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Opinión 9 de marzo de 2025

Acuerdo con el Fondo mata criptogate

Por Jorge Raventos

La noche del sábado 1 de marzo, al inaugurar el período 2025 de sesiones ordinarias del Congreso, Javier Milei no introdujo demasiados cambios en su guión habitual, pero sí ofreció dos novedades: la primera fue la sugerencia de que ya está en las gateras el esperado acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. No dio detalles (días después, Luis Caputo le pondría fecha aproximada: dentro del primer cuatrimestre, es decir antes de mayo), solo anticipó que cuando estuviera listo pediría la aprobación del Congreso; sin embargo días después se sabría que se adelantará y lo autorizará vía decreto de necesidad y urgencia, en un nuevo desafío al Poder Legislativo .

La segunda novedad del sábado 1 fue que el Presidente  contuvo considerablemente su habitual vehemencia verbal, quizás una señal de que todavía no se había inclinado por el DNU como vía de aprobación del acuerdo con el Fondo y calculaba que iba a necesitar mucho mayor apoyo de los legisladores:  el FMI exige el aval institucional del Congreso. A través del DNU el gobierno podría legalmente avanzar en el acuerdo mientras no exista un rechazo de ambas cámaras y al mismo tiempo estaría en condiciones de esgrimir ante el Fondo el argumento de que el Poder Legislativo interviene en el proceso. Puede ser controvertible, pero a menos que haya una inesperada resistencia legislativa, el razonamiento sería admitido en el Fondo. Y, en cualquier caso, la Casa Rosada prefiere discutir sobre el DNU y el acuerdo con el Fondo que sobre el criptogate.

En general, la presentación del presidente en el Congreso, el sábado 1 de marzo exhibió una anomalía diferente a la de un año atrás; en 2024 Milei  inauguró las sesiones de espaldas al recinto legislativo: esta vez, en cambio, se resignó a hablar para menos de la mitad de los legisladores, porque la mayoría de ellos decidieron ausentarse; estuvo rodeado por los propios –pocos en las bancas, numerosos en palcos y galerías- y por escasos representantes de otros partidos, entre  aliados y  dialoguistas.

Atmósfera nerviosa

La atmósfera que rodeaba la asamblea legislativa no era demasiado auspiciosa para el gobierno. Desde que Milei emitió el ya célebre mensaje promocional del memecoin $Libra que derivó en lo que la revista Forbes calificó como “el robo más grande de la historia de las criptomonedas”, la Casa Rosada soporta una lluvia ácida de sospechas, pedidos de investigación y denuncias judiciales, tanto localmente como en el exterior. Ese clima nervioso determinó varios errores no forzados del entorno presidencial (el más notorio: la interrupción de una entrevista televisiva de Milei por su asesor Santiago Caputo, que por un lado operó como efecto de revelación sobre las relaciones entre el poder y cierto periodismo y por el otro sugirió que , al menos en algunas materias, el asesor controla al Presidente).

Además, en vísperas de la reapertura de las sesiones ordinarias del Congreso Milei decidió resolver por decreto la designación de dos  jueces en la Corte Suprema pese a que el Senado ya estaba tratando el asunto. El procedimiento elegido, más allá de su controvertida constitucionalidad (que, sin embargo,  la Corte zanjó favorablemente al tomarle juramento a uno de ellos) tensaba las relaciones entre el Legislativo y un Ejecutivo al que el Congreso asigna pulsiones avasallantes.

¿A qué obedece el empeño presidencial en imponer dos cortesanos (particularmente a uno que ha sido fuertemente resistido, como Ariel Lijo) ? En una columna que publicó esta semana en La Nación, Joaquín Morales Solá introdujo un datro interesante: “ Según fuentes inmejorables, un conocido grupo económico argentino, que tiene afinidades recientes con Milei, sería fundamental para el impulso del oficialismo a Lijo, con quien aquel grupo tiene una histórica y buena relación”.

El episodio suscitado por la intervención del diputado Facundo Manes que, desde su banca y sin micrófono abierto, blandió un tomo de la Constitución e hizo alusiones a la criptoestafa y al nombramiento por decreto de los magistrados, no hubiera pasado de una apostilla si la respuesta airada de Milei desde el estrado presidencial y, posteriormente, la reacción amenazante del asesor Santiago Caputo no le hubieran elevado el valor noticioso, que revuelve temas de los que el oficialismo prefiere no hablar. Errores no forzados.

Pasa, no pasa

En el caso de la Corte, el Congreso se apresta a tratar los pliegos de  Lijo y Manuel García Mansilla. La situación de ambos es ahora diferente. García Mansilla ya integra la Corte (en comisión, por un año), Lijo puso como condición para integrarse en iguales términos que se le concediera licencia en el juzgado federal que ocupa: no quería perder esa silla a cambio de una provisoria. La licencia le fue denegada por la Corte (para sorpresa de la Casa Rosada, el recién incorporado García Mansilla votó por el rechazo junto a Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz). Ahora a Lijo solo le queda dar marcha atrás y renunciar al juzgado para jurar en comisión o esperar un acuerdo del Senado que le permitiría abandonar su cargo actual con un sitial cortesano bien atornillado.

Pero, en  caso de que el Senado rechace a los dos candidatos, García Mansilla, que ya forma parte de la Corte, tendrá asegurada su permanencia hasta que concluya su período de comisión. Lijo, en cambio, quedaría fuera del alto tribunal (pero con su juzgado federal asegurado hasta la jubilación).

En el cálculo político del gobierno las incorporaciones tenían el sentido de conformar una Corte “propia”, y pensaban apoyarse en una mayoría coordinada por quien ha sido señalado como gestor de la idea,  el juez Ricardo Lorenzetti. Con todo, el primer producto de la Corte renovada ha exhibido a Lorenzetti aislado y a García Mansilla aliado a los dos cortesanos más antiguos. No cabe deducir que se haya formado una mayoría automática, pero sí, probablemente, que se esboza una “minoría automática”: Lorenzetti seguramente verá postergado su deseo de volver a presidir la Corte. Y el gobierno tendrá que asimilar la idea de que hay poderes que están fuera del control de la Casa Rosada. Al fin de cuentas, eso está prescripto en la Constitución que esgrimía el diputado Manes el sábado 1 desde su banca.

¡A la carga Barracas!

Un tanto suavizado el tono con el Congreso, el Presidente canaliza su energía polémica con otros, abundantes,  adversarios. Reitera los ataques al periodismo crítico, y a los economistas que objetan sus juicios apodícticos sobre la relación peso-dólar; pero eso, si se quiere, ya forma parte del paisaje.

Lo que hay que subrayar como novedad es la guerra en la que parece haberse embarcado  contra el Grupo Clarín y, un poco antes, contra Techint. Se trata de dos importantes actores de la escena productiva nacional. A Paolo Roca, el número uno de  Techint (y por debajo de él a “los empresarios que no invierten y quieren mantener una vida fastuosa”) Milei los señala como grandes titiriteros de las políticas devaluatorias. “Me repugnan”, confiesa.

A Clarín, que acaba de concretar la compra de Telefónica por Telecom, (una empresa que ya pertenece al grupo), el Presidente le advierte que impedirá que se concrete esa unión y promete  que el Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom) le pondrá obstáculos insalvables.

La otra pelea de Milei es con el jefe de su principal apoyo legislativo, con Mauricio Macri. Y, de parte del Presidente, esa lucha parece una de pulatino exterminio.

¿No son demasiadas peleas en simultáneo?. Probablemente Milei considera que este es el momento de conquistar más espacio, cuando la oposición política luce desconcertada, dividida e impotente. Pero, como apuntó Procopio de Cesárea hace veinte siglos, “aquellos que considerándose victoriosos se enaltecen con sus logros acaban destruidos más fácilmente que aquellos que actúan con profundo respeto hacia el enemigo”.

Otra jugada táctica del gobierno merece mantenerse bajo análisis. Golpeando sobre lo que constituye un punto vulnerable del gobierno bonaerense, el Presidente decidió atacar al gobernador Axel Kicilof y hasta insinuar una (políticamente inviable) intervención federal a la Provincia. Esa jugada tuvo el efecto de fortalecer relativamente a Kiciloff: lo elevó a la categoría de rival del Presidente y empujó a sus competidores internos (particularmente la señora de Kirchner y su hijo) a cerrar filas detrás de él. ¿Milei considera que es más redituable para su fuerza  polarizar con el gobernador que con la ex vicepresidenta? Ese movimiento le permite a Kicillof avanzar en la diferenciación política que pedía (“nuevas canciones”) con menor costo interno que si  se viera obligado a pulsear abiertamente con el cristinismo.

En rigor, Kicillof venía intentando mantener un diálogo institucional con el poder central y le cerraban la puerta en la cara. La catástrofe climática que golpeó la provincia este fin de semana dio la oportunidad de que ambos poderes se encuentren, momentáneamente, en el plano sensato de la cooperación frente a la emergencia.

El padre de todas las batallas

Si Milei se siente en fuerza para emprender muchas batallas simultáneas, es porque se considera respaldado por Donald Trump. Y Trump lo confirma con constantes elogios. Milei necesita que, además, el gobierno de Washington termine de cerrar las mejores condiciones para el acuerdo con el Fondo (aaspira a obtener fondos de libre disponibilidad que le permitan seguir interviniendo en el mercado cambiario). Y espera también  que lo acoja en sus brazos en el mercado común con Estados Unidos que el presidente argentino ansía (“Es mi prioridad”, dijo). En este sentido, Trump responde con generalidades: “Consideraría cualquier cosa”, respondió cuando le preguntaron si aceptaría el acuerdo de libre comercio con Argentina. Ni sí, ni no, ni blanco, ni negro. Para el republicano el comercio con Argentina (en el que Estados Unidos ya opera con importante superávit) es pequeño y poco significativo. Milei le interesa principalmente por motivos geopolíticos y, quizás, hasta personales: el presidente argentino es probablemente la autoridad extranjera que más lo halaga.