Opinión

Consumir nos fulminará 

El impulso de comprar crece junto con las estrategias del mercado para imponer productos. Sin embargo, hay otra forma de ver las cosas que silenciosamente se expande por el mundo.

por Agustín Marangoni

Hablar de tendencia es, todavía, un poco apresurado. Pero es real que en los últimos cinco años se encendió una luz de conciencia colectiva sobre la manera de consumir. El ejercicio es simple: hay que mirar las cosas que tenemos en casa y determinar cuáles realmente usamos. El resto es acumulación. Sobre esa base nació el Minimalismo de consumo, un movimiento a nivel mundial que propone comprar sólo lo necesario.

Todo comenzó en Japón y no por casualidad, el mercado de alimentos nipón es un circuito imposible, hay alimentos en góndola que tienen un vencimiento de seis horas. Pasadas esas seis horas, el producto va a parar a la basura y se repone por otro que también vence en seis horas. Un sánguche por ejemplo, que, de más está decirlo, se descarta en perfectas condiciones. La necesidad de mantener el mercado en movimiento constante lleva a que se tire casi el 50% de los alimentos que se producen. Esa misma lógica se aplica a la tecnología, a los muebles, a la ropa, a todo. Es tirar y volver a comprar lo mismo pero más nuevo. Un año más nuevo. El minimalismo de consumo le pone un freno a esa rueda con una pregunta: ¿Para qué?

Los alcances sociales y culturales de este movimiento son interesantes. En lo inmediato, es una manera de controlar los abusos del mercado, porque propone revalorizar el poder de decisión, herramienta principal del consumidor. Además, es una estrategia para dejar al descubierto los puntos ciegos del sistema económico capitalista. Aunque suene pretensioso es exactamente eso: el capitalismo se apoya en la necesidad de fabricar necesidades. Cada necesidad es un producto y su correspondiente demanda, en especial en los países con economías desarrolladas, donde los índices oficiales miden la calidad de vida en sintonía con la capacidad de consumo.

El minimalismo tiene réplicas en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. En especial entre los asalariados jóvenes. Hace ya diez años que los estudios que realizan las grandes empresas trasnacionales muestran que sus empleados jóvenes prefieren ganar menos pero tener más tiempo libre. Para viajar, para estar con sus hijos. El exceso de trabajo, visto desde la óptica del minimalismo, no tiene demasiado sentido: desgasta la creatividad, lastima la salud y ofrece a cambio un extra en el salario que va a ser utilizado para comprar cosas que no hacen falta.

Hay quienes enlazan esta corriente al budismo zen y su principio filosófico de desprenderse de lo material. Aunque también se puede leer como un nuevo estilo de vida en occidente, alejado de las ofertas, de las tarjetas de crédito, de las deudas. De todo eso y de vivir al ritmo de los mandatos del mercado, en especial de la furia por acceder a lo último.

Sebastián Méndez es un muchacho joven, padre de familia, que tiene un departamento a tres cuadras de la Plaza Mitre, en Mar del Plata. Hace dos años vivía en otro departamento, del mismo tamaño que el que tiene hoy. El día que se mudó con su familia embaló todas sus pertenencias en cajas. Las cajas ocuparon un camión de mudanza completo. El departamento nuevo necesitaba unos retoques de plomería en la cocina y pintura en el living; llegó el día de la mudanza y los trabajos todavía no estaban terminados. Los cuatro integrantes de la familia pasaron cerca de un mes buscando sus cosas en cajas a medida que las iban necesitando porque no podían desembalar. Así se dieron cuenta que lo esencial para todos los días, sin sacrificios ni esfuerzos, era menos del 25% de lo que tenían. “Donamos casi todo, nos quedamos sólo con lo importante ”, dice sentado en el sillón de su living, donde también hay una mesa ratona, un televisor, un router para internet y nada más. Así, tan suelto, asegura que fue una de las mejores decisiones que tomaron en sus vidas. “Uno se siente liberado. Es increíble”, explica con una sonrisa.

En su versión radicalizada, el minimalismo de consumo puede ser una postura snob. Como todo. En Japón hay casos de personas que pasaron de ser coleccionistas a vivir con tres camisas y cuatro pantalones. Y en España hay quienes redujeron su stock cotidiano a treinta objetos. Tampoco es cuestión de sepultar el consumo bajo la premisa Menos es más. Lo justo es más. El minimalismo no es –no debería ser– una excentricidad de millonarios tristes. El desafío es combatir el consumismo, tan arraigado a la cultura. El consumismo es consumir consumo. Es una conducta impulsiva donde ya no importa lo que se compra, importa comprar. El minimalismo, para que sea efectivo en su búsqueda social y personal, tiene que ser una elección. Una cosa es ser minimalista. Otra cosa es estar por debajo de la línea de pobreza y no tener acceso al consumo.

Hay una frase histórica: “El aleteo de una mariposa puede desencadenar un tornado al otro lado del mundo”. Aunque la ciencia, con buena lógica, desmiente esa posibilidad lineal en los hechos, ese enlace sí es aplicable a los movimientos sociales. El siglo veinte es un ejemplo cercano de cómo las ideas de una persona movilizan a otras personas hasta generar un cambio a nivel mundial. Hacia la guerra. Hacia sistemas de gobierno más tolerantes. Pasa ahora más que nunca con la capacidad de viralizar información y formas de pensar. El minimalismo está apenas en sus inicios y gana adeptos silenciosamente. Algunos por supervivencia: el terremoto que azotó la costa noreste de Japón en 2011 dejó cerca de veinte mil muertos, se calcula que un 20% de las víctimas murió aplastada por sus propias pertenencias. También están los que se suman bajo el argumento de cuidar el medioambiente: el consumo desmedido es el principal motivo de los desequilibrios ecológicos generados por el hombre. Y la mayoría: los que perdieron el interés por acumular cosas que no les son necesarias. Encima, a cambio, obtienen tiempo libre.

La publicidad nos educa como consumistas y no tenemos ninguna defensa formal frente a ese ataque. En la escuela, en las universidades, nos dan herramientas para ingresar al mercado de consumo, pero no nos enseñan a consumir. Tal vez el minimalismo sea una contestación inteligente a ese comportamiento que sólo favorece a los sectores económicos concentrados.

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