CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
La Ciudad 2 de abril de 2022

El héroe que regresó solo y sembró Malvinas en la vida marplatense

Con apenas 19 años y sin preparación, Fernando Álvarez estuvo 70 días en la Guerra. El agotador regreso a la ciudad, la historia del estrecho abrazo con su familia, el rechazo, el olvido y el orgullo de haber fundado el Centro de Ex Soldados Combatientes de Mar del Plata, institución modelo de la que hoy es presidente.

Fernando Álvarez enmarcó y conserva en su casa la tapa de LA CAPITAL del 27 de junio de 1982 que refleja su regreso a Mar del Plata.

Por Gonzalo Gobbi

El reencuentro luego de 70 días en las Islas tuvo lugar el 26 de junio de 1982. Familiares y amigos abrigados por una bandera esperaban ansiosos y con los ojos llenos de lágrimas en la vieja estación de trenes la llegada del joven marplatense de 19 años que empuñó las armas en defensa de la soberanía. Fernando bajó solo de uno de los primeros vagones, corrió y se estrechó con sus padres en un abrazo que quedó inmortalizado en el diario LA CAPITAL al día siguiente: “Llegó un valiente; regresó otro héroe de Malvinas”.

La estación se había vuelto escenario cotidiano de emotivas recepciones. Los combatientes volvían de a decenas. Pero Fernando Álvarez llegó solo, tras escapar del hospital de Campo de Mayo con la complicidad de unas monjas. Por supuesto “no estaba preparado en absoluto”. Jamás había imaginado ir a una guerra y menos que 40 años más tarde sería presidente del Centro de Ex Soldados Combatientes que él mismo contribuiría a fundar.

La vuelta fue cruda. El deseo de llegar, inmenso. Tras quedar atrapado en un bombardeo, Fernando salió malherido de Malvinas el 14 de junio a bordo del rompehielos ARA “Almirante Irízar”, en el que navegó entre tres y cuatro días con otros 800 soldados hasta la costa de Comodoro Rivadavia y de allí, un helicóptero los fue trasladando a tierra en grupos reducidos.

Ya en suelo chubutense, gracias a un primo que al enterarse del arribo de un buque fue a buscarlo y lo encontró, pudo llamar por teléfono a sus padres. “Estaba hecho un desastre, pero les dije que estaba todo bien para tranquilizarlos”, confiesa a LA CAPITAL cuatro décadas después, rodeado de su familia y recuerdos de la guerra.

De Comodoro, un avión lo trasladó a Palomar y desde allí un micro lo llevó al hospital de Campo de Mayo. Recién el 26 de junio llegaría el abrazo, el desahogo, la vuelta a casa. Antes, sin embargo, viviría en carne propia la dualidad que envolvió a Malvinas durante años: el honor y el rechazo.

El hospital de Campo de Mayo estaba desbordado de soldados. A Fernando y sus compañeros los ubicaron en un improvisado pasillo de internación montado en la capilla, bajo el cuidado de monjas y enfermeras y con visitas de alumnos que llevaban galletitas y cigarrillos. Aquella actitud los “levantó” anímicamente mientras sanaban sus heridas. Pensaron: “Nos están esperando de brazos abiertos”.

“Yo ya estaba bien físicamente, me quería ir”, recuerda Fernando. Enseguida, se corrige: “No sé si estaba bien, me quería ir, pero los militares nos lo impedían, nos prohibían decir que habíamos pasado hambre, te hacían firmar planillas… te firmo lo que quieras, dejame ir”. Harto, intentó escapar dos veces con un compañero. Las monjas que les llevaban comida los ayudaron y la tercera fue la vencida.

“Nos escapamos con mi compadre -hoy soy padrino de uno de sus hijos- y ahí empezó otra realidad. No teníamos plata, ropa y estábamos muertos de frío en Buenos Aires. Conseguí un pantalón de corderoy celeste, vestía mi camisa de Malvinas con las mangas rotas, un par de mocasines dos números más grande sin medias y en la cabeza la gorra del Chavo“, describió.

Huyeron en busca de un tren rumbo a Constitución para luego intentar colarse de regreso a Mar del Plata, como tantas veces había hecho en los 15 meses de colimba en la Compañía “C” del Regimiento 7, con asiento en La Plata. Sin embargo, la realidad les dio la primera cachetada lejos de las Islas.

Al subirse al tren, un guarda les pidió los boletos. Fernando y su compañero dijeron con orgullo: “Recién volvemos de combatir en las Malvinas”. “A mí qué me importa, yo no te mandé a Malvinas. Pagá pasaje, pibe”, respondió el guarda, mientras los pasajeros salieron a respaldar a los jóvenes.

Fernando quedó solo en Buenos Aires. Su compañero se fue a La Plata y él caminó hasta Parque Lezama, donde vivía una hermana de su padre, quien lo acompañó a sacar el pasaje y dio aviso a su familia: “Fernando llega este sábado (26 de junio) en el último vagón, el turista”. Sin embargo, al tomar el tren y afrontar a la defensiva a otro guarda, la situación fue otra: “Me identificó por la ropa, me dijo que no entendía cómo me habían hecho pagar, me llevó al súper pullman en la otra punta del tren, hablamos, me dieron de comer… el viaje fue eterno. No daba más de las ganas de llegar”.

Fernando-Alvarez065

En la vieja estación, amigos, familiares y Juan Carlos Carrera, otro ex combatiente que había vuelto días antes, lo esperaron con los brazos abiertos. Claro, lo aguardaban en el vagón turista pero Fernando bajó en la otra punta. El abrazo fue inmenso. La tapa del diario LA CAPITAL del 27 de junio de 1982 describe: “Llegó un valiente. Fernando Álvarez, un joven combatiente de las Malvinas, hijo de un hogar marplatense, retornó ayer a la ciudad. Abrazos, emociones y lágrimas en los ojos de familiares y amigos que fueron a recibirlo a la estación del ferrocarril. Su padre Jorge Alberto lo estrecha entre sus brazos, mientras todo era alegría por el regreso a casa”.

La noticia, que por haber regresado solo individualiza el arribo del joven de 19 años, continúa en la página 12: “Regresó otro héroe de Malvinas”. El artículo describe un reencuentro lleno de “júbilo, bullicio juvenil y simpatía por doquier”, acompañado por la foto de Fernando apretando los labios y su compañero Juan Carlos. Entre los presentes, también, su mamá, amigos, compañeros de folklore y un sobrino de solo dos años. Su hermana lo esperaba en casa.

Fernando se crio a una cuadra de donde hoy está el Centro de Ex Combatientes. Mientras hacía el Servicio Militar, su padre avanzó en la construcción de una “casita” en Reforma Universitaria y Ayolas, donde al regresar de Malvinas le hicieron un recibimiento, entre sonrisas y lágrimas. Lo miraban y tocaban a la espera de ver cómo reaccionaba. Era el mismo joven de antes, pero al mismo tiempo era otro. Fernando, al fin, estaba de regreso en casa.

A fines de junio de 1982, varios ex combatientes regresaron en trenes a Mar del Plata.

A fines de junio de 1982, varios ex combatientes regresaron en trenes a Mar del Plata.

40 años después

La historia del regreso no solo vive en la memoria de Fernando sino también en las paredes de su actual hogar. Álvarez enmarcó la página del diario LA CAPITAL de aquel 27 de junio de 1982 y hoy, cuatro décadas más tarde, sirve café sobre una mesa con el contorno de las Islas, mira de reojo el cuadro, recuerda, el grabador se enciende y comienza hablar, ya no tanto de la guerra, sino de lo que vino después: el olvido, el rechazo, la “desmalvinización”, las reivindicaciones y el orgullo por el Centro de Ex Soldados Combatientes que junto a otros jóvenes y padres de caídos ayudó a crear, sostener y del cual hoy es presidente.

Padre de cinco hijos -de 30, 28, 25, 18 y 13 años- y en pareja hace más de 20 años tras la muerte de su primera esposa, Fernando Álvarez, próximo a cumplir 60, ve reflejado su rostro en la cara de sus chicos. “Me agarraría un ataque si tuvieran que ir a una guerra ahora”, admite.

Un rincón de su casa conserva en perfecto estado su “jarro” usado en la guerra, tierra de Malvinas, fotos, el rosario que le dio el capellán, su documento -durante casi seis años figuró como difunto en el padrón electoral- y distintos objetos -algunos de ellos insólitos- que encontró en las Islas y logró guardar, como así también cartas y recuerdos reunidos en estos años. La mayor parte, está en el Centro de Ex Combatientes.

El presidente del Centro de Ex Soldados Combatientes conserva fotos, cartas, documentación y hasta tierra de Malvinas en su "mini museo" personal.

El presidente del Centro de Ex Soldados Combatientes conserva fotos, cartas, documentación y hasta tierra de Malvinas en su “mini museo” personal.

La historia del Centro comenzó a gestarse poco después de regresar y empezar a trabajar en la administración de puertos con su padre, hasta su fallecimiento.

Sus compañeros lo sumaron a las primeras reuniones. “Nos juntábamos en Domingo Tano Automotores, en Italia y Colón. Uno de los hijos de este hombre era ex combatiente y nos prestó el lugar. Iban los papás de José Luis Del Hierro y Ricardo Gurrieri (caídos en Malvinas) y Don Federico Planes. Éramos muy pibes, nos queríamos llevar el mundo por delante”, sostuvo.

Se reunían en garajes y casas, donde podían, pero en los primeros tiempos eran espiados, perseguidos y amenazados. Pese a la vuelta a la democracia, algunos de los militares, “se habían quedado con esa mentalidad”.

“El primer 2 de abril de 1983 (aún no estaba el monumento) quisimos armar un acto. El intendente Roig nos sacó rajando. Andábamos vestidos de combate, a lo Che Guevera. Atravesamos un camión en Córdoba entre 25 de Mayo y Alberdi, y me subí a dar un discurso. Éramos 20 gatos locos, la gente nos miraba”, relató.

Reivindicación histórica

Tras un largo recorrido y varios “golpes contra la pared”, el 9 de septiembre de 1984 se creó el Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas de Mar del Plata, con el objetivo de “responder a todas las necesidades” de los ex combatientes y “mantener viva la llama de la gesta de Malvinas”. Hoy, por su trayectoria y transparencia, es una de las instituciones más reconocidas de la Argentina.

La institución se propuso y logró dar vuelta la página de aquellos héroes estigmatizados, con serios problemas para encontrar trabajo y seguir adelante, con el sufrimiento y los suicidios que esto conllevó; lucharon por ser reconocidos por la sociedad y el Estado, lograr una pensión, una obra social y una merecida ayuda económica, una contención.

“Pasaron 38 años y la institución sigue de pie. Algo hicimos bien. En el camino quedaron muchos compañeros y eso es lo que deja ‘la otra batalla’, pero acá estamos”, siguió Álvarez, emocionado y hablando siempre en plural sobre estos logros.

Con el tiempo, las reivindicaciones, los derechos, el despertar de la conciencia, la incursión del tema en las escuelas, el reconocimiento la sociedad, el apoyo de periodistas y medios de comunicación y la madurez de los ex combatientes, transformaron aquella realidad.

Fernando-Alvarez146

Fernando Álavrez posa junto a un mural que rinde homenaje a la camaradería entre los combatientes de Malvinas, en el quincho de su casa.

Hoy, a 40 años de la guerra, una multitud rinde homenaje a los héroes en el Monumento a los Caídos cada 2 de abril. El Centro de Ex Combatientes, de puertas abiertas, estrechó sólidos lazos de camaradería, confianza, trabajo y amistad con gran parte de la sociedad.

Muchos de aquellos jóvenes que sin ninguna preparación fueron enviados a Malvinas hoy son padres de familia -también abuelos-, y se ven reflejados en “una generación que quedó marcada”.

El olvido fue una herida de posguerra, pero quedó atrás. Hoy, el reconocimiento es total y el mérito tiene nombres y apellidos. Por los 40 años, el gobierno, las universidades, gremios, colegios profesionales, cámaras empresarias, clubes y vecinos particulares impulsan homenajes genuinos. Las playas levantan banderas con el contorno de las Islas. Hay escuelas que llevan el nombre de héroes. Y son los propios adolescentes, como la hija menor de Fernando, de solo 13 años, quienes llevan el tema a las aulas y dicen “Malvinas” con orgullo y honor.

“No hay grieta en lo nuestro. Hay tanto respeto que no hay división”, remarcó, orgulloso, Fernando Álvarez, el hombre de casi 60 años que conserva intacto parte de aquel joven héroe que volvió solo de la guerra y lleva cuatro décadas sembrando Malvinas en el corazón y la vida de los marplatenses.