentes (…)sin embargo, al día siguiente de semejante catástrofe política, uno escuchaba a algunos funcionarios y parecía que en este país no había pasado nada, fingiendo normalidad y, sobre todo, atornillándose a los sillones.

¿En serio creen que no es necesario, después de semejante derrota, presentar públicamente las renuncias y que se sepa la actitud de los funcionarios y funcionarias de facilitarle al Presidente la reorganización de su gobierno?”
La señora de Kirchner suscribía así la ofensiva de dimisiones desencadenada por Wado de Pedro y la revestía así con el honorable argumento de “facilitarle al Presidente” la reorganización de su gobierno, cuando la diputada Vallejos, otro brazo de la pinza cristinista, ya había dejado claramente establecidos las verdaderas motivaciones y el objetivo del planteo: que Fernández “se allanara” a la voluntad de su vice.
Es interesante preguntarse si el planteo cristinista ha sido redituable para sus organizadores. Más allá de que el espectáculo de los tironeos políticos entre protagonistas ha perjudicado a todos ellos, tal vez se puedan establecer gradaciones. En primer lugar, quedó evidenciado ante la opinión pública que en estos ejercicios internos del Frente de Todos el Presidente ha sido el blanco, no el francotirador. Reaccionó con bastante decoro la noche de la derrota, cuando fue el único en hablar para admitir que la sociedad había votado contra el gobierno. Y aseguró que había entendido el sentido del voto.

Desde esa situación, el Presidente emitió un tweet el miércoles por la tarde, en el que verbalizó ante las presiones una reacción enérgica…pero también cautelosa. Si por un lado le venía bien bien capitalizar una imagen de autonomía en las decisiones que sus aliados internos le reclaman, también debe responder a otro pedido: había que cauterizar rápidamente las heridas actuales para que no se agraven las perspectivas electorales de los comicios de noviembre. El contradictorio mensaje tiene justificativo: el peronismo tiene que pensar en los dos últimos años de este mandato (preámbulo de las presidenciales de 2023), pero ese tramo será más arduo de transitar si en noviembre se confirma o se agrava la derrota del último domingo. Aunque son pocos los que creen que este resultado se pueda revertir en dos meses, son muchos los que están convencidos de que hay situaciones locales en las que se puede mejorar sensiblemente, de modo tal que la fotografía de noviembre sea más benigna que la de las PASO.

Ni tan, tan ni muy, muy

El Presidente debía defenderse de la acometida, y también sostener la unidad de la coalición sin permitir que fuera colonizada por el cristianismo-camporismo.

Así, tratando de cumplir con la dilemática demanda de gobernadores, jefes territoriales, sindicatos y movimientos sociales (Ni tan, tan, ni muy, muy), Fernández telegrafió a sus retadores que “no es este el tiempo de plantear disputas”. Subrayó los respaldos con los que cuenta (“Agradezco el apoyo de gobernadores, de intendentes, de dirigentes del movimiento obrero y de la ciudadanía”); sin nombrarla, se diferenció de CFK ante la opinión pública (“La altisonancia y la prepotencia no anidan en mi”); subrayó su independencia de criterio (“La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido”). Y, al mencionar su gestión y su voluntad de no romper la unidad, incorporó una frase críptica, que quizás pueda leerse como una contra-amenaza a quienes lo presionan: “Mientras lo haga, seguiré garantizando la unidad del Frente de Todos a partir del respeto que nos debemos”. Más allá de la reconvención sobre el respeto mutuo, lo significativo son las primeras tres palabras: “Mientras lo haga…”. ¿Era un recordatorio de que él también puede, como sus ministros retobados, presentar la renuncia?

Por cierto, un tweet es un detalle: las teclas de la computadora no se resisten. La realidad es más áspera. Lo que se juzgará es la capacidad de convertir las palabras en hechos. Ya decía Perón que mejor que decir es hacer.
Al mismo tiempo que declaraba, Fernández negociaba un armisticio razonable, en el que los costos del desgaste se dividieran más o menos igualitariamente. Él aportaba el desplazamiento de Santiago Cafiero de la jefatura de gabinete y la disposición a mantener a Wado de Pedro en Interior, disimulando lo que íntimamente consideraba una deslealtad.

Reformular el poder

Pero el hacer que se requiere es más amplio y probablemente no puede completarse en los dos meses en que hay que tratar de remontar un resultado electoral muy adverso. De lo que se trata es de reformular un sistema de poder que ha llegado a un límite peligroso y que ha dejado de garantizar la gobernabilidad del país. Un sistema de poder en el que el propio cristianismo ha dejado de creer (ver diputada Vallejos).

Hacerlo requiere un contenido, un rumbo y una base ampliada de poder. La Argentina está hundiéndose paulatinamente, esclava de sucesivas miradas de corto plazo. Es imprescindible extender la perspectiva y atreverse al futuro.

Los cambios de gabinete

Los cambios de gabinete decididos por Fernández el viernes pueden considerarse una terapia de emergencia destinada a detener una sangría. Es también una solución provisoria.

Fernández mantuvo en su puesto a Martín Guzmán y al titular de Producción, Matías Kulfas (también bombardeado desde el campo cristinista), cambió de funciones a Santiago Cafiero, quien, a expensas de Felipe Solá, ocupará la Cancillería (un paso para denotar que la presión de la vice no conduce automáticamente a la hoguera). Ubicó a Julián Domínguez, una incorporación que el campo observó tibiamente esperanzado: se recuerda que Domínguez fue titular de Agricultura un año después del conflicto con el campo y llevó adelante una gestión pacificadora).

También se incorporó Aníbal Fernández en Seguridad, una cartera en la que el Presidente ensayó fallidamente, como en otras materias, una aproximación “políticamente correcta” a través de la ahora desplazada Sabrina Frederic. Se espera que Aníbal Fernández encare la misión con un estilo más enérgico y que se constituya en una voz articulada de defensa de la gestión.

La designación más trascendente ha sido la llegada del gobernador de Tucumán, Juan Manzur, a la jefatura de gabinete. Es el primer paso de una ampliación de la apoyatura del Presidente: con él empiezan a tomar responsabilidades un grupo de gobernadores. Todavía se trata de un grupo limitado, del que ni siquiera forman parte todos los gobernadores peronistas (la ausencia de Juan Schiaretti en la reunión de La Rioja fue un dato significativo: no fue invitado).

Aunque la señora de Kirchner quiso, en su carta, adjudicarse la instrucción del llamado al gobernador tucumano, lo cierto es que Manzur (como el sanjuanino Sergio Uñac, para citar a otro gobernador electoralmente fortalecido tras las PASO y con legítimas ambiciones referidas a 2023) no sintoniza bien con el cristianismo y, en cambio, tiene coincidencias con el Alberto Fernández de la campaña de 2019 y con el que condujo con sentido amplio las primeras etapas de la lucha contra la pandemia.

Manzur es, además, un hombre de provincias, expresión de federalismo productivista, que edificó en distintas funciones políticas cumplidas vínculos firmes con el movimiento obrero y que conoce también la problemática del conurbano (empezó su carrera como secretario de Salud de La Matanza, y en ese momento tenía como segunda a la actual vicegobernadora bonaerense, Verónica Magario).

Se trata de una figura fuerte que, en primera instancia, había rechazado la invitación del Presidente por el conflicto que mantiene en su provincia con el vicegobernador Osvaldo Jaldo. Manzur no quiere dejar la provincia en manos de su sucesor natural y obtuvo del gobierno nacional el compromiso de alejar a Jaldo de Tucumán con alguna designación importante. Hasta que ese compromiso no esté plenamente cumplido la operación Manzur jefe de Gabinete se mantendrá sostenida por un hilván.

Es, en rigor, un hilván lo que sostendrá esta resolución provisoria de la crisis. Hay que tomar decisiones (el presupuesto, las conversaciones con el FMI, el manejo del gasto y de las reservas) y hay que atravesar el desafío de la elección de noviembre.



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