El País

Argentina, en la nueva guerra de las tierras raras entre Estados Unidos y China

Estados Unidos y China libran una nueva disputa por el control de las tierras raras, minerales estratégicos que impulsan la tecnología del siglo XXI. Argentina aparece como un actor clave, con enormes reservas aún sin industrializar, en medio de un debate que mezcla geopolítica, inversión y seguridad tecnológica.

 

Por Marcelo Pasetti

@marcelopasetti

Scott Bessent, secretario del Tesoro de Estados Unidos, dijo algo que pasó casi inadvertido entre los anuncios financieros de los últimos días: “Argentina tiene un gran potencial en tierras raras y estamos dispuestos a acompañar su desarrollo”.

La frase, en apariencia técnica, condensa una jugada geopolítica de fondo. Las tierras raras son los minerales que mueven la economía del futuro —imanes, chips, baterías, defensa, satélites— y el tablero global está dominado por una sola potencia: China.

Durante años, Pekín controló más del 70% de la producción mundial y casi la totalidad del procesamiento. Washington, Bruselas, Tokio y Canberra dependen de esa cadena.

Cuando China limita exportaciones —como hizo este año con los imanes de neodimio y disprosio—, las alarmas suenan en los cuarteles y los laboratorios del mundo. No se trata solo de comercio: es poder.

 

Por eso el tema reaparece de la mano de Bessent y del acuerdo financiero entre Estados Unidos y Argentina. No se trata solo de dólares. Se trata de minerales.

En Washington observan a América Latina como un terreno clave para diversificar su aprovisionamiento estratégico. Y Milei, que ha hecho de su alineamiento con Occidente una bandera, parece decidido a abrir esa puerta.

Sin dudas, este será uno de los temas que estarán en la agenda del encuentro que este martes mantendrán Donald Trump y Javier Milei en Estados Unidos.

Bessent lo dijo sin rodeos: el gobierno argentino “tiene el compromiso de sacar a China de la Argentina”. En esa frase hay más que un guiño diplomático: hay un nuevo mapa en construcción.

 

 

De hecho, mientras se celebraba en el gobierno argentino el acuerdo logrado entre EE. UU. y Argentina, Donald Trump arremetía con inusitada dureza contra la política comercial de China en una publicación en su plataforma Truth Social, en la que dejó en claro que no se reunirá con Xi Jinping.

“Tenía previsto reunirme con el presidente Xi en dos semanas, en la APEC, en Corea del Sur, pero ahora parece que no hay motivo para hacerlo”, remarcó. Recordó que no conversó últimamente con el presidente de China porque “no había motivo para hacerlo”. “¡Están sucediendo cosas muy extrañas en China! Se están volviendo muy hostiles y están enviando cartas a países de todo el mundo para anunciar que quieren imponer controles de exportación a todos los elementos de producción relacionados con tierras raras, y prácticamente a cualquier otra cosa que se les ocurra, incluso si no se fabrica en China”, escribió Trump.

El tablero mineral

Las tierras raras —diecisiete elementos con nombres tan exóticos como itrio, lantano o terbio— son el insumo invisible de casi toda tecnología moderna.

No son tan escasas en la corteza terrestre, pero sí difíciles de extraer y procesar sin afectar el ambiente. Su importancia radica en que permiten fabricar imanes de alto rendimiento, baterías recargables, turbinas eólicas, chips, pantallas, satélites y sistemas de defensa. China domina esta ingeniería y gran parte del procesamiento, mientras que Estados Unidos busca socios que puedan garantizar suministro sin pasar por Pekín.

 

 

En este contexto, Argentina aparece como una pieza por explorar. Según el Servicio Geológico Minero (Segemar), el país tiene más de 190.000 toneladas identificadas y un potencial de 3,3 millones de toneladas, con depósitos en Salta, Jujuy, San Luis, Córdoba y hasta en la plataforma continental. Una promesa enterrada bajo tierra.

El problema, como siempre, no está bajo tierra sino sobre ella: hoy no hay en el país infraestructura suficiente para procesarlas. Exportar el mineral sin industrializarlo equivaldría a repetir la vieja historia del cobre chileno o del litio argentino: valor agregado afuera, huella ambiental adentro.

El interés de Estados Unidos no es nuevo, pero se acelera con el clima de rivalidad global. China considera las tierras raras una “cuestión de seguridad nacional” y endureció sus licencias de exportación.

Washington, a su vez, impulsa acuerdos con países aliados —Australia, Canadá, México— y mira al sur con nuevos ojos.

En ese esquema, Argentina puede transformarse en socio o en escenario. Dependerá de cómo negocie.

 

 

“El debate en el mundo que se está dando es por algo que llama tierras raras”, expresaba meses atrás el empresario periodístico Daniel Hadad en una entrevista, y daba un ejemplo claro: “este celular tiene una batería que cada vez dura más, y todos pensamos que está hecha de litio. Y está hecho de litio y de cinco minerales raros más, que a la Argentina le sobran. La guerra entre China y los Estados Unidos se está dando ya, y no la vemos porque se da en el espacio. ¿Qué se hacen? Se tocan satélites, se los desvían”.

Y añadía: “los chinos te ponen una base en Neuquén para obstaculizar la visión de los satélites americanos. Ahora están poniendo otra igual en San Juan. Argentina no sé por qué toma partido en este tema, y encima lo toma del lado menos democrático. Para hacer eso, hace falta satélites que se hacen con estos materiales que a la Argentina le sobran. Yo no escuché el debate acá en la Argentina”, completó Hadad.

Potencial y dilema

El dilema argentino es doble. Por un lado, aprovechar el momento para atraer inversión, tecnología y empleo en sectores de punta. Por otro, evitar caer en la lógica extractivista que deja poco y contamina mucho.

Si el país logra desarrollar una política minera de Estado —con reglas claras, participación tecnológica local y control ambiental serio— podría entrar a una liga que hasta ahora le fue ajena. Si no, será otro capítulo de oportunidades perdidas.

Las tierras raras son la llave del siglo XXI. Son la base invisible de la tecnología moderna y de la seguridad estratégica global. En esta guerra silenciosa entre Washington y Pekín, Argentina aparece en el mapa. Habrá que ver si esta vez juega como protagonista o solo presta el terreno.

 

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