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Opinión 24 de noviembre de 2016

Basta de reinas

por Nino Ramella

¿Porqué sigo participando de esto si me siento incómodo y me parece mal? Un día esa sencilla pregunta me sacudió la cabeza y fue la liberación de mi propia torpeza. Desde ese momento dejé de integrar jurados para la elección de misses, reinas y otras pantomimas pseudo monárquicas.

Los periodistas tenemos “honores” sin importar méritos o destrezas. Así fue el comienzo de mi carrera de seleccionador de bellezas. He estado en varios concursos, pero el que más expectativa despertaba y supongo que todavía despierta -y además del que más me acuerdo- es el de la Reina Nacional del Mar.

Decenas y decenas de chicas acudían a las jornadas de preselección. Justo es reconocerlo, muchas iban estimuladas por sus propias madres. Regalos, la aparición en revistas y televisión, viajes, fiestas y un mundo glamoroso era el llamador para lo que valía la pena ponerse a prueba.

Tenían que quedar doce. Muchas chicas estaban muy lejos de los cánones de belleza que tradicionalmente se glorifica. Caminaban por una pasarela o tarima. En esa primera instancia no se les preguntaba nada. Eran inmediatamente eliminadas por temas de altura, volumen, lozanía, armonía del rostro, pelo y un largo etcétera.

Una pasarela muy molesta

Se paseaban para mostrar su cuerpo, sus dientes, su manera de caminar. Primero con vestidos y luego con traje de baño. Era inevitable asociar esas escenas a los remates de hacienda o a la venta de esclavos. Mi solidaridad y empatía con las perdedoras no solucionaba nada. Era un sentimiento íntimo. Después de todo, ¿para qué estábamos ahí sino para desechar a las menos lindas?

La 35 podría haberse depilado ya que viene a mostrarse, ¿no?; la madre de la 56 debería haberle dicho a su hija que la quería mucho pero que no era para esto; no entiendo cómo viene a presentarse esa gorda; ¡mirá que venir con la “toca” hecha…! Podría seguir sin parar escribiendo la retahíla de groserías que he escuchado de parte de otros colegas del jurado o asistentes a esas jornadas y -también hay que decirlo-, no siempre proferidas por hombres.

Por empatía me lastimaba ponerme en el lugar de una chica que era eliminada sin más a la primera pasada. Era una innecesaria herida al narcisismo de una adolescente con vaya a saber qué ilusiones pisoteadas de la peor manera. Pensaba en los padres y en la posibilidad de que alguno hubiera podido filtrarse y oír la descalificación inapelable de sus hijas.

Tras las primera jornadas del descarte ya quedaba un número menor de chicas. Finalmente llegaban doce. En ese proceso ya los jurados podíamos preguntar. En teoría la “reina” representa a la ciudad y debe ser ilustrada y desenvuelta para contar nuestras virtudes. Yo me tomaba eso muy en serio. Preguntaba para indagar sus conocimientos. No me gané el afecto de la mayoría de ellas, claro está.

Pero en realidad ellas no corrían ningún riesgo con mi inquisición. Nunca una reina culta o informada le ganó a una linda y simpática. Es que no es fácil convencer a la multitud que va a ver la coronación de una “reina” que la más linda y escultural pierde con la que sabe cuántos kilómetros de playa tiene Mar del Plata.

Dije que en el jurado había mujeres de cuyas bocas escuché comentarios desdorosos. Pero entre varones las confidencias son más explícitas. No puedo decir que todos se zarpaban, pero sí algunos. Como vengo diciendo, no me lo contaron. Lo viví y no pocas veces. Hace ya muchos años que no participo del honor de elegir una “reina”. Tal vez alguien salga a decirme que siendo jurado jamás oyó un comentario grosero. Que suerte. Yo sí y no una vez.

Además de como periodista tuve luego la responsabilidad del manejo de la “reina” siendo primero director de Comercialización Turística y luego director general en la por entonces Secretaría de Turismo. He viajado con ella a diversos destinos argentinos y en consecuencia conocí a muchas otras “reinas” de diferentes fiestas. Un par de ellas siguen siendo hoy parte de mis afectos.

Es decir, he sido parte de lo que cuestiono. No sólo no creo que ello me inhiba sino que por el contrario lo considero una validación de lo que hoy opino. A partir de que me di cuenta de que era muy simple correrme del malestar que me producía no acepté nunca más ser parte de un jurado.

El buen tino de prohibir los concursos

Algunos distritos han comenzado a desactivar la elección de las reinas de sus respectivas fiestas regionales. En nuestra Provincia están prohibidas en Chivilcoy (primero en el país en decretarlo), Villa Gesell, Coronel Suárez, Saladillo y Junín. El último parece ser Gualeguaychú en la Provincia de Entre Ríos y antes erradicaron estos concursos Viedma, Río Grande, Villa General Belgrano, Villa La Angostura y Resistencia. También hay proyectos de leyes provinciales en tratamiento.

En muchos distritos la polémica fue dura. Los que defienden la tradición se enfrentaron con quienes creen que lo que no está bien debe cesar.

Los que se expresan contra los concursos esgrimen que hay violencia simbólica sobre la mujer al instalar estereotipos de belleza y que su cosificación es discriminatoria y por ende repudiable. Yo también pienso así.

Podría mencionar también el mal gusto y cuestionable mensaje que implica disfrazar a una jovencita con malas copias de capas, diademas y cetros de mentira, pero acaso eso caiga en subjetividades de quienes no lo ven como expresiones berretas y bizarras como sí las vemos algunos.

Habrá opiniones a favor y en contra de eliminar el concurso de Reina Nacional del Mar, pero ese debate debe abrirse. Aunque inesperada por los tiempos que corren en torno a la agresión a muchas mujeres sería una noticia alentadora en medio de tanto desasosiego.



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