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Opinión 7 de abril de 2018

Arroyo y una mente que lo condena al papel de bonsai político

Por Adrián Freijo

La payasada montada en la madrugada por el propio intendente y su gabinete para bajar un cártel de un centro comercial define claramente las prioridades del poder.

Los pocos testigos que a esa hora transitaban por las inmediaciones del Paseo Aldrey no podían dar crédito a lo que observaban: el intendente Carlos Arroyo, casi todo su gabinete, decenas de policías, grúas, automóviles, camionetas, se hicieron presente en formación casi militar en el lugar con el pomposo andar de las tropas de Erwin Rommel entrando en Trípoli.

¿Operativo de seguridad?, ¿control de alcoholemia?, ¿búsqueda de drogas?, ¿acción coordinada para rescatar gente en situación de calle?, nada de eso; solo se trataba de bajar un cartel.

O mejor dicho de disfrutar como una venganza personal algo que en todo caso no debió pasar de un acto administrativo.

Más allá de la legalidad del procedimiento –si el juez no había habilitado días y horas inhábiles hacerlo a la hora en la que se hizo sería violatorio de los derechos del denunciado– no puede menos que llamar la atención la voluntad provocadora de un hombre que no termina de entender que encarna la representación del estado de General Pueyrredón y no el el rol de encargado de imponer a todos sus habitantes su visión conflictiva, autoritaria y aislacionista de la realidad.

Arroyo se siente un adalid de la lucha contra poderes ocultos; un papel que nadie le ha pedido ya que en Mar del Plata esos poderes ocultos no existen.

Como en cada gran conglomerado urbano del mundo entero, en el nuestro también existen grupos económicos que adquieren por su propio peso una fuerte incidencia en la comunidad. Pero que también dan centenares de puestos de trabajo e invierten millones de pesos en la ciudad.

Y lo hacen en un escenario de riesgo e inestabilidad permanente, siempre montado por políticos mediocres, pretendidamente iluminados y envidiosos del éxito ajeno como desde el primer día de su mandato demostró ser el actual intendente.

¿Puede Mar del Plata levantarse sin inversión privada?, ¿puede seguir ajena a la realidad que indica que está gobernada por un hombre que aborrece al emprendedor privado y quiere por ello terminar con los empresarios teatrales, con las empresas pesqueras, con los martilleros públicos y con todo aquel que se muestre capaz de ganar dinero sin tener que recurrir a la teta del estado como el intendente y su familia?

En la ciudad líder en desocupación, la que entrado abril ni siquiera tiene un presupuesto para encarar las obligaciones del municipio, la que debe ser asistida mes a mes para poder pagar los sueldos del sector público y depende de terceros para poner tan solo un metro de asfalto, la que ve caer a pedazos la pesca, la que no puede recoger su basura ni contener la marginalidad que se apropia de sus principales lugares como una gran e imparable mancha de aceite, Arroyo pudo, por fin, realizar un acto de gobierno: retiró un cartel, escondido en las sombras de la madrugada.

Triste…pero cierto.