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Opinión 5 de marzo de 2023

Balazos en Rosario y gritos en el Congreso

por Jorge Raventos

Una docena de balazos en la madrugada rosarina contra un local del supermercado que pertenece a la familia política de Lionel Messi y un mensaje de tono amenazante dirigido al número diez de la selección argentina resonaron en todos los medios de comunicación del mundo y parecieron sacar de un largo letargo a los responsables -oficialistas de ayer y de hoy- de la política argentina.

Messi lo hizo

Rosario es desde hace años una ciudad en la que campean las bandas criminales dedicadas a la extorsión y al negocio de la droga. Varios jefes de esas bandas gozan de la relativa seguridad que les garantiza el sistema carcelario, desde donde siguen conduciendo confortablemente sus organizaciones por teléfono. Las fuerzas de seguridad están superadas o infiltradas por los delincuentes, la justicia está desmantelada: por falta de acuerdos e inacción política está vacante el 40% de los juzgados federales que deberían atender este tipo de delitos; en mayo del último año la Corte Suprema en pleno estuvo en la ciudad y participó de un evento de la Justicia Federal donde se trató el juzgamiento de los casos de narcotráfico.

La balacera del jueves a la madrugada y el apellido Messi generaron movimiento y declaraciones. “En Rosario ganaron los narcos”, confesó el ministro de Seguridad, cascoteado desde la provincia porque el estado central es el principal responsable de atender a delitos federales.

En el Congreso, entretanto, se actualizó una iniciativa conjunta de diputados santafesinos de distintas fuerzas políticas y que aspira a fortalecer a la justicia penal federal ante el narcotráfico. Que se trate de un proyecto fruto del consenso (lo suscriben diputados del peronismo, del kirchnerismo, del Pro, del socialismo y de la UCR) es casi un milagro. Y que el kirchnerismo, que comanda las comisiones legislativas estratégicas haya habilitado el debate para la próxima semana, otro milagro. Messi lo hizo.

La iniciativa legal plantea la creación de seis juzgados federales, una docena de cargos de fiscales y cuatro defensorías.

Demagogias declarativas vs know how

La ex ministra de Seguridad de Alberto Fernández, Sabina Frederic, sugirió que Messi colabore en una campaña en favor del desarme en Rosario. Sergio Berni, ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, consideró que habría que aplicar métodos análogos a los del presidente de El Salvador, Nayib Bukele (grandes cárceles y trabajos forzados para este tipo de delitos).

Por su parte, la presidenta del Pro, Patricia Bullrich, también intentó mostrarse en una posición de dureza: “La lucha contra el narcotráfico tiene que ser de frente y sin cuartel; debemos usar todos los medios del Estado, incluyendo las Fuerzas Armadas”.

El Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, teniente general Juan Martín Paleo, difundió ayer un artículo en el que, indirectamente, toma distancia de una posición de aquel tipo. “El objetivo de atender a una demanda legítima de la sociedad no puede conducir a pedir a las Fuerzas Armadas que hagan algo para lo cual no están preparadas”, escribió. Su definición -deja bien aclarado- tiene el carácter de “asesoramiento técnico y profesional desde el nivel estratégico militar sobre qué tipo de misiones el instrumento militar está en condiciones de cumplir y para cuáles no es apto.”.

En el análisis del teniente general Paleo “la concepción de empleo de las FF.AA contra las nuevas amenazas es una doctrina errónea que llega tarde, cansada y pasada de moda a nuestro país”. Pero, señala el autor, “el conflicto armado interestatal sigue siendo una posibilidad vigente y relevante” y hoy “muchas voces militares y políticas de países de occidente del primer mundo lamentan la pérdida de capacidades para enfrentar una guerra convencional por haberse dedicado por más de 20 años a combatir al terrorismo y las nuevas amenazas. Frente a este escenario internacional -concluye Paleo- y teniendo en cuenta nuestros recursos naturales altamente demandados a nivel global, la usurpación de nuestros territorios en el Atlántico Sur y la bicontinentalidad antártica, pensar emplear a las FF.AA en detener a un grupo de personas que tiene una cocina de pasta base es un despropósito total”. Conviene escuchar a los que saben.

A cappella y a los gritos

La apertura de sesiones ordinarias del Poder Legislativo ocurrida el último miércoles fue seguramente la más desolada en cuatro décadas de democracia. El presidente Alberto Fernández no cuenta -se evidenció- con una significativa capacidad de convocatoria: sus amigos (definidos como “albertistas”) nunca fueron una legión y, para colmo, varios de ellos, ganados por el desánimo y la decepción, tomaron distancia o desertaron. Aquéllos que él consideraba, si no amigos, al menos aliados en el gremialismo y los movimientos sociales no quisieron movilizar fuerzas en su beneficio.

Así, con el acompañamiento esfumado, Fernández interpretó a cappella su último discurso de apertura del Congreso. Tal vez por esa condición postrera fue una pieza autoapologética, una complaciente lectura personal de su gestión tal como él quisiera que se le recuerde. Fue también una pieza larga y desafortunada. Esto, no sólo porque mientras él hablaba medio país quedaba a oscuras por una caída del servicio de la planta atómica de Atucha, sino porque Fernández no se contentó con ofrecer un balance panglossiano de su administración y sus decisiones o indecisiones, sino que alzó destempladamente la voz y alteró la monotonía de ese relato con intempestivos ataques a los miembros de la Corte Suprema y a la Ciudad de Buenos Aires, convirtiendo un informe que está concebido como solemne mensaje ante los poderes establecidos por la Constitución, en una facciosa soflama de tribuna.

Mientras se atuvo a los datos -más allá de algunas imprecisiones e inexactitudes- Fernández podía ser cuestionado por aburrido o por confuso, incluso por desordenado (no diferenciaba lo principal de lo accesorio) o por escapista (“reconoció” que la inflación es un problema pero omitió qué piensa hacer para combatirla en lo que le resta de mandato), pero al menos se mantenía en un tono presidencial, trataba de hablar para el conjunto de los ciudadanos.

En cambio, derrapó de modo patético cuando optó por la arenga impertinente. “Y lo peor de todo, sin necesidad”, como escribió Carriego. Con ese tono sólo buscaba satisfacer a un público interno (empezando por su vicepresidenta) que, en realidad, hace rato ha dejado de creer en él, lo ignora o lo desdeña.

¿Y el candidato oficialista?

Los devaneos de Fernández con su (im)probable candidatura son una consecuencia del renunciamiento a postularse de la señora de Kirchner. El oficialismo no tiene un “candidato natural”, como creía tenerlo mientras subsistía la ilusión de que ella podía aceptar la misión. Pero la señora no quiso, no supo o no pudo cuatro años atrás y mucho menos lo haría en la actualidad, cuando el rechazo a su persona ha crecido en la opinión pública.

Sergio Massa, la figura política que mejor se recorta en la coalición de gobierno (tanto se recorta, que el miércoles en la asamblea legislativa, no se sentó junto al resto del gabinete de Fernández, sino que se ubicó en un palco, flanqueado por Julián Domínguez y Eduardo Camaño que, como él, fueron presidentes de la Cámara de Diputados.

Una forma sutil de marcar diferencias) es solicitado como candidato por distintos sectores peronistas, pero él gambetea esa decisión. Al menos por ahora. Aunque buena parte de los economistas, incluso opositores, admiten que Massa conseguirá que no se produzca ningún estropicio económico en lo que queda del gobierno de Fernández, él mismo estima que ese no sería un logro suficiente para garantizarle chances de victoria si se candidatea, como sí podría serlo alcanzar un descenso sostenido de la inflación (él aspiraba a bajarla a alrededor de 3% hacia abril, algo que no ocurrirá). Así, Daniel Scioli dio ya el presente y trabaja para ser el salvavidas del oficialismo.

De los extremos al centro

Lo que parece claro es que la dispersión avanza. Ambas coaliciones mayores parecen haber encontrado un límite a la configuración que traían. En ambas, sus líderes mayores -la señora de Kirchner y Mauricio Macri- muestran una notoria hegemonía en sus mercados internos, pequeños e intensos, pero concentran un fuerte rechazo en la sociedad en general, con las marcas negativas más altas.

La pérdida de protagonismo de Cristina Kirchner como factor determinante promueve un reacomodamiento en todos los sistemas de alianzas y afecta tanto al oficialismo como a la oposición en todas sus variantes. La crisis de uno de los polos de la grieta determina una crisis simétrica del otro.

La paulatina desagregación de los polos refleja una disgregación del proceso de polarización. Las dos coaliciones mayores, que en 2015 sumaron el 75% de los votos y en 2019, el 82%, es probable que este año sólo con esfuerzo superen el 70%. Las manifestaciones más empecinadas de la confrontación, aunque ruidosas y funcionales para el sistema mediático, son claramenete desafiadas desde dentro de cada una de las fuerzas y desde otros costados del sistema. El lanzamiento de la candidatura de Horacio Rodríguez Larreta en Juntos por el Cambio es una expresión clarísima de ese desafío. Si bien se mira, en el oficialismo también se divisa esa tendencia: Massa, más que predicarla, la practica en sus búsquedas de acuerdo en el Congreso, con los sectores de la producción y del trabajo así como con los interlocutores del mundo, estados y entidades. Daniel Scioli lo proclamó en tono de broma: “el antigrieta original soy yo, no Larreta”, declaró. El humor como definición política.

En la misma búsqueda antigrieta, Juan Schiaretti, Juan Manuel Urtubey y otras figuras distinguidas que actúan con autonomía de las dos coaliciones mayores, impulsan una política de acuerdos y de superación de la confrontación sistemática y esterilizadora.

Ya en octubre de 2022 señalábamos en esta columna: “Desde dentro y fuera del oficialismo y la oposición se observan movimientos que buscan salir de esa etapa agotada. Y aunque no todos converjan en una fuerza común, expresan un paso de los extremos al centro y, en conjunto, encarnan la tendencia al cambio. Podría intuirse que Sergio Massa expresa esa búsqueda en el seno del sistema de gobierno”.

Es probable que los comicios de este año se parezcan más -en estructura y en números- a la presidencial del 2003 (con la torta electoral dividida en cinco porciones no demasiado diferentes entre sí) que a las dos últimas, donde dos participantes se quedaban con casi la totalidad del postre. El país parece encontrarse en el punto de inflexión de un proceso que viene de varios años: la decadencia ha ido generando en muchos actores la convicción de que, para superarla, son ejes prioritarios la búsqueda de la unión nacional y la construcción de acuerdos básicos para crecer, resolver consistentemente los dramas de la pobreza, la marginalidad social, afrontar como se debe los desafíos de la delincuencia y el crimen organizado y defender con vigor e inteligencia nuestro patrimonio.



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