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La Ciudad 7 de abril de 2019

Apuntes para un retrato de María del Carmen Maggi

En 1974 fue designada decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad Católica. Un año después, la secuestraron de su casa. Su cuerpo apareció en Mar Chiquita un día antes del golpe de Estado.

María del Carmen Maggi.

por Rita Mónica Novo

“Porque ésa es la única vida real para mí: vivir en el pensamiento de otro”. Milan Kundera

Hace veinticuatro años la Universidad Nacional de Mar del Plata (Unmdp) imponía el nombre de María del Carmen Maggi a su Aula Magna en el complejo universitario.

El acto emotivo tenía lugar en el vigésimo aniversario de su trágica desaparición el 9 de mayo de 1975 en el marco de violencia criminal que se desataba en el país. Desde entonces distintos homenajes la recordaron como víctima de esa infamia que puso fin a su vida. Se la ha recordado por la trágica y aberrante circunstancia de su muerte.

Milan Kundera nos ha interpelado como pocos en su novela La inmortalidad acerca de la trascendencia en su forma mundana, lejos de la escatología o la religión, sino simplemente como una forma de permanecer entre los vivos, de perdurar en el recuerdo. La última imagen de “Coca”, así la conocíamos todos, fue la que difundió la crónica periodística, signada por el horror de un crimen que había rasgado las fibras más sensibles de una comunidad y que no resistía análisis ni justificación, ni siquiera entre los que pudieran considerarse ocasionales adversarios. La muerte temprana y las condiciones siniestras en que se produjo se fijaron en la memoria de la comunidad, como si a partir de ella se pudiera dar cuenta de quién era.

Como los protagonistas de las historias de los antiguos griegos, por quienes tenía predilección, ella era una heroína cuya hazaña consistía en alcanzar un logro preciado para la mayoría de los mortales y que por ello merecía ser recordada en una historia. Su hazaña fue la del saber, su extraordinaria entrega al conocimiento.

Desde muy joven se destacó en sus estudios, mostrando no sólo una inteligencia poco usual sino una notable voluntad de superación. Fue una de las primeras graduadas de la Universidad Católica de Mar del Plata, distinguida con la Medalla de Oro al mayor promedio, no sólo en una disciplina sino en dos. Cursó y concluyó a la vez sus estudios en Filosofía y en Letras y recibió los títulos de Profesora y Licenciada en Filosofía y Profesora y Licenciada en Letras. Fue un camino arduo y con escollos que transitó durante cinco años (el tiempo exacto estipulado en los planes de estudios para cada una de las carreras), en los que además comenzó a desempeñarse como docente en distintos ámbitos de la educación.

Su huella fue perdurable y poco después su nombre estaba asociado a aquella hazaña, había logrado con excelencia culminar sus estudios, de modo excepcional, en dos carreras. Hasta aquel momento en que su figura apareció en la crónica periodística del 9 de mayo de 1975, su fama se albergaba en ese logro, a tal punto que los nuevos ingresantes pronto tomaban contacto con su historia y algunos no podían menos que considerarla un estímulo que alentara sus propias expectativas acerca de reeditar su hazaña.

Su vínculo con el conocimiento no fue un obstáculo para su relación con los demás. En todos los ámbitos de su vida personal, familiar y profesional se destacó por su sensibilidad, su generosidad, su humildad y su compromiso. Tenía un don especial que se ponía particularmente de manifiesto en su cultivo de la amistad. Poetas, dramaturgos, escritores, psicólogos, estudiosos de la filosofía, escultores, artistas independientes, se reunían en aquellas tertulias nocturnas, en algún café céntrico de la ciudad, convocados por su amistad. Sin proponérselo era la perfecta anfitriona que generaba un espacio en el que diversidad de opiniones sobre el mundo y los asuntos humanos quedaban expuestas bajo su arbitraje y el amparo de su amistad.

En 1974, poco antes de cumplir los treinta años fue designada Decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad Católica. Su nombre surgió del consenso casi unánime de los tres claustros que la integraban. Docentes, alumnos y no docentes no dudaron en proponerla por la confianza y admiración que inspiraba. Asumió la tarea con responsabilidad y entrega, sumando horas interminables de trabajo, buscando acuerdos, sin claudicar ante las circunstancias adversas y sin ceder jamás ante la violencia. No buscó estar en ese lugar, simplemente lo aceptó.

El proceso que se había iniciado unos meses antes para que la Universidad Católica se integrara a la Universidad Provincial estaba consolidado, solo restaban aspectos operativos para su concreción y sus colegas, los que habían sido sus profesores, sus alumnos y todos sus compañeros en ese ámbito universitario no dudaron en elegirla para llevarlo a su culminación. Lo que vino después no fue una consecuencia. Su compromiso con la educación pública nada tuvo que ver con lo ominoso, no hay causas para el crimen que la arrancó de aquella historia en la que había elegido protagonizar su gesta.

La comunidad universitaria tiene en ella un ejemplo de perseverancia, superación y excelencia personal y académica para reflexionar sobre sus propias prácticas, sus metas, y su compromiso con la sociedad, para anteponer la verdad y el juicio crítico ante cualquier intento de socavar la libertad de pensamiento y acción y para repudiar la violencia.



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