La Ciudad

A 25 años de la “mano dura” de Arroyo en el control del tránsito

La prometió en su regreso al municipio, en el que ya había estado a fines de los años setenta. También asumió en Inspección General e hizo gala de su rigurosidad. Renunció tres años y medio más tarde con sinsabores.

El jueves 5 de marzo de 1992, Carlos Arroyo anticipaba el regreso de la “mano dura” en el control del tránsito de Mar del Plata. Así, el funcionario, que ya había integrado el municipio en los últimos años de la década del setenta, enriquecía su fama de riguroso custodio de las leyes de tránsito. Esa misma que, junto con sus 25 años como director de escuela, lo catapultaron a la intendencia.

“Procederemos con todo el rigor de la ley” ante quienes no cumplan con la ordenanza vigente, dijo entonces Arroyo a LA CAPITAL, en una nota que saldría publicada al día siguiente.

Arroyo había sido convocado nuevamente por Russak, que comenzó su segundo mandato al frente del municipio en diciembre de 1991. Con un cigarrillo en la mano y la mirada fija en el periodista que lo consultaba, Arroyo dijo que actuaría de acuerdo a la directiva general aunque estuviera en juego “su cargo político”.

“La directiva general es un principio constitucional de igualdad ante la ley. Esto significa que a partir de ahora todo habitante de Mar del Plata, sea cual fuere su partido político, su ocupación, deberá cumplir estrictamente con las ordenanzas vigentes de tránsito. Voy a aplicar las leyes y procederemos con todo el rigor de la ley para poder ordenar el caos en que se convirtió el tránsito de Mar del Plata”, sostuvo Arroyo.

“También se está elaborando un proyecto de ordenanza para la circulación de bicicletas y para que esta dependencia pueda realizar controles de alcoholemia, y así evitar que circulen personas en estado de ebriedad”, agregó “con firmeza”, según señalaba el diario la nota que tituló: “En Tránsito, se viene ‘una mano muy dura'”.

Arroyo dejaba en claro que “los vehículos que circulan por la calle tienen que cumplir con las previsiones de la ley provincial 5800”, por lo que “si no tienen paragolpes, luces, frenos o neumáticos en buenas condiciones para circular serán secuestrados y puestos a disposición del juez de faltas”, al tiempo que “no podrán volver a circular hasta tanto el propietario no los repare en la misma playa de secuestro”.

El director general de Tránsito anunciaba además “un examen teórico exhaustivo” y “un examen físico más exigente” para quienes tramitaran su licencia de conducir. “Y estamos tratando la inclusión de un test psicológico”, mencionaba.

A los choferes de colectivo, Arroyo les advertía que “ante cualquier irregularidad grave” procedería a retirar el carnet de conductor y ordenaría un nuevo examen que incluiría un test psicológico.

Por su parte, a los de motos los ponía sobre aviso: “Todos (los ciclomotores) tiene que estar patentados y los menores de 15 años no pueden conducir ningún vehículo”. Por último, alertaba: “Para todo vehículo dentro del casco urbano de Mar del Plata, la velocidad máxima es de 40 kilómetros; quien no la respete será severamente sancionado”.

“El nuevo orden”

Arroyo le dio una impronta personal al control del tránsito. “Le gustaba estar presente y hacer cumplir la ley con rigor. Incluso llegaba a pararse en la esquina de la municipalidad con un megáfono para advertirles a los peatones cuándo tenían que cruzar la calle y cuándo lo estaban haciendo de forma incorrecta”, recordó un ex funcionario.

Lo cierto es que ya en 1983, cuando se postuló por primera vez para intendente, LA CAPITAL resaltaba la “memorable política agresiva que ejecutó al frente de la Dirección de Tránsito” durante el primer gobierno de Russak, y recordaba que se lo solía ver de madrugada “transitando con su vehículo particular atento a las transgresiones del reglamento del tránsito”.

En su regreso al municipio, Arroyo dependía de Roberto Sarasíbar, el secretario de Gobierno, quien a fines de 1991, a poco de asumir, había anticipado lo que este diario llamó un “nuevo orden en el tránsito”, a través de “la privatización del estacionamiento medido”, la “colocación de parquímetros en el microcentro, casillas con computadoras en las afueras de la ciudad para detectar infractores”, la posible “utilización del cepo”, la “contratación de policías para reformar el control del tránsito” y la vuelta de “las ‘zorritas’ (mujeres inspectoras de tránsito”), que “no vestirán minifaldas, sino joggins”.

En el marco de ese “nuevo orden”, Arroyo pronto asumiría también las funciones de director de Inspección General, en la que también hacía gala de su “mano dura”. Así, no le temblaba el pulso para encabezar operativos ampulosos en los que infraccionaba balnearios y clausuraba hoteles en plena temporada. Al punto que, a fines de 1994, debió afrontar una denuncia por “abuso de autoridad”.

Tanto impacto como esos operativos tuvo la acusación sobre supuesto uso de simbología nazi que, en enero de ese año, le formularon la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) y la Sociedad Unión Israelita Marplatense (SUIM). “Me siento muy mal y agredido gratuitamente”, respondió Arroyo. Y aunque admitió tener una estatuilla del mariscal alemán Erwin Rommel, dijo que se lo habían regalado y que, en todo caso, ese militar había sido asesinado por “oponerse al sistema nazi”.

– Los dirigentes judíos afirman que utiliza una esvástica en su uniforme… (le señaló entonces LA CAPITAL).

– Yo no usé uniforme jamás. No existe el uniforme para mí. Y que uso esvástica es una barbaridad que no sé de dónde salió, porque jamás la usé.

– ¿Por qué le dicen el “Zorro 1”? indagaba el diario (Erwin Rommel era conocido como el “Zorro del Desierto”).

– Dígame: ¿cómo llama la población de Mar del Plata a la policía de tránsito? Son los zorros. Y yo soy su jefe. Es elemental que yo sea “Zorro 1”.

Pero ese no fue el único dolor de cabeza para Arroyo. También a principios de 1994, el presidente del bloque radical, Oscar Pagni, denunció presuntas irregularidades en la toma de personal para la Dirección de Transporte y Tránsito. Uno de los interrogantes era por qué se había elegido la Escuela Media N° 2 ?la de Arroyo? para realizar los exámenes. Otro era por qué se habían elegido los coordinadores designados, entre los que se encontraba Susana Rivero, pareja de Arroyo y hoy subsecretaria de Educación.

“Ciclo agotado”

Este segundo y último paso de Arroyo en Tránsito e Inspección se extendió hasta septiembre de 1995, cuando renunció con sinsabores. “Consideré que había agotado mi ciclo. Hice todo lo que pude”, dijo.

Para entonces, el secretario de Gobierno era Gustavo Laya, con quien Arroyo admitía que no había tenido contactos en los últimos tiempos. Pero aclaró: “Nadie me pidió que presentara la renuncia; lo hice voluntaria y espontáneamente, considerando que era, tal vez, la única forma que tenía en este momento de contribuir a solucionar el problema que tiene la municipalidad”.

Arroyo argumentó que no contaba con personal suficiente, ni horas extras ni vehículos adecuados, por lo que “ya no tenía sentido seguir siendo una carga para los contribuyentes de la ciudad”.

Como punto positivo de su paso por el municipio, el funcionario marcaba “la reducción de los índices de accidentes casi en un 50 por ciento, debido fundamentalmente a las intensas campañas orientadas a los motociclistas”. Sin embargo, lamentaba que había estado “rodeado de muchas falencias, muy solo”.

La añoranza de esos tiempos volvió el año pasado. El 23 de marzo, le tocó encabezar como intendente una capacitación de tránsito para efectivos de la Policía Local. “Con mi experiencia al frente del área de tránsito, (sé que) hay algunos puntos que son fundamentales. El primero es cómo se deben acercar a un vehículo, las precauciones que deben tomar siempre. No se le puede hablar de cualquier manera al conductor. Segundo, conocer la psicología de la persona que maneja: significa qué tienen que decir y qué no ante esa situación para evitar un conflicto. Tercero, tener en cuenta que los jueces, debido al sistema legal vigente, son muy formalistas. Por lo tanto, si yo hago un acta de constatación y pongo mal la fecha o el lugar, quedará nula. La forma es fundamental. La letra se debe entender y deben ser exactos”.

Dos meses más tarde, insistió con su pasado en una declaración a la prensa. “Yo soy duro, no se olviden que me calificaron como Zorro Uno cuando estuve en Tránsito. Bueno, el Zorro Uno volvió, pero con más jerarquía y poder”.

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