El 19 de septiembre de 1955 la Marina de Guerra bombardeó un sector del puerto marplatense y consiguió derrocar al presidente Juan Domingo Perón. Miles de vecinos tuvieron que huir de las bombas. Luego, la ciudad se vio sacudida por una ola de actos violentos. Un equipo de la Universidad de Mar del Plata reconstruyó los hechos mediante testimonios y fotos.
Por Gustavo Visciarelli
Edición digital: Lucía Castorina
“Íbamos por la calle, mamá estaba embarazada de Aldito, mi hermano más chico. Tenía una panza pobrecita, estaba por nacer. De ocho meses estaba. Cuando íbamos en la esquina de la iglesia Sagrada Familia, que estaba enfrente de mi casa, pero en la esquina,… se sentían unos ruidos… cayeron dos bombas en mi casa, justo. Íbamos caminando y había barro porque había llovido y se le hundía el zapato, teníamos miedo”. (Ninna)
El testimonio está incorporado al proyecto “La experiencia de la “gente común” durante los bombardeos a Mar del Plata del 19 de septiembre de 1955”, radicado en el Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales (Inhus), de la Facultad de Humanidades de la Unmdp, junto con el Archivo de la Imagen y la Palabra, del Centro de Estudios Históricos de la misma facultad. El trabajo compila cuarenta relatos de personas que en su infancia vivieron aquella jornada; y también fotografías -algunas inéditas y otras olvidadas- que son las que ilustran este artículo.
La investigación reconstruye de manera vivencial los hechos ocurridos el 19 de septiembre de 1955, cuando Mar del Plata fue un escenario crucial de la revolución que derrocó al presidente Juan Domingo Perón.
Arden los tanques de combustible del puerto. La columna de humo se vio desde localidades cercanas. En el techo de un galpón se observa una publicidad del gobierno depuesto.
A las 7.15, el crucero “9 de Julio” (uno de los buques de guerra apostados frente a la costa) bombardeó y destruyó 9 de los 11 tanques de YPF instalados en el puerto local, alcanzando también algunas viviendas del barrio circundante. Otras descargas cayeron cerca del Golf Club y dispersaron a las fuerzas de artillería leales a Perón que allí se habían ubicado. El terror que el ataque causó en la población no pueden disociarse de un antecedente inmediato: tres meses antes, el 16 de junio, habían bombardeado a la población civil en Plaza de Mayo.
En pocos minutos de bombardeo, el crucero 9 de Julio, apostado frente a la costa, destruyó nueve de los once tanques de combustible. A la izquierda, la central eléctrica 9 de Julio.
El movimiento revolucionario se había iniciado el 16 de septiembre en Córdoba y una Mar del Plata “ajena” a los sucesos militares, seguía los acontecimientos en la prensa local y nacional mediante la red nacional de radiodifusión y las emisoras uruguayas: “Radio Colonia”, “El Espectador” y “Carbe” que proporcionaban información alternativa”.
La investigación ratifica que los marplatenses se vieron sorprendidos por el bombardeo. Si bien el 18 de septiembre hubo un ultimátum de los rebeldes, este fue desoído por las autoridades militares, que recién iniciaron el operativo de evacuación de la franja costera al amanecer del día 19, cuando los buques de guerra estaban frente a la ciudad. Policías, bomberos y conscriptos salieron a avisar casa por casa en una acción que resultó insuficiente. Miles de vecinos del puerto, bajo la lluvia, escaparon de sus casas con el tronar de las primeras bombas.
“Pasaba la gente que venía corriendo, descalza, algunos en paños menores, como se decía en mi infancia, con lo que encontraron a mano, tratando de escapar de esa locura de vidrios rotos y la desesperación de no saber bien qué estaba pasando… muchas casas, a pesar de estar a muchas cuadras del epicentro del fuego de artillería, tuvieron roturas de vidrios… los relatos se repetían cada vez que había golpes de Estado, y el miedo a posibles bombardeos quedó en la gente…” (Ángel)
“La bomba que iba a caer sobre la vieja Usina tocó la chimenea de mi casa. Un minuto que podíamos haber quedado todos adentro (…) Imaginate, estábamos ahí y no quedaba nadie vivo”. (Ninna)
“Sentíamos que íbamos a morir quemados, mi papá gritaba: ‘corran, corran, vayámonos de acá’, narró Santa, que vivía en Irala entre Edison y Acha, desde donde vio las llamas de los tanques de combustible por encima de la central eléctrica 9 de Julio.
“Mucha gente se fue de acá, de la parte donde bombardearon. Porque bombardearon acá, a 80, 100 metros de 12 de Octubre como Elcano. Y después la primera que pegó fue en Martínez de Hoz, de la Usina, a 50 metros. ¡Pegó en el asfalto, hizo un boquete terrible!, un pozo hizo”. (Carmelo)
Una vivienda de Elcano al 3400 exhibe los daños. La versión oficial de que no hubo víctimas fatales no fue rebatida por posteriores investigaciones históricas.
“Nosotros vivíamos en una calle de barro, sin asfalto, por la zona del Asilo de Ancianos de ahora, por la calle Magallanes, ahí empezaron con las bombas. Mi papá ahí nos dice que nos vayamos porque caían esquirlas. En la cuadra de mi casa había un techo que habían roto, rompieron tejas, estoy hablando de a 30 cuadras de donde estaban los tanques de combustible que tiraban las bombas” (Kuke).
“Una bomba cayó en Arenales entre O’Higgins y Juan B. Justo, y otra en la librería Calvet, que estaba ahí en Juan B. Justo, de la otra mano… en la esquina había una lonería y prácticamente al lado un restaurante que estuvo años, y la vieja, para mí era más impactante porque a la vieja le cayó una esquirla, le sacó un ojo y tenía un ojo de vidrio y un pedazo de la cara… le faltaba la cara”. (Marco Verde)
Los relatos también reconstruyen la búsqueda de refugio de los vecinos portuarios en la casa de parientes o amigos, algunos de ellos domiciliados en barrios que consideraban seguros o en localidades cercanas donde pasaron varios días.
“Pasaban micros y camiones repletos de gente que escapaba. Pudimos subirnos a un camión y nos fuimos a la casa de unos paisanos calabreses de mis padres, creo que era por Chapadmalal, no estoy segura, a los dos días mi papá quiso volver porque estaba preocupado por la casa, yo no quería”. (Ernestina)
Otros, sin embargo, se arriesgaron a quedarse, como Giuseppe, cuyo domicilio había sido dañado por una bomba: “Yo dormí en mi casa esa noche porque yo ya tenía un tallercito en mi casa, yo trabajaba en una relojería importante del puerto (Schiffini) pero, además, la gente me daba relojes para arreglar (…) Para evitar saqueos, porque yo tenía un tallercito ahí con algunos relojes todavía. Y después la Marina me pagó los relojes que se rompieron, mi viejo gestionó todo eso. Y dormí con la cama cubierta de vidrios y cosas, me metí ahí, pero estaba constantemente en alerta. Como que no dormí, escuchaba ruidos y… estaba en alerta, escuchaba cualquier ruido y me exaltaba”.
El terror se trasladó a la zona de la Estación del Ferrocarril, cuyos vecinos se autoevacuaron ante el rumor de que la bombardearían por tratarse de un objetivo militar.
“Yo recuerdo que me desperté con el ruido, pensé que eran truenos, después, con mi tía, salimos a la calle y vimos el humo, todos los vecinos afuera. Nos avisaron que teníamos que desalojar las viviendas, porque iban a atacar la estación de tren, que estaba cerca, así que fuimos a casa de un primo. Yo tenía 9 años, escuchaban lo que estaba pasando por radio de Uruguay. Los chicos jugábamos, pero no me olvido de ese día”.
El 20 de septiembre, consumado el derrocamiento de Perón, “la violencia política se materializó en estallidos de furia destructiva sobre edificios públicos y residencias de personalidades locales y nacionales, representativas del peronismo”.
El 20 de septiembre, grupos antiperonistas salieron a manifestarse por el centro de la ciudad. Hubo hechos vandálicos contra dependencias identificadas con el gobierno depuesto.
En la investigación se detalla que grupos antiperonistas recorrieron el microcentro, para concentrarse en la Municipalidad y también en el viceconsulado uruguayo (Alberti e Yrigoyen) para agradecer el “apoyo logístico y radiofónico brindado por las autoridades de la República Oriental al golpe de Estado”.
“Los disturbios, impulsados por los interventores militares a cargo de la ciudad se sucedían ininterrumpidamente en un denso clima político de “zonas liberadas” y revanchismo”. En la memoria de los testigos están grabadas las escenas de aquella jornada. Bustos de Perón y Eva Duarte arrastrados y destruidos en las calles céntricas. Carteles indicadores de la entonces avenida Eva Perón (Independencia) arrancados y esparcidos en la calzada. Presos políticos liberados de la comisaría primera, que fue vandalizada.
Sedes gremiales como la CGT, el hotel de Petroleros (Rivadavia entre Corrientes y Entre Ríos) y el Sindicato de Empleados de Comercio (Córdoba entre Rivadavia y San Martín), que había sido inaugurado por Perón en 1954, sufrieron la destrucción o quema de su mobiliario.
Emilio Gabbanelli, que tenía 14 años y vivía en Castelli casi Entre Ríos, recordó que “algunos vecinos de su barrio tomaron por asalto la Unidad Básica ubicada en Buenos Aires entre Alberti y Rawson, y que los materiales arrasados fueron quemados en la calle. La gente rodeaba la fogata y festejaba como en las celebraciones de San Juan, San Pedro y San Pablo”.
El Sindicato de Empleados de Comercio (Córdoba entre Rivadavia y San Martín) fue saqueado y destruido. La biblioteca y otros elementos fueron incinerados en la calle.
Noris Cremonte narró que “la sede de la Unión Gastronómica, en Salta entre Belgrano y Rivadavia, fue invadida por un gentío que arrojó por la ventana del primer piso máquinas de escribir, mobiliario y retratos de Perón y Evita que eran aplastados por dos coches que pasaban sobre ellos. En el portal de su casa, en la misma manzana del sindicato, un militante gremial fue golpeado por manifestantes que intentaron lincharlo en uno de los árboles de la vereda“.
Dora Scarlatta, hija del fundador del gremio de peluqueros de la ciudad, recordó que en el Hospital Mar del Plata (hoy Materno Infantil) “habían prendido fuego sábanas, almohadas y respiradores”.
La depredación llegó también a las viviendas de veraneo del gobernador bonaerense, mayor Carlos Aloé; del general Franklin Lucero (Tucumán y Quintana); del ministro de Guerra, general José Humberto Sosa Molina; de la diputada Delia Degliuomini de Parod, del empresario Jorge Antonio (Rodríguez Peña y Lavalle) y a la residencia permanente del jefe de la Escuela de Antiaérea 601, coronel José María Pérez Villalobos (14 de Julio y Gascón).
Roberto recordó que al anochecer del 19 recorrió la ciudad junto a su padre. En Los Troncos se detuvieron frente al chalet del general Lucero. “Había mucha gente que entraba y salía con cosas, que habían hecho como dos fogatas, que tiraban las cosas así y las prendían fuego… muebles, sillones, libros… le destrozaron la casa al tipo”.
“Después -añadió Roberto- pasamos por la que era la de Jorge Antonio. A la tarde la habían saqueado, por los comentarios, pero a esa hora de la noche la habían prendido fuego. Eran como las diez, once de la noche, en esa época ni las pulgas andaban, y era un día de lluvia. Y lo que me resultó dantesco fue la casa del tipo, las dos plantas, planta alta y planta baja, todo prendido fuego. Y por el viento los postigones se abrían y se cerraban, entonces cuando se abrían y se cerraban vos veías todo el fuego adentro… era dantesco.”
La investigación reseñada en este artículo fue realizada en el Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales (Inhus, Conicet-Unmdp) de la Facultad de Humanidades. Su director es el Dr. Miguel Ángel Taroncher. La investigación contó con la colaboración del Lic. Francisco Santillán, la profesora Silvina Maté; el profesor Esteban Soroeta, periodista, docente secundario y el estudiante de Profesorado en Historia Leonel Amor Pawlowski.