Muchos caminos ya parecen dirigirse a Mar del Plata. Sabiendo eso, Antonio Paccagnini, un inmigrante oriundo de Milán y que llega al país dispuesto a colocar cal y ladrillos por todas partes, emprende uno de esos caminos. En una madrugada de 1898 ubica a toda su familia en una charrete y sale hacia la costa. Acá vivirá años sobre los andamios y asentará sólida familia. Precisamente, en ese año de su arribo, Angel Gard pretende abrir caminos en el mar. Crea una línea naviera con el propósito de traer y llevar pasajeros entre nuestro puerto y el de Buenos Aires. Para eso debe competir con el ferrocarril. No lo van a dejar. Los ingleses son hábiles y nada contemplativos en el terreno de hacer prevalecer, sinnúmero de recursos por medio, sus intereses. Rebajan considerablemente las tarifas al grado de perder dinero durante un tiempo en la explotación del Ferrocarril del Sud, Gard no logra sostener su incipiente empresa y si no quema sus naves, las paraliza. Quiebra. ¿Y los ingleses? Vuelven al reajuste y al reaumento de las tarifas.
Argentina es colonia económica y su principal dependencia la tiene con el Reino Unido. Todavía en Norteamérica no miran hacia el futuro “patio trasero”, pues tienen su “guerra de secesión” interna. Las hay también en nuestro país por ambiciones de manejar el poder y las riquezas desde el gobierno, pero no pasan de sofocones entre bandos políticos armados y algunas escaramuzas cuarteleras. En lo demás, bastante bien. La tierra produce y hay 4.892.000 hectáreas sembradas. Para Inglaterra se embarcan en 1894 más de 1.500.000 toneladas de trigo. El granero, parece, funciona a satisfacción.
El faro tiene capitán
Los veraneantes y los pobladores permanentes tienen un fotógrafo muy dinámico, “Que salga linda, don Ulderico”, claman las mujeres. Y Carnaghi sonríe, cómo no. Es un profesional de primera. Pasarán los años y en muchas casas lugareñas, pero especialmente en el Archivo y Museo Histórico, habrá testimonios fotográficos insuperables. Las ramblas, las bañistas de capas hasta los tobillos, los caballerazos luciéndose por la rambla, los palacetes y las fiestas del Bristol reflejarán el modo de vivir en una época determinada. Gracias a Ulderico Carnaghi. Su apellido y su sello distintivo se prolongará hasta 1953 en la diagonal Pueyrredón.
Todo pasa, Martin. Pero si unos se van, otros vienen. Ya anda por aquí el austríaco Müller con su excéntrico uniforme de marino cuidando el funcionamiento del faro Punta Mogotes, recién estrenado. El simpático capitán, todo el día con un clavel rojo en la solapa, es una atracción destinada a figurar en los folletos bilingües. En estos días ha regresado, pero apenas en viaje de visita, Miguel Alfredo Martínez de Hoz, uno de los herederos de las cien leguas cuadradas logradas por sus ascendientes en 1826, de acuerdo a lo establecido por el presidente Rivadavia en su Ley de Enfiteusis.
Martínez de Hoz ha sido educado en Inglaterra. También en Alemania y Francia. Regresa para hacerse cargo de las 20.000 hectáreas que le corresponden como herencia. Pertenecen a la estancia Chapadmalal y el viajero trae gustos importados. En Chapadmalal se habla predominantemente inglés y la servidumbre está uniformada.
En 1908 Martínez de Hoz embarcará 30 caballos de la estancia para competir en aquel país con el noble Vanderbilt en pruebas milleras. Por acá, los caballos percherones siguen tirando de los arados.
La mamá vigila
El proyecto de construir una villa balnearia se cumple si no estrictamente, en muchos aspectos que, acumulados, logran ya una fisonomía. Pero igual, de modo especial en los inmigrantes españoles, la mayoría campesinos de Lugo, la tierra atrae. En los campos vecinos, en quintas y chacras, comienzan a roturarse los paisajes vírgenes. Y se aporta el progreso.
Los molinos de madera son reemplazados por otros nuevos de metal. Brota más agua, rinden los frutos con el riego. Por los pueblos de campaña anda un maestro sin trabajo dando conferencias y recorriendo plantaciones. Le dicen Almafuerte y de vez en cuando escribe vigorosos sonetos, plenos de rebeldías contra los convencionalismos.
Escenas muy distintas se viven en tanto en el Bristol Hotel. En ese verano, el periodista Luis Germano escribe y relata una de ellas: “En el fondo, un escenario del pequeño teatro, de donde la orquesta acaba de alejarse. Al pie del escenario, el piano de cola. En torno del piano, hasta una docena de figuras jóvenes, entre niñas y mozos. Sobre el pavimento de madera pulida, a la luz radiante de las arañas eléctricas, se advierten, como finos arabescos dibujados, las huellas leves que imprimieron los recientes danzarines”.
En ese mismo estilo volátil, el escritor sigue detallando: “Un poco apartada, como la nota complementaria del cuadro, está la madre de dos niñas del grupo, siempre afable, siempre condescendiente. El piano suena suave. Alguien toca y una jovencita canta. Una melodía de Chaminade surge y vuela en las alas del canto. Y la melodía es a un mismo tiempo dulce y profundamente triste, como una queja, como los recuerdos, como la nostalgia”.
El duende romántico de Becquer, en aquellos años, incursionaba incluso por el barrio Patagones en la tisis de un inmigrante francés que agonizaba (¿porqué tan lejos de su Momparnasse?) en una casilla pintada de azul.
El destacado escritor y periodista marplatense Enrique David Borthiry escribió en la década del noventa la sección “Historia Viva de Mar del Plata”, en la que contaba con su particular visión hechos poco conocidos que se sucedieron a lo largo de los años. Más de tres décadas después, LA CAPITAL las rescata del archivo. Para leer y disfrutar.