Policiales

Caso Bustamante: las pruebas que comprometen a Verónica González en el asesinato de su marido

La fiscal presentó el pedido de prisión preventiva para Verónica González basada en una serie de contundentes pruebas. A los investigadores casi ni le quedan dudas de que fue la autora del asesinato de su marido, Carlos Bustamante.

Por Fernando del Rio

Si en el ámbito investigativo existía alguna duda sobre la participación de Verónica González (37) en el asesinato de su esposo Carlos Bustamante (64) comenzaron a disiparse con la llegada de estudios periciales y el análisis cruzado de datos forenses y los testimonios de vecinos. Manchas de sangre de la víctima en la ropa de la mujer, horarios coincidentes, estigmas de uñas específicas y perros sumisos conforman el cuerpo probatorio por el que la fiscal Florencia Salas alcanzó un grado de convicción suficiente para solicitar la prisión preventiva.

Los enigmas de cuarto cerrado son los más intrigantes en la literatura criminal porque sin testigos presenciales y una escena “limpia” todo se reduce a cuestiones periciales. Sin embargo, el brutal ataque a Bustamante sucedido el 22 de marzo (moriría al día siguiente en el Hospital Interzonal), tuvo algunos cabos sueltos que fueron apareciendo con el correr de los días y los resultados científicos.

Para Salas, Verónica González agredió a golpes a su marido mientras dormía en cama de la casa de calle 27 entre 46 y 48 de Miramar. Pero para acreditarlo debió cotejar varios indicios autónomos y vencer un punto de partida naturalmente cercano a la idea de González como la viuda doliente.

Por un lado estaba la actitud inicial de la mujer de pretender mostrarse desconocedora de lo que había dentro de la vivienda. Esa acción voluntaria de González se vio reflejada en las comunicaciones con un pariente (le preguntó si sabía “algo” de Carlos), en asegurar que no tenía llave y en pedirle a su hermana Susana que la acompañara a ingresar.

También había comentado a vecinos que acababa de regresar de hacer algunos trámites en un banco del centro de Miramar.

Parecía tratarse de algo real: la mujer llegaba y al no poder entrar se comunicaba con un pariente para saber si su marido, que no respondía, se había ido a algún lado. Y no había salido con llaves, por lo que dependía de él para entrar o de su hermana Susana, que también tenía llaves por vivir en la casa del fondo.

Todo perfecto hasta que los vecinos comenzaron a hablar y los peritos a llegar a algunas conclusiones.

Silencio y horario

Quienes ocupan algunas de las viviendas de la cuadra, las más próximas, señalaron a los policías de la DDI dos aspectos determinantes. El primer detalle fue el del horario, ya que los testigos indicaron que entre las 11 y las 12 del mediodía vieron a González dentro de la casa.

Vale recordar que el encuentro con su hermana en la puerta fue a las 12.40, aproximadamente, y que en ese momento González decía recién haber llegado. Los peritos determinaron, al analizar las heridas de Bustamante y la sangre coagulada, que el ataque se había perpetrado en las primeras horas de la mañana.

La coincidencia de los relatos de los testigos al decir que González estuvo dentro de la casa cerca del mediodía es contundente.

Además también los vecinos dijeron que los perros no habían ladrado, una circunstancia que, por las características de los animales de la familia Bustamante, era propia de cuando no había visitas. Los perros eran sumisos con los miembros de la familia, pero entraban en un “trance” de ladridos ante cualquier otra persona.

El primer elemento gravitante para la fiscal estaba confirmado: la prueba podía colocar a González dentro de la casa antes de su “llegada”, lo que transformaba en mendaz los comentarios hechos a testigos (nunca declaró) y en simulaciones sus actitudes.

Sangre y estigmas

La labor de la Policía Científica con asiento en Mar del Plata fue de gran importancia en la escena del crimen y en el estudio detallado de las prendas que vestía Bustamante en la tarde del viernes.

La mujer tenía manchas hemáticas en una remera manga larga, en una musculosa, en zapatillas y en el pantalón de jean. Cuando los peritos hicieron los cotejos determinaron que la sangre pertenecía a Bustamante pero, claro, podía ser parte de la contaminación por haber ingresado González al lugar con su hermana.

Bustamante estaba tirado en el piso, en la división de ambientes entre la cocina y el living, a unos pasos del acceso a la habitación. El ataque se había producido en la cama y había continuado en el lugar en el que yacía el cuerpo agonizante del hombre. En las paredes, piso y muebles -aseguran que en el techo también- había salpicaduras de sangre. González podía haber entrado en contacto con los fluidos al entrar con su hermana Susana.

Pero la descripción de la vestimenta de la mujer derrumbó esa lógica suposición. Las prendas que tenían con sangre eran, entre otras, la musculosa y la remera manga larga, las que al ingresar a la casa tenía cubiertas por una campera.

Estaba claro para los investigadores que solo podía haberse manchado en otro momento, no cuando “descubrió” a su esposo malherido.

Finalmente, otro informe médico forense fue de alta trascendencia porque se analizaron los estigmas ungueales, es decir las marcas dejadas en la piel por los bordes de las uñas. Se trata de un estudio de observación científica muy detallado que permite establecer qué tipo de uña “imprimió” determinado patrón. Los profesionales de la Policía Científica pudieron establecer que las marcas en la piel de Bustamante coincidan con las uñas de González.

Todo el conjunto de pruebas fue el que enumeró la fiscal Salas para respaldar su pedido de prisión preventiva que ahora deberá resolver la Justicia de Garantías.

El móvil del crimen y el arma empleada para asestar los brutales golpes (la maza y cortafierros peritados quedaron descartados; ahora se analizará un adorno de madera) ya no son relevantes.

La historia trágica de la familia Bustamante comienza a salir a la superficie.

 

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