Opinión

Bahía Blanca: el estrés postraumático y cómo gestionar tanta angustia

Por Ornella Benedetti

El estrés postraumático es una respuesta emocional que puede aparecer tras vivir una situación traumática: un accidente, un acto de violencia o una catástrofe natural. Aunque lo peor haya pasado, algo del impacto persiste. Es como si una parte de la mente quedara atrapada en ese instante que dejó una marca.

Los síntomas pueden variar. A veces se manifiesta con pensamientos rumiantes sobre lo ocurrido o pesadillas que traen una y otra vez el recuerdo. Otras veces, el cuerpo permanece en estado de alerta, como si el peligro pudiera volver en cualquier momento.

También puede presentarse como una insensibilidad emocional que, aunque parece proteger, en realidad esconde un dolor que no encuentra palabras. Esta combinación de miedos intensos o desconexión emocional puede hacer que la persona se sienta atrapada, como si no hubiera salida posible.

En el caso de las catástrofes naturales, el impacto suele tener una particularidad: lo disruptivo y la sensación de desprotección incluso en la propia casa. La inundación en Bahía Blanca es un claro ejemplo.

Para muchas personas, el hogar, ese lugar que se supone seguro, se perdió por completo. En las casas más humildes, el agua arrasó con todo. En otras, llegó hasta lo más alto, tapando muebles, pertenencias y recuerdos. Algunas personas tuvieron que subirse a los techos para salvarse; otras no lograron hacerlo.

Este tipo de situaciones agrava la sensación de indefensión, porque lo que se pierde no es solo lo material, sino también la idea de que hay un lugar propio donde uno puede sentirse a salvo.

Sin embargo, en medio de tanta pérdida también surgieron gestos de solidaridad que ayudaron a sostenerse: vecinos, voluntarios de todas partes del país y desconocidos se acercaron para rescatar pertenencias, llevar donaciones, brindar contención o simplemente acompañar. Ese sostén compartido, aunque no borra el dolor, permite empezar a reconstruir, permite continuar de pie.

En mi libro Imperfectos, cuento la historia de Daniel, quien, tras vivir una situación traumática (un robo violento), quedó atrapado en el miedo. Lo que había sido su refugio se transformó en una prisión. Algo similar puede ocurrir después de una catástrofe: que el miedo se quede y dirija la vida cotidiana.

Trabajé con Daniel para que pudiera encontrar una forma de salir sin que el miedo se apoderara de sus decisiones. Porque el miedo, cuando ocupa demasiado espacio, paraliza y empobrece la vida.

Entonces, ¿qué hacer frente a esto? Lo primero es no apurarse “estar mejor”. Intentar que el miedo desaparezca rápidamente suele ser contraproducente. El miedo, en este contexto como el de Bahía Blanca, no es irracional: es una respuesta natural frente a lo vivido. Lo que ayuda es darle tiempo, reconocerlo y poder decir: “Esto que siento tiene un porqué”.

Recuperar ciertas rutinas, mantenerse en contacto con personas cercanas y encontrar momentos de descanso puede ser un primer paso para darle al psiquismo un sostén en tiempos de incertidumbre.

Hablar de lo ocurrido, sin apurarse pero sin evitarlo, también suele ser un camino para empezar a procesar el impacto emocional.

Si estás saliendo de una situación traumática, quizás no veas claro el camino todavía. Al principio uno está muy paralizado y conmovido. Y está bien que así sea. No se trata de forzarse a estar bien, sino de darse el tiempo necesario para que lo vivido encuentre su lugar.

El miedo irá perdiendo fuerza de a poco y, sin darte cuenta, un día vas a descubrir que volviste a reír, que algo de la vida logró abrirse paso otra vez. Porque podemos ser felices y podemos estar bien, a pesar de nuestras cicatrices.

(*): Psicoanalista, cofundadora de RedPsi y coautora de Imperfectos. Instagram: @Orne.benedetti @Redpsi

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