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Opinión 4 de junio de 2023

Atacan al nuevo Arzobispo, al Papa y al acuerdo político

Panorama político nacional de los últimos siete días

El papa Francisco.

 

Por Jorge Raventos

La designación de Jorge García Cuerva, hasta hace una semana obispo de Río Gallegos, como nuevo arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, ha ofrecido una nueva oportunidad para que se ponga de manifiesto la lógica de la grieta, en este caso en su expresión más agresiva y exasperada (afortunadamente en proceso de remisión).

Resentimiento y grieta

El sucesor del arzobispo Mario Poli, que se retira a los 75 años según los procedimientos vaticanos, es un hombre joven, nacido en los volcánicos años 60, absorbido por la atmósfera de época durante su primera juventud, en los años setenta y principios de los ochenta, en los que combinó sus estudios de Derecho y su activismo misional en barrios populares. A mitad de los años 80 se despertó fuertemente en él la vocación religiosa y se incorporó al seminario. Fue ordenado sacerdote durante los años 90. No dejó su preferencia por el trabajo en villas de emergencia y barriadas pobres, se ocupó de la población carcelaria y paralelamente se doctoró en Teología y Derecho Canónico.

Esos antecedentes generacionales (sumados al hecho de que fue el Papa Francisco quien lo elevó a la jerarquía arzobispal) han sido esgrimidos para volcar sobre García Cuerva un cargamento de maledicencia.” Hoy nos despertamos con una nueva certeza: la iglesia argentina es irrecuperable. El nombramiento de Mons. Jorge García Cuerva como nuevo arzobispo de Buenos Aires y primado de Argentina, hombre de 55 años de edad, marca el inicio de una era de veinte años —si Dios no dispone otra cosa—, en la que buena parte de la iglesia católica argentina dejará de serlo. Si es el pastor el que da forma al rebaño, podemos imaginar lo que sucederá con los fieles durante el nuevo pontificado”, publicó, por ejemplo, una página digital ultraconservadora que agregó un pronóstico y un consejo para el próximo gobierno: “En él ( en García Cuerva) tendrán a un enemigo tan poderoso como Cristina Kirchner, con la que seguramente tejerá alianzas a fin de derrocar al nuevo gobierno”.

Los datos sobre García Cuerva que esta página aporta no son exactos. Asegura, por caso, que “en el seminario descubrió la militancia peronista y popular”, cuando ese proceso se había iniciado muchos años antes. Monseñor Jorge Casaretto, que fue obispo de San Isidro cuando García Cuerva inició su tarea sacerdotal y había sido quien lo ordenó como cura, dio testimonio de que “cuando entró al seminario estaba afiliado al partido peronista” y subrayó que “todos los que de alguna manera hemos entrado de grande al seminario y tenido inquietudes estuvimos vinculados a la política”. El propio Casaretto confió que “yo cuando entré al seminario a los 22 años estaba vinculado a un partido político, lo cual es un signo de interés por el país”. Una respuesta indirecta a la ofensiva antipolítica que también incide en la campaña contra el flamante arzobispo porteño.

Casaretto ilustró también sobre los procedimientos de elección de que se vale El Vaticano en casos de esta naturaleza, un delicado cribaje dependiente de postulaciones y consultas. “Normalmente, le llegan al Papa informes de diferentes candidatos y luego él elige. No está todo a disposición de lo que el Papa quiera decidir, sino que toma una decisión en base a la información que recibe”. Un mecanismo previo que está lejos de ser arbitrario, aunque el Pontífice pueda naturalmente inducir nominaciones o cuestionamientos.

Mendacidad reproducida

Alimentado con los mismos ingredientes que emplea el citado blog, un sacerdote nicoleño disparó contra el flamante arzobispo: “Es una persona gay, apoya al LGTB y toda esa porquería. Además, apoya el terrorismo, es kirchnerista, peronista y es recontra francisquista… también antimilitar, amigo de las Abuelas de Plaza de Mayo…es lo peor que nos pudo haber pasado.”

Pocas horas después de esta regurgitación, el cura Vásquez trató de enmendarlas, calificó sus declaraciones de “mendaces” y las caracterizó como “un comentario sin sentido”, por lo que solicitó perdón: “Me arrepiento de todo el contenido del audio que se hizo circular”.

Estos chismorreos viperinos no son inusuales en las luchas internas, y la Iglesia no deja de albergar pugnas de ese tipo. Sin embargo, lo que podría resultar un exabrupto molesto pero entendible en ese ámbito circunscripto se desorbita en el clima tóxico de la grieta y se convierte en proyectil de una pelea mayor.

Por ejemplo, si Vásquez, el cura nicoleño, confesó la mendacidad de sus dichos y pidió perdón por ellos, ¿cuál sería el sentido de que medios de gran tiraje hayan publicado simultáneamente las disculpas y las calumnias? ¿Y cuál el motivo para que los conductores del horario central de una importante señal noticiosa difundieran las corrosivas opiniones del anónimo autor de una página digital sin mayor crédito como base para un peregrino ataque al Papa?

La explicación de esos comportamientos tiene menos que ver con el periodismo que con un recalentado faccionalismo político, del que cierta actividad mediática es instrumento habitual. El ataque a García Cuerva es un puente para atacar un imaginario plan del Papa que detalló uno de los conductores: “Francisco está armando las unidades básicas en los púlpitos de las iglesias principales de Buenos Aires…(porque) el Papa Francisco, para mí, ve que el peronismo está en descomposición. El Papa está reorganizando el peronismo del 2024, desde la base central de la Catedral de Buenos Aires para resistir a un Gobierno que seguramente no va a ser peronista. Una jugada bien jesuita”. El otro locutor del programa adhirió: “Dejarle un regalito al próximo Gobierno o a los que vengan”.

Cuando la mayoría de las encuestas sentencia la derrota del Frente de Todos (y hasta sus propios dirigentes comparten ese vaticinio y sólo parecen aspirar a no salir terceros) este faccionalismo antikirchnerista constituye un exceso en la legítima defensa.

La cultura del desencuentro

Sin embargo, es probable que este antikirchnerismo sea sólo una máscara destinada a empujar al máximo una radicalización de la grieta, que impida u obstaculice cualquier estrategia destinada a encontrar una convergencia política en base a un acuerdo que amplíe las bases de la futura gobernabilidad.

La perspectiva de que el comentado viaje del Papa a la Argentina hacia la Semana Santa de 2024 contribuya a soldar una política de acuerdos alejada de los extremos es, probablemente, el blanco de esta estrategia facciosa que toma como primer blanco al recién designado arzobispo porteño García Cuerva y que también tiene en la mira a un número de dirigentes de la coalición opositora. El motor de esa estrategia es el temor a un triunfo de la lógica del encuentro y la búsqueda de coincidencias.

Un agudo analista político, Alejandro Catterberg, director de la firma Poliarquía, señaló esta semana que “la sociedad no va a mejorar su humor social hasta que no mejore la economía. Y la economía no va a empezar a mejorar hasta que no haya una reconfiguración del sistema político y una consolidación del poder suficiente para encarar un proceso de reformas”. Ese proceso de reconfiguración y decidida ampliación de la base de la gobernabilidad es componente esencial de lo que en primera instancia se manifiesta como luchas faccionales para conformar las listas electorales.

En las fuerzas electorales que hasta ahora protagonizaron la polarización se observan divergencias internas cuyo principal eje de diferenciación es la actitud – moderada o confrontativa, favorable u hostil- frente a la perspectiva de un programa de coincidencias básicas.

En el oficialismo, Daniel Scioli al lanzar su candidatura, un mes atrás, definió: “De los moderados, yo soy el original”. Nadie dudaría de su apuesta por el diálogo y los acuerdos. El ministro de Economía, Sergio Massa, demostró su condición de tejedor de acuerdos durante su etapa como presidente de la Cámara de Diputados y aun hoy, cuando soporta cascotazos tanto cuando tiene éxito en la búsqueda de financiamiento para las exhaustas arcas del Tesoro (China, BRICS) como cuando esos logros se demoran (Brasil), evita la disputa y mantiene discretamente abiertos los canales de entendimiento con sectores receptivos de la oposición.

Por cierto, la fracción hasta ahora predominante en el oficialismo se siente más a gusto en el enfrentamiento, atada a un relato de buenos contra malos que extienden simplificadamente a toda la historia nacional, y descalifica como indigno, medroso o traidor cualquier movimiento de convergencia con “el otro”.

Por una peculiar ley de las compensaciones, una conducta análoga se observa en el conglomerado opuesto, donde un sector demoniza al oficialismo describiéndolo, por ejemplo, como “multitudes sin vínculos morales entre sí ni patriotismo alguno”, un lenguaje poco propicio, digamos, para la concordia o la búsqueda de coincidencias.

El Frente de Frentes

En el seno de la principal coalición opositora asoma con creciente claridad la puja entre acuerdistas e intransigentes o “sectarios”, como sugiere el jefe de la UCR, Gerardo Morales (“No nos podemos convertir en una secta y achicarnos cada día más. Nos tenemos que ampliar. Les pido a los que están subidos a la agresión que bajen un cambio”). La tensión se incrementó el último viernes, después de que una reunión de la Mesa Nacional de Juntos por el Cambio, integrada por los jefes de los partidos que integran la coalición (Federico Angelini, del Pro, Gerardo Morales, Maximiliano Ferraro de la Coalición Cívica y Miguel Pichetto, del Encuentro Republicano) acordó avanzar el próximo lunes en el debate sobre la política de alianzas a adoptar en las elecciones de octubre/noviembre. Con nombre y apellido, se trata de decidir sobre la convergencia con el liberalismo de José Luis Espert y con la corriente federal de origen peronista que orienta el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti.

Tres semanas atrás, Schiaretti había propuesto constituir un “frente de frentes”, en el que confluyeran Juntos por el Cambio, la corriente que Schiaretti está estructurando con el salteño Juan Manuel Urtubey, Diego Bossio, Alberto Rodríguez Saa, Florencio Randazzo, el lavagnismo y un sector del socialismo de Santa Fé. Tanto los radicales Gerardo Morales y Martín Lousteau como Horacio Rodríguez Larreta dieron una recepción positiva a la propuesta, que apuntaba a la posterior creación de un gobierno compartido.

En cambio, desde el sector de los halcones del Pro la respuesta fue negativa. Y ahora, cuando el tema se ha incorporado orgánicamente a la agenda de la coalición ese rechazo se ha agudizado. Desde el sector que animan Patricia Bullrich y Mauricio Macri se interpreta la jugada como una maniobra. “Quieren armar otra cancha, porque en la de Juntos por el Cambio están perdiendo”, acusó el ex secretario de Medios de Macri, Hernán Lombardi refugiado en un off the record.

“Reflexionen sobre lo que necesita el país. Se requieren grandes acuerdos para resolver los problemas de los argentinos- replicó Morales en La Nación- Macri hasta hace dos meses lo loaba a Schiaretti y propuso en algún momento su incorporación. Ahora, ¿cuál es el reparo? ¿Una especulación interna? Eso es quedar atrapado en una mirada bastante estrecha, corta y mezquina de lo que necesita el país”.

Un hilo no demasiado invisible une los ataques al flamante arzobispo porteño Jorge García Cuerva, la resistencia al Papa Francisco, acentuada frente a su esperado viaje al país y la agresividad frente a los movimientos que procuran reconfigurar un sistema político que, en estado terminal, tiene ante sí la reforma o el estallido.