Interés general

Adiós a un héroe anónimo

Por Bruno Verdenelli

En el viejo periodismo, ese que parece muerto por la superficialidad de los programas televisivos de entretenimiento en los que se habla con liviandad de todo y la premura de los portales de internet, había una regla que jamás se debía romper. Estaba prohibido expresarse en primera persona. Hoy me voy a permitir obviarla para describir al suboficial Javier Gallardo, uno de los 44 submarinistas desaparecidos mientras cumplían servicio en las aguas del sur del país.

Me negué a hacer esta columna hasta último momento. Rechazaba la posibilidad de que los tripulantes del ARA San Juan no fueran a volver a tierra. Pero, en definitiva, la figura de Javier puede servir para representar la idea de que todos ellos fueron héroes anónimos, y por eso bien vale, como reconocimiento, este humilde homenaje.

“Javi”, soltero, de 48 años, siempre admitió dos pasiones. Lo conocí por una de ellas: Boca Juniors. Viajamos muchas veces desde Mar del Plata hasta La Bombonera y yo, siempre que podía, me sentaba a su lado en el asiento del colectivo de la Peña “Roberto Mouzo”. Era la típica persona que uno quiere tener cerca: cálido, generoso y simple… Nunca un comentario de más ni mucho menos una queja, incluso tras una derrota y con el micro roto en plena madrugada de lunes sobre la ruta 2.

Mates, galletitas, sandwiches, cerveza o lo que tuviera a su alcance lo compartía con el resto. De hecho, así comenzó mi primera charla con él, hace algunos años. Me ofreció “un verde” y me contó que de joven había dado la vuelta al mundo en la Fragata Libertad y que ahora acababa de volver de Washington, donde había residido dos temporadas designado por la Armada, su otra pasión.

No hablaba mucho, pero sí lo justo. Hacía. Siempre hacía. Cualquiera que fuera a la Peña podía encontrarlo limpiando, haciendo la cena para todos los que se quedaran a comer, lavando los platos u ordenando alimentos para donar a algún comedor de la ciudad. No tenía las características de un líder de grupo: no tomaba la palabra seguido, no levantaba la voz y jamás buscaba ser el centro. Era como un 5. Un 5 de Boca. De esos que corren y se sacrifican para que los demás se luzcan. Y parecía tener prohibido hacer alarde de cualquiera de sus actitudes o aptitudes para sacar réditos.

A mí siempre me sorprendió esa característica suya. Siempre la asocié con su formación de marino. Se me ocurría y se me ocurre que los entrenan para siempre ser funcionales y estar al servicio de un grupo, de un equipo cuyo objetivo conjunto está por encima de cualquier individualidad.

Otro domingo perdido de los últimos años tuve el placer de viajar a La Boca en su auto. Fuimos con su padre, Francisco. Yo, hasta ese momento, sólo sabía que él también había sido miembro de la Armada, una institución a la que nada me unió ni me une más que estas anécdotas que narro.

Francisco hablaba poco, al igual que Javier. Pero en determinado momento ellos mismos me contaron que el hombre, ya retirado, había peleado en Malvinas. Sólo eso. Nada más. Y eso que, entre los dos, debían tener mil historias.

De una de ellas terminé por enterarme durante esta trágica y desesperante semana que pasó. En realidad, Francisco es un héroe de guerra: estuvo en el Submarino San Luis que permaneció 39 días sumergido y logró engañar a la marina británica, tal vez la más poderosa del planeta. Sobrevivió y le transmitió su pasión a su hijo mayor, que decidió seguirle los pasos y resignó hasta la chance de formar una familia por amor a su profesión. Por devoción a la bandera y al submarino que tanto admiraba.

Y también le transmitió su amor por Boca. Tal vez debido a eso era que, aproximándose a cada puerto del mundo, “Javi” buscaba señal en su teléfono celular y averiguaba las últimas novedades del club. “Antes era mucho más difícil: nos embarcábamos y no me enteraba nada de la familia ni de Boca por semanas enteras”, me contó una vez, durante un viaje.

En la última reunión de Comisión Directiva a la que él asistió y yo no por mi trabajo, que también es una de mis pasiones, Javier comunicó que se venía su última travesía en submarino, su misión final. Y reveló que, al regresar a tierra, pasaría a ocupar un puesto administrativo en la Base Naval, previo al retiro. Todos los presentes celebraron porque ahora estaría aún más cerca de ellos.

Fui compañero de Javier, no amigo, y hoy lo lamento. Debería haberlo sido. Porque me bastaron los momentos que compartimos para darme cuenta de que él hacía mejores a las personas que tenía al lado. Era un argentino de esos que todos los días ponen la cara y el pecho en silencio para sacarnos adelante como sociedad. Un héroe anónimo.

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