CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Enlace Universitario 6 de agosto de 2025

Cada viaje cuenta: movilidad y crisis climática

Por Panel Interdisciplinario sobre Cambio Climático UNMDP

A lo largo de la historia, la Tierra ha atravesado cinco extinciones masivas, la más reciente, la de los dinosaurios. Hoy, sin embargo, la actividad humana ha acelerado la desaparición de especies a un ritmo alarmante, entre 1.000 y 10.000 veces por encima de las tasas de extinción natural. Es por esto que los expertos sostienen que vivimos una sexta extinción masiva, un período de pérdida acelerada de biodiversidad en un breve lapso geológico. Esto debería preocuparnos, ya que la desaparición de una especie o la drástica reducción de su población en un ecosistema genera efectos en cadena que impactan a otras especies, incluida la nuestra.

Para entender la magnitud de este fenómeno, basta mencionar algunas de las especies amenazadas por el calentamiento global: el frailecillo atlántico, la liebre, la montaña, el abejorro, el leopardo de las nieves, el jacinto de los bosques, los arrecifes de coral, el hipopótamo, el café arábigo, el pingüino emperador, la rana
de Darwin y la tortuga laúd. Habitan desde la Antártida hasta los océanos, las montañas, las praderas nevadas y los humedales.
La paradoja de la responsabilidad

De niños, muchos crecimos viendo documentales sobre la naturaleza, aprendiendo que algunas especies se habían extinguido o que sus poblaciones habían caído a niveles críticos. Era común sentir tristeza por los animales
afectados y enojo hacia los que considerábamos responsables: cazadores furtivos, barcos balleneros, pescadores industriales. Rara vez pensábamos que personas comunes —como quienes nos rodeaban— tuvieran algo que ver con esa destrucción.

Este mismo patrón de pensamiento parece repetirse cuando se habla del cambio climático o del impacto ambiental de las actividades humanas. La mayor parte de las veces, tendemos a creer que la responsabilidad recae en otros: grandes empresas, gobiernos, industrias. Pero, ¿qué pasa con nuestras decisiones cotidianas? ¿Qué rol juega, por ejemplo, la forma en que nos movemos por la ciudad o entre ciudades? ¿Alguna vez pensaste que tus decisiones de movilidad, ya sea andar en auto, en colectivo o en taxi, pueden contribuir a la desaparición de
muchas especies?
Movilidad y emisiones: un vínculo directo

Ya sea caminando, en bicicleta, en colectivo o en auto, desplazarse de un lugar a otro requiere transformar energía en movimiento. Sin embargo, algunas formas de movilidad emiten dióxido de carbono (CO2), el gas de efecto invernadero (GEI) más abundante, generado por la quema de carbón, petróleo y gas. A nivel global,la movilidad y el transporte son responsables del 15% de las emisiones de GEI, aunque este valor varía significativamente: en Estados Unidos es del 30%, en Europa del 25% y en Argentina del 14%. A diferencia de otras actividades como la
generación de energía eléctrica, la industria, la agricultura y los sectores comercial y residencial, las emisiones del transporte no muestran tendencia a disminuir.

Los principales responsables de las emisiones de GEI en las ciudades son los autos particulares, los vehículos utilitarios y los camiones ligeros, que concentran la movilidad de personas y mercancías. Según el IPCC (2022), estos modos representan el 69% de las emisiones urbanas de GEI asociadas al transporte.

Entre ellos, el automóvil es el que más contamina. A pesar de que los autos dominan el paisaje urbano, en ellos se traslada una pequeña fracción de la población. En la región del AMBA, por ejemplo, solo el 20% de los viajes se realiza en auto particular. Esta contradicción refleja una de las características de su ineficiencia, que también se expresa en el elevado consumo de energía que requieren. Aunque los autos están diseñados para llevar al menos cuatro personas y no mucha carga, la mayoría de los viajes se hacen de forma individual. Más aún, la mayor parte de la energía consumida no se usa para mover a la persona que ocupa el auto, sino al vehículo en sí, y solo entre el 12% y el 30% de la energía se transforma en desplazamiento; el resto se disipa como calor. La situación empeora
cuando el auto está detenido o circula a baja velocidad, ya que ponerlo en movimiento o moverlo lentamente requiere de un mayor consumo energético y, por ende, más emisiones de GEI.

Agreguemos un dato más: de acuerdo con la constante de Marchetti, el promedio de los viajes que se hacen en una ciudad es de 8 km, lo que equivale a viajar una hora por día al trabajo, es decir, 30 minutos por viaje a una velocidad promedio de 15 km/h. Este valor se sostiene en ciudades de distinta extensión y cantidad de
población. Esas distancias pueden ser recorridas en lapsos de tiempo muy parecidos con distintos medios de transporte, algunos más eficientes que el auto en el uso de la energía y con menores emisiones de GEI. El colectivo, por ejemplo, contribuye con el 7% de las emisiones, pero da cuenta del 40% de los viajes que hacen las personas en el AMBA. Si viaja lleno, emite el 18% del total de GEI que emite un auto. Andar en bicicleta, por su parte, no genera emisiones y en distancias de 5 a 8 km puede llegar a destino casi tan rápido como el automóvil.
¿Podemos cambiar el rumbo?

Estos argumentos señalan algunas irracionalidades evidentes en nuestras elecciones de movilidad. Sin embargo, este tipo de razones no suelen ser suficientes para modificar nuestras decisiones individuales de movilidad o la
gestión que los gobiernos hacen de sus sistemas de transporte. Uno de los problemas fundamentales es que nuestras decisiones de movilidad son una respuesta individual a un problema colectivo. En este marco, la lista de razones para que el automóvil particular sea el medio privilegiado es extensa. Incluyen motivaciones emocionales como el confort y la seguridad; psicosociales como el estatus; aprendidas como los hábitos; económicas como el costo; y políticas como la disponibilidad, la calidad y la infraestructura, entre otras. Lograr cambios significativos en el sistema de transporte y movilidad para reducir su impacto sobre

el calentamiento global requiere de voluntad, imaginación y decisión. Tal vez así, si logramos comprender la interconexión entre nuestras decisiones cotidianas y el destino de innumerables especies, aún estemos a tiempo de ralentizar la velocidad de las extinciones.