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Opinión 20 de marzo de 2022

Cómo gobernar casi dos años entre rupturas y posibles acuerdos

Por Jorge Raventos

Pese a que la aprobación legislativa del acuerdo con el FMI representó un fortalecimiento relativo de su gobierno -particularmente en relación con la facción que responde a su vicepresidenta, que movió todos sus hilos para evidenciar su resistencia-, Alberto no se animó el viernes 18 a lanzar, como él mismo había anunciado, su “guerra contra la inflación”. Probablemente, consideró que las decisiones que debía adoptar habrían determinado un demasiado súbito agravamiento de las relaciones internas en el Frente de Todos, pues probablemente deban afectar a actores que militan en la galaxia K.

Aunque no explicitó personalmente medidas (e hizo anunciar que no producirá cambios en el gabinete “por las próximas semanas”), el camino quedó insinuado por dos decisiones que sí adoptó. Por un lado, dejó la puntualización de las políticas en manos de tres ministros: el de Economía, Martín Guzmán; el de Industria, Matías Kulfas y el de Agricultura, Julián Domínguez. Los tres son tenazmente resistidos por la facción cristino-camporista.

Por otro lado, promovió un acuerdo económico-social, con la participación de sindicatos, entidades empresariales, movimientos sociales, un ámbito que coordina otro ministro objetado por los K, Gustavo Béliz.
Parece prefigurarse un escenario de búsqueda de acuerdos, antes que uno de instrumentos principalmente coactivos. Esto implicaría un indispensable giro al realismo, habida cuenta de que, menoscabado por la obstrucción de una parte (minoritaria, pero activa y aún numéricamente significativa) del aparato del gobierno y del Congreso, el Gobierno debe buscar una base ampliada, incluyendo el respaldo de sectores de la oposición, como ocurrió en la aprobación del acuerdo con el Fondo, en el que los votos favorables de los diputados y senadores opositores superaron a los del fragmentado oficialismo.

Paulatinamente, el Gobierno deberá asimilar el dato de esa ruptura interna y también el del evidente deterioro de la corriente K.

Las contabilidad de las Kostillas

Después de desnudar en la Cámara Baja su carácter minoritario entre los diputados del Frente de Todos, la galaxia K confirmó el jueves que también es minoría en el oficialismo del Senado, la cámara que preside la vicepresidenta. Cristina Fernández sintió tanto ese golpe que se ausentó de la sesión y no estuvo para asistir al momento en que se manifestaban los votos.

El acuerdo había avanzado raudamente hacia la aprobación después de que la comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara suscribiera el proyecto con 16 firmas sobre 17. La señora de Kirchner ya había tenido que resignarse a conceder “libertad de conciencia” al bloque, que solía moverse siguiendo su sombra; y a admitir, asimismo, que el presidente de ese bloque, el formoseño José Mayans (a quien muchos consideraban un incondicional de ella) anunciara anticipadamente que votaría por la aprobación.

De los 35 miembros del bloque de Senadores del Frente de Todos, las dos terceras partes votaron a favor del acuerdo, estimulados por el consejo de sus respectivos gobernadores. El jefe de Gabinete, Juan Manzur, que trabajó intensamente en la relación con los mandatarios provinciales tenía buenos motivos para sentirse satisfecho.
Como en Diputados, el acuerdo fue aprobado con la decisiva ayuda opositora: el desafío de evitar un default soberano ha estimulado a los sectores más reflexivos de las fuerzas principales y alienta la búsqueda de coincidencias constructivas y acuerdos de Estado.

Hasta este momento, el kirchnerismo amenazaba con una fuerza que pertenece al pasado, aunque algunos de sus opositores eligen todavía exagerar y muchos de sus aliados internos aún temen enfrentar. Ahora, se han sometido a la contabilidad de sus costillas. Y el balance fue muy pobre.

Fortaleza en ruinas

Un mes atrás anticipábamos aquí este escenario: “La necesidad del acuerdo forma parte del sentido común. No solo lo respalda la mayoría de la opinión pública, sino que está sostenido por una amplia red que incluye a los gremios más importantes, los sectores empresariales, los movimientos sociales, los gobernadores y, de hecho, a las potencias que lo aprobarán en el board del FMI. Al elegir enfrentarlo, los halcones oficialistas se aíslan y se someten a un revés de proporciones. Ineludiblemente, harán todo lo posible para que el acuerdo y las medidas que demande no prosperen. Una nueva derrota de Cristina Kirchner, para desmentir a los analistas que le atribuyen omnipotencia.

La vicepresidenta mantiene su liderazgo sobre el sector más intenso del oficialismo, pero eso no le alcanza para enfrentar la realidad. Cuando lo ha intentado, CFK se convierte en un tigre de papel”.

Algunos altos oficiales del camporismo, como Andrés Larroque (ministro del gobierno bonaerense de Axel Kicillof), han reaccionado perplejos por el contragolpe que empieza a suscitar en las filas del peronismo la actitud abiertamente opositora adoptada por su sector y los crecientes reclamos de que entreguen los cargos que mantienen en un gobierno al que atacan: “Pareciera que se quiere proscribir a una parte mayoritaria de la fuerza”, comentó.

Larroque está desactualizado: el sector cristinista podía envanecerse de ser una numerosa primera minoría (sobre todo por su eco en el conurbano) dos o tres años atrás, pero a esta altura ha perdido largamente esa condición y ha sido el mismo cristi-camporismo, irónicamente, el que lo hizo y lo acaba de demostrar aritméticamente en el Congreso. En Diputados, Máximo Kirchner -el jefe de Larroque- apenas consiguió la obediencia de los diputados de su club y la adhesión de algunos otros que, con cierta autonomía, comparten su mirada del mundo. Esta facción profetiza el fracaso del acuerdo con el Fondo (e implícitamente advierte su voluntad de frustrar las medidas tendientes a ponerlo en práctica). Evidenció matemáticamente que su postura es una minoría en el Frente de Todos. En el Senado, la señora de Kirchner tuvo que contentarse con un tercio de los votos de lo que era “su” bloque.

Ahora que el lobo no está

Con el acuerdo de refinanciación encaminado (solo resta la esperada aprobación del board del Fondo) y la evidencia irrefutable del debilitamiento del sector que le ha marcado límites durante estos dos años, el gobierno de Alberto Fernández tiene que hacerse cargo de la gestión del país durante los meses que restan de su período. “Ahora que el lobo no está”, como decía el refrán infantil.

Fernández haría bien en tomar en cuenta los cambios que ha sufrido la situación. El conjunto del sistema político ha ingresado en una etapa de redefinición a partir del debate y la aprobación del acuerdo con el FMI y todos los actores principales -en primer lugar, sus más significativos apoyos internos: gremios, gobernadores, movimientos sociales- esperan que el Gobierno suelte lastre y que, para encarar el prioritario tema de la inflación, impulse las necesarias reformas realistas que faciliten la inversión, el empleo, la productividad, las exportaciones, el acuerdo social, la seguridad.

Con todo, lo primero es generar confianza, algo que no se consigue con palabras (menos aún con palabras zigzagueantes), sino con decisiones que muestren que se ha comprendido la naturaleza del problema. Situaciones como la de un secretario de Comercio que solo apela (para fracasar) a instrumentos anacrónicos y que, además, provoca roces inconvenientes con el sector que más dólares aporta a la economía deben ser solucionadas de inmediato. Lo mismo que la continuidad a cargo del sector energético de funcionarios que bloquean las políticas acordadas con el Fondo y lanzan desafíos públicos al ministro que las acordó.

La lista de señales indispensables para recuperar la confianza (en especial, la del propio peronismo) es más extensa, pero hay que empezar por lo más significativo. La marcha irá indicando con claridad por dónde seguir, ya que es obvio que las resistencias no se agotaron en los recintos del Congreso.

Con fineza diplomática, Sergio Massa -quizás el más destacado de los que ha empujado con esfuerzo y coherencia la aprobación del acuerdo con el FMI-, se refirió esta semana a los que votaron en contra de ese proyecto: “El que piensa distinto no es mi enemigo, sino un adversario”. Estaba hablando de un sector al que hasta hace poco no se lo consideraba “adversario”, sino aliado.

Massa es uno de los que está pidiendo acción vigorosa: “La inflación es el veneno más dañino que tiene nuestra economía y hace falta firmeza para enfrentarla”. Seguramente, Massa no está recomendando la infructuosa firmeza de Feletti.

Realismo y acuerdos

Es evidente que gobernar estos dos años se volverá muy difícil con el frente político interno manejado en puntos esenciales por fuerzas “adversarias” y sin ampliar las bases de sustentación.

El acuerdo con el Fondo no hubiera podido aprobarse si no actuaban sectores del oficialismo que abrieron exitosamente el diálogo con aquellos líderes de la oposición de oídos más receptivos. Esa prueba quizás deba repetirse a mayor escala en los meses por venir para darle energía a la gobernabilidad.

Se puede observar que el terreno para acuerdos de Estado se va desbrozando, con el paulatino aislamiento de los halcones de uno y otro bando. Hay, inclusive, algunos modelos experimentales que muestran su buen funcionamiento. La última semana estuvieron de gira por países árabes buscando inversiones (en países de muchos recursos y dispuestos a invertir) gobernadores del norte del país, constituidos en Consejo Regional del Norte Grande, una institución que reúne a provincias gobernadas por fuerzas oficialistas y por fuerzas opositoras, cuyo presidente protempore es el santiagueño Gerardo Zamora y donde figura protagónicamente el jujeño Gerardo Morales, presidente del radicalismo y un impulsor de las políticas de acuerdo.

Lo que está claro es que a partir de ahora hay que tomar decisiones. Y decidir bien.