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Opinión 6 de agosto de 2022

A 77 años del horror de Hiroshima y Nagasaki

Por Martín Balza

Hace setenta y siete años se consumó la mayor masacre contra la humanidad perpetrada durante el bien calificado “Siglo de la Destrucción”, el XX. El 7 de mayo de 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial en Europa. Poco antes ya se vislumbraba que la derrota de Japón era inminente. No obstante, el 5 de agosto, la base aérea de Tinián en el Pacífico recibió una orden del presidente estadounidense Harry S. Truman: “Mañana procedan con arreglo a lo previsto”. Nadie podía imaginar las consecuencias de esa escueta frase.

En las primeras horas del lunes 6 de agosto, la tripulación del bombardero cuatrimotor de hélice denominado Fortaleza Volante B-29 se aprestó a cumplir con su trágica misión; el comandante era el teniente coronel Paul W. Tibbets, que había bautizado a su máquina con el nombre de su madre, Enola Gay. El letal artefacto que portaba recibió el nombre de Little Boy (jovencito), era una bomba nuclear con una potencia equivalente a 20 mil toneladas de Trinitrotolueno (TNT). El objetivo no era militar, sino la ciudad japonesa de Hiroshima (400 mil habitantes y 900 km2 de superficie).

A las 08.15 hs, el apuntador del B-29 accionó el disparador sobre la población que se aprestaba a iniciar sus actividades matutinas. Cuarenta y tres segundos después bolas de fuego resplandecieron sobre la desprotegida e indefensa ciudad. Al regresar a la base de Tinián, los tripulantes del Enola Gay fueron recibidos como héroes.

Según versiones, la destrucción de la ciudad fue casi total, trenes y tranvías volaron por los aires, los automóviles se derritieron y miles de casas desaparecieron. Los muertos iniciales se calcularon en 80 mil y los residuales en 50 mil. Sobre la cruel matanza, el mismo día en Washington, Truman hizo una declaración pública y entre otras cosas dijo: “Hace dieciséis horas un avión estadounidense lanzó una bomba sobre la importante ciudad japonesa de Hiroshima. Poseía más de dos mil veces el poder explosivo del “Gran Slam” británico que es la bomba más grande que se haya empleado en la historia de la guerra. Es una bomba atómica. Es la subyugación del poder básico del universo. La energía de la cual el sol extrae su fuerza…”.

En la madrugada del 9 de agosto de 1945, a las 11 horas, otro B-29 llamado Bock’s Car, al mando del mayor Charles W. Sweeney, lanzó sobre la ciudad de Nagasaki, de 300 mil habitantes, otra bomba nuclear de 21 kilotones (21 mil toneladas de TNT), apodada Fat Man (hombre gordo). Las víctimas fatales se apreciaron en más 80 mil personas, entre ellas once prisioneros de guerra estadounidenses. Se repitieron las dantescas escenas de lo vivido en Hiroshima tres días antes.

Japón se rindió el 14 de agosto y la ceremonia de rendición, presidida por el general Douglas Mac Arthur, se llevó a cabo en el acorazado USS Missouri, en la bahía de Tokio, el 2 de septiembre de 1945. Después de seis años y un día, había finalizado la Segunda Guerra Mundial. Al respecto, el general británico John F.C. Fuller dijo: “La guerra en el Lejano Oriente, así como en Europa, se hacía, según se alegaba por las potencias aliadas occidentales, en nombre de la Justicia, de la Humanidad y del Cristianismo, sin embargo, se ganó por medios que dieron aspectos mongólicos a la guerra y con ello ‘mongolizaron’ la paz” (La Segunda Guerra Mundial, Ed. Rioplatense, pág. 522).

Teniente general Martín Balza: “Los políticos hacen las guerras por motivos políticos y económicos, pero mueren los civiles y soldados”

Es interesante señalar opiniones de destacados estadounidenses, sobre el empleo de las armas nucleares. El general Henry H. Arnold sentenció: “Ya antes de que se lanzara la bomba atómica sobre Hiroshima, la situación de Japón era desesperada” (Third Report, 12/11/45). El almirante Chester Nimitz: “Atribuye la capitulación de Japón directamente a la pérdida de buques mercantes” (Report on Bombing Japan, 7/10/45, pág. 1). Bernard Brodie –calificado por algunos como discípulo de Carl von Clausewitz– declaró: “Japón estaba derrotado por completo desde el punto de vista estratégico antes de emplearse contra él las bombas atómicas” (The Absolute Weapon: Atomic Power and World Order, 1946, Pág.92).

En Japón, en conjunto, las pérdidas y fracasos militares como los de Saipán, Filipinas y Okinawa tuvieron una importancia doblemente mayor que las bombas atómicas en inducir sobre la certidumbre de la derrota; no pocos aseguran que Japón se hubiera rendido aun cuando no se hubiesen empleado armas nucleares. La decisión de Truman fue un desacierto moral y nunca se arrepintió de ello. El 7 de agosto de 1945, el diario de la ciudad del Vaticano, L’Osservatore Romano, consignó: “La humanidad dio preferencia al odio e inventó instrumentos de odio. Hubo una competencia cada vez más destructiva en la tierra, en el agua y en el aire, convocando para este propósito a todos los dones espirituales y materiales dispensados por Dios. Esta guerra proporciona una conclusión catastrófica. Por increíble que sea, esta arma destructiva queda como una tentación para la posteridad, la cual, sabemos por amarga experiencia, aprende muy poco de la historia”.

*Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.



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