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Opinión 13 de junio de 2018

A 100 años de la Reforma Universitaria

por Maxi Abad

 

La Reforma Universitaria de Córdoba fue un hecho fundacional en la historia de nuestro país, porque significó la materialización de un conjunto de tendencias que, desde distintas vertientes políticas e ideológicas, expresaron una voluntad de cambio y modernización.

La llamaron también “el grito de Córdoba”, y no es casual. Ese grito aún hoy, a 100 años de aquel 15 de junio -la fecha simbólica que representa el origen de una historia que todavía se sigue escribiendo- se escucha fuerte en todas las universidades públicas de país. Y fue, una vez más, en Córdoba: una ciudad que parece tener la característica de brindar escenario para hitos históricos en los que se corporizan los deseos de transformación social de cada época.

El propio Manifiesto Liminar explica que “la rebeldía” que estalló en Córdoba reconoce causas propias en el contexto de una realidad que se percibía inmóvil y desconectada de los avances que se producían en el país y en el mundo. A pesar de las interrupciones y retrocesos que sufrió Argentina, el llamado modelo reformista de universidad pública se transformó en un elemento constitutivo de nuestra democracia. Afortunadamente, los argentinos hemos comprendido que solo en un contexto de plena vigencia de los valores republicanos pueden desarrollar todo su potencial, nuestras instituciones universitarias.

Al mismo tiempo, representa la irrupción de un espíritu propio que dotó de identidad a nuestro sistema de educación superior. No es posible pensar a nuestras Universidades sin una referencia permanente a los principios que se enarbolaron en Córdoba hace 100 años.

El diseño institucional de nuestras casas de estudio es una proyección de lo que postularon los reformistas en aquel momento y elaboraron durante un siglo. Toda nuestra vida universitaria reproduce y reinterpreta en forma permanente los conceptos que emanaron del movimiento que irrumpió en Córdoba y se derramó por todo el continente. La autonomía, el cogobierno, la libertad de cátedra y la vinculación de la educación superior con las demandas de nuestra sociedad son conceptos que vertebran nuestra actividad cotidianamente.

La Reforma de 1918 nos nutrió de ideas que tienen vigencia hasta nuestros días. Postuló una manera democrática de transferir el conocimiento, pugnó por incorporar sectores sociales que no accedían a la educación superior y diseñó estructuras de gobierno para nuestras instituciones. En definitiva, imaginó una universidad moderna conectada con la sociedad y al servicio de sus necesidades.

Cambio permanente

Pero más allá de estos legados concretos, el movimiento de Córdoba nos impone un mandato de cambio permanente. La raíz del pensamiento del 18 considera a la vocación transformadora constante como uno de sus ejes fundamentales. La Reforma Universitaria no es un objeto de museo, es una responsabilidad con el progreso que compromete a todas las generaciones que se reconocen como sus continuadoras.

Por eso, hay que honrar esta herencia siendo sinceros con nosotros mismos y hablando de frente a la sociedad. Sabemos que en la actualidad solo la mitad de los alumnos termina el secundario en tiempo y forma, y apenas 1 de cada 100 chicos con escasos recursos económicos se gradúa en la Universidad. Somos nosotros quienes estamos llamados a revertir esto. Por eso debemos bregar por el desarrollo de un país federal, un país donde sin importar en qué geografía haya nacido ese argentino o que clase social tenga, pueda estudiar y recibirse para luego ejercer su profesión.

Es fundamental tomar estas demandas y ponerlas en diálogo con el sistema de educación superior si de verdad queremos inclusión. La planificación, producto de esta interacción, es un elemento central para hablar de oportunidades. Si no se piensa el sistema universitario como un interlocutor permanente de los sectores sociales, productivos y laborales. Si no se lo hace en cada lugar del territorio nacional, entonces la inclusión corre riesgo de convertirse en solo un discurso.

El plan de becas que llevamos adelante, muy ambicioso en su dimensión y alcance, está inspirado en estos objetivos y lo consideramos como una condición esencial de los mismos. Decidimos invertir más recursos para que quienes decidan ingresar a las universidades puedan sostener sus estudios, avancen en sus carreras y consigan finalizarlas. Creemos que nuestra tarea es convertir la igualdad de oportunidades en igualdad de posibilidades. Sabemos que la gratuidad es necesaria pero no suficiente para conseguir una ampliación de los sectores que acceden a la universidad y actuamos en ese sentido.

Que nadie se confunda: la planificación no es enemiga de ningún derecho. No es enemiga de la educación, ni de las universidades, ni de los estudiantes. Por el contrario, la planificación permite que el Estado intervenga con políticas sustentables a largo plazo. Al mismo tiempo, sabemos que debe estar articulada con los actores del sistema y que cualquier plan que se trace debe incorporar mecanismos de evaluación y corrección, necesarios en una época en la cual los cambios sociales son cada vez más repentinos y difíciles de prever.

Con estos objetivos, honramos la Reforma del 18 y seguimos marchando hacia una universidad que construya un modelo de sociedad más justa y más igualitaria, que nos haga a todos cada vez más libres.

(*): Presidente del bloque de Cambiemos de la Cámara de Diputados de la Provincia



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