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Opinión 12 de marzo de 2017

Autoridad moral se necesita

Por Hugo Grimaldi Para DyN

Aquella inolvidable tarde del 13 de marzo de 2013, el porteñísimo Jorge Mario Bergoglio era elevado por sus pares al trono de San Pedro. Hoy, cuatro años después, Francisco, el 266° Pontífice de la Iglesia Católica y el primero de América latina, hombre de jugarse siempre por los que menos tienen, debe estar “como con bronca y junando” desde Santa Marta, los desaguisados que sigue cometiendo, como tantas otras veces, la dirigencia política, sindical y empresaria de su país.

¿Por qué para enmarcar la realidad de estas horas parece valer más aquella imagen del nuevo Papa bendiciendo al mundo desde el balcón y no el remanido “la peor semana de Mauricio Macri”, cliché surgido de las transas políticas que han generado en estos días serias resistencias políticas disfrazadas de gremialismo, peleas callejeras y tomas de palcos que huelen a naftalina o el desborde cuasi machista de cientos de mujeres radicalizadas? No parece que haya sido solamente el Gobierno el que tocó fondo políticamente hablando, sino que ha sido buena parte del país que, por acción o por omisión, sigue sin reaccionar.

En la misma línea, ¿cómo hacer para referirse al largo plazo cuando la sociedad de los argentinos está tan acostumbrada al derroche populista y simula no registrar que muchos de sus males provienen justamente de haberse prendido tantas veces a la fiesta y que, por lo tanto, le encanta bucear en la coyuntura como si fuera una droga que le hace creer que todo está bien y, de paso, le aporta una excusa para no reflexionar y esconder su culpa?

Una primera respuesta a interrogantes tan críticos podría ser que para afrontar las consecuencias de todos los dislates que se hicieron visibles por estos días, como paros contra la educación o cifras de pobreza que espantan, se necesita de toda la dirigencia una gran dosis de autoridad moral para conducir el proceso y de la sociedad un mayor compromiso a involucrarse en las cuestiones de fondo.

El objetivo principal de una movida en este sentido debería ser convencer primero a los escépticos que existe un futuro diferente al de la eterna degradación. Como ya se ha cristalizado bastante, para removerla y recuperar la dignidad perdida se debe apuntar al desarrollo inclusivo, aunque el tiempo de los frutos sea aprovechado por los gobiernos de las futuras generaciones y nunca por el de cada momento. Es como el caso de las obras de infraestructura que jamás se encaran en el cuarto año de mandato porque los políticos saben que la van a inaugurar otros, aunque la gran diferencia es que aquí se está hablando de personas y no de túneles o caminos.

Justamente, esa carencia de autoridad moral en casi toda la dirigencia es la que genera la imposibilidad de encontrar caminos de diálogo, ya que en el primitivismo que parece haber ganado a todos se suele justificar los tropiezos con otra dramática frase hecha: “es un año electoral”. El dicho, repetido a mansalva durante los últimos días, no es más que una torpe justificación para seguir poniendo parches y para continuar atendiendo solamente el día a día y se hace más patético si no abarca dos temas críticos, como la pobreza y la educación.
Las cifras que duelen

La semana que pasó, la UCA dio a conocer cifras de pobreza que espantan y que todos le endilgaron al actual gobierno que, en todo caso, es el responsable manifiesto del 5 por ciento superior de la pirámide, los nuevos pobres e indigentes de su período de gobierno. Pero, los 30 millones de abajo le vienen de lejos y están cada vez más pauperizados, algo que surge de una parte no tan explorada de la encuesta, la llamada Pobreza Multidimensional desde un Enfoque de Derechos.

El titular del Observatorio de la Deuda Social Argentina, Agustín Salvia, consiente en que la pobreza que se mide en relación a la canasta básica “está tendiente a la baja”, ya que “es directamente proporcional a la inflación y con el efecto estancamiento aumentó en el sector informal de la economía”. Pero, en la otra visión, está preocupado porque hay “un piso estructural de 25 por ciento que no se bajará si no es con políticas de desarrollo de otro nivel, de otra calidad”. Está claro que para salir de la trampa de la pobreza y de los paliativos de coyuntura, también la cuestión educativa es vital.

“Si no hay un Sarmiento que sea el Papa”, le dijo a este periodista un referente en el tema quien, como muchos otros de sus pares, cree que la sociedad actual no se planta lo suficiente y que le falta mucho compromiso. Está claro que en la Argentina no existe una gran demanda social para exigir cambios profundos porque los sectores medios-altos, los que más inciden para mejorar la calidad educativa, ya se fueron de la escuela pública y allí están las estadísticas para corroborarlo.

Por eso, las huelgas de comienzos de clases sólo afectaron a los más pobres, que son quienes más necesitan la escuela pública como trampolín. En un rincón casi olvidado de su cultura de hoy, horadada desde hace años por un asistencialismo que, por permanente, ha hecho estragos en las miras de los más pobres, está guardada la ansiada movilidad social ascendente y los más humildes aún saben que la escuela es el camino.

En general, los expertos creen casi de modo unánime que especialmente el tema educativo debe quedar debajo de un paraguas que involucre a todas las fuerzas políticas por muchos años, un poco en la línea de las llamadas “políticas de diálogo” que pregona Francisco. “En la década del ’90, cuando gobernaba la Democracia Cristiana en Chile en alianza con los socialistas hicieron un pacto con los liberales y dijeron: vamos a la jornada extendida. Hoy, la totalidad de los chicos chilenos tienen 1.050 horas de clase por año, mientras en la Argentina no pasan de 720”, aporta Alieto Guadagni, miembro de la Academia Nacional de Educación.

La democracia argentina y la división de poderes prevén que en este tema tan central o en el de la pobreza, como también en otros de gran importancia institucional, sea el Ejecutivo quien lidere este tipo de proyectos y que sea el Congreso el que los convalide. Para darle mayor fuerza a las leyes que se voten, lo ideal sería que el Gobierno sea quien busque los consensos partidarios, académicos y de toda la sociedad, como ya se ha intentado hacer con mayor o menor éxito en varios otros rubros.

Sin embargo, las autoridades han entrado también en la fase política del “año electoral” y está claro que patearon casi todo para más adelante (por ejemplo, una más que necesaria reforma tributaria) salvo la obra pública y parecen observar todo desde una mirilla abierta detrás de los cortinados del escenario esperando únicamente que baje la inflación y que se reactive la economía.

Pasar a la defensiva

Así, mal que le pese al Presidente y quizás por consejo de sus asesores, el Gobierno ha pasado a la defensiva, especulando electoralmente con el espectáculo que se encargaron de protagonizar quienes coparon las calles durante la última semana.

El camino elegido quizás le sirvió como paliativo de las primeras horas, pero lo peor que podría hacer es no tomar debida nota de lo que ha sucedido y actuar con algún sentido de reparación.
Justamente, el espectáculo que lo conmovió en estos días comenzó con una multitudinaria marcha docente el lunes pasado, en la que los gremios sumaron a alumnos y a muchos padres con consignas políticas, coparon de punta a punta la avenida Callao y llegaron al ministerio de Educación pidiendo paritarias nacionales.

Lo que buscaba la marcha era endurecer una posición que permitiera el llamado a un paro nacional que inhibiera cualquier negociación que pudiesen hacer las provincias por separado, algo que sucedió y que nadie explicó desde el Gobierno, pese a que afectaba a la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, la figura macrista con mejor imagen pública.

No obstante, no hubo unanimidad en la huelga, ya que muchos colegios estatales abrieron las aulas y fue casi nula en los privados, lo que corrobora aquello que piensan quienes creen que los dirigentes gremiales dinamitan la educación pública. Al día siguiente, el paro se acopló a la marcha de la CGT que reclamaba por “menos importaciones y más puestos de trabajo” (dos temas que tampoco el Gobierno supo contrarrestar, pese a que les estadísticas hablan a su favor) que también tuvo sus bemoles por la forma en que fue copada por los gremios de izquierda y por el kirchnerismo para lograr que se pusiera fecha a un paro general.

El secretario general de UPCN, Andrés Rodríguez, consintió que “a la derecha y a la izquierda del palco pedían “poné la fecha, la p… que lo parió”, pero en el centro y atrás nadie lo hizo”.
Sin embargo, la sensación que quedó fue que ésa había sido la consigna que había triunfado, sumado a la mala organización que dejó que, por detrás del palco, se colaran otros de la misma línea e insultaran y pegaran a quienes estaban bajando. Héctor Daer huyó por el sindicato de Comercio, Juan Carlos Schmid bajó con su cabeza cubierta por algunos compañeros, mientras que Pablo Moyano fue rescatado por algunos camioneros y hasta se llevó el roce del algún puño sobre la cara.

Un párrafo aparte se lleva la descripción de lo que fue la toma del palco por parte de dos docenas de desaforados que se instalaron allí como si se hubieran quedado con el Palacio de Invierno, mientras uno de ellos parado sobre el atril recordaba la batalla de Iwo Jima. El mismo atril, que alguien se llevó y patéticamente remató luego por Internet, quedó marcado con una cruz blanca sobre el logo de la CGT. El cajón de Herminio, pero también un claro mensaje mafioso.

Marcha de mujeres

La marcha de las mujeres del miércoles, otra buena excusa para que muchas escuelas no abrieran sus puertas en algunos distritos, terminó con un escándalo frente a la Catedral, pero ya había sido copada antes por la política que, pidiendo por Milagro Sala y por las “consecuencias del ajuste económico”, eclipsó la protesta por la igualdad de derechos.

Quizás por táctica o porque no sabe prever y no tiene respuestas preparadas para operar comunicacionalmente, el Gobierno se ha convertido en un blanco fácil de todos los huevazos que caen sobre el escenario, desde las marchas que les copan las calles y que tienen un rancio olor a kirchnerismo, hasta las demandas de cambios en el Gabinete que le opera a diario el llamado “círculo rojo”. Ni que decir de la irresuelta cuestión del shock para bajar el gasto que le siguen reclamando los economistas más ortodoxos.

Con este panorama, seguramente este año sucederá lo previsto en materia de PBI (crecimiento de entre 2 y 3 por ciento) y de precios (hacia la baja, aunque no a 17 por ciento), pero las inversiones seguirán haciéndose desear.

Quienes tienen que hundir fondos en la Argentina creen efectivamente que si vuelve una corriente populista que cierre otra vez la economía habrá cierto peligro, mientras el Gobierno sólo se empeña en demostrar que eso no va a tener lugar, en vez de buscar la manera de pensar políticas concertadas y de largo plazo que obliguen a todos los actores de la política a mirar hacia el futuro y a la sociedad a despertar. Sin embargo, el día a día lo tiene apichonado.