Panorama político nacional de los últimos siete días.
Por Jorge Raventos
La imagen de Donald Trump conversando cara a cara, fuera de protocolo, con el presidente ucraniano Volodimir Zelensky en el imponente ámbito de la Basílica de San Pedro y en el marco de los funerales del Papa ilustra, si se quiere, un triunfo póstumo de la cultura del encuentro y las demandas pacificadoras que Francisco predicó y practicó.
La anterior reunión entre aquellos presidentes, en la Casa Blanca de Washington, había sido un festival de gritos, recriminaciones y pases de factura que el ruso Vladimir Putin interpretó como una luz verde para incrementar sus letales ataques a territorio ucraniano. Esta vez, los voceros de la Casa Blanca definieron el encuentro Trump-Zelensky como “muy productivo”, mientras el ucraniano lo consideraba como “muy simbólico” y “potencialmente histórico”. Putin, aunque no viajó a Roma, recibirá el poderoso mensaje fechado en El Vaticano.
Zelenski y Trump fueron convocados a Roma, como decenas de Presidentes, soberanos y altos funcionarios de gobiernos de todo el mundo, por el impresionante magnetismo de la figura de Francisco, movilizados por el sentimiento y la esperanza que su pontificado despertó en todo el mundo, particularmente entre los desheredados, los humildes, los marginados. Los poderosos que ocuparon las primeras filas en las ceremonias fúnebres estuvieron rodeados por multitudes bajo el influjo integrador del Papa fallecido.
El viaje y el encuentro
Doce años antes, Jorge Bergoglio había viajado ligero de equipaje a El Vaticano para asistir al cónclave que definiría el sucesor de Benedicto XVI y, sorprendentemente para muchos (inclusive él mismo hasta cierto momento), en esas jornadas terminó consagrado Papa. Nunca más regresó a su patria.
Muchos se preguntan cuáles habrán sido los obstáculos que se interpusieron entre su tantas veces reiterada voluntad de visitar Argentina y la realización efectiva de ese encuentro.
Hubo motivos de hecho –desde la larga pandemia hasta sus propias dolencias o la existencia de elecciones en uno de los países que integraban el periplo regional programado por la Santa Sede-, pero un argumento que a menudo aparece es que Francisco no quería llegar a una Argentina dividida y agriamente enfrentada en los términos de la grieta, un país en el que todos sus actos y gestos como líder espiritual de dimensión universal eran interpretados con mezquinos códigos de facción.
Resulta una ironía que sea su muerte la que parezca ahora suscitar la convergencia y el encuentro que él auspició infructuosamente en vida:: desde el oficialismo libertario (salvando alguna excepción recalcitrante) hasta el kirchnerismo, pasando por el Pro, los radicales y otras corrientes del campo liberal, así como el peronismo histórico en sus expresiones provincianas y metropolitanas cantan loas al Papa del fin del mundo, muchos coincidieron en los homenajes póstumos. ¿Se trata apenas de reverencias protocolares? Las rencillas dirigenciales parecen subsistir mal disimuladas por el maquillaje. La grieta, por lo demás, se ha pluralizado: ya no solo hay un foso entre dos grandes bandos, sino que los bandos mismos cavan trincheras internas para separarse y combatir a aliados recientes. La desagregación cunde.
Las inquietudes de Francisco sobre el inmediato presente argentino, los que quizás postergaron sine die su regreso a la patria, se confirman. Pero aunque él no minimizaba a las dirigencias, miraba más allá de ellas, procuraba entender al pueblo llano, a los hombres y mujeres, jóvenes y viejos que constituyen el tejido vivo de la sociedad. Por eso nunca perdió la esperanza ni permitió que su voluntad se abatiera. En Roma y en el mundo, más allá de los gestos sinceros o interesados de los poderosos, encontró el aliento de los que no están precisamente en la primera fila, sino más bien en el montón.
De la periferia al centro
Hoy muchos repiten que Francisco fue el argentino más importante de la historia. Sería bueno ir más allá de la frase marketinera, de la evaluación superficial referida a su fama secular o de ubicarlo en la tabla de posiciones de los mayores “influencers” del mundo. El Papa argentino expresó en primer lugar en el vértice de la Iglesia universal, una elaborada voz continental, latinoamericana.. Un año y medio atrás, en estas páginas, en un artículo sobre la Teología del Pueblo – el refinado pensamiento teológico forjado en el Río de la Plata desde los años 60, del que Bergoglio era una encarnación- subrayábamos que el Papa aportaba ese insumo significativo en la relevante influencia espiritual del catolicismo en el planeta.
Y, evocando a uno de los principales contribuyentes a esa corriente teológica, el uruguayo Alberto Methol Ferré, comentábamos que “la iglesia latinoamericana fue, hasta el Concilio Vaticano II (más específica
mente, hasta la primera Conferencia Episcopal Latinoamericana, en Medellín, 1968) una iglesia espejo, pero desde entonces y particularmente desde Puebla 1979 (Segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana) comenzó a convertirse en iglesia fuente no solo para Europa, sino para todo el mundo”.
La asunción del Papa argentino profundiza el alejamiento de la Iglesia de la centralidad europea occidental, un proceso iniciado a fines de la segunda guerra mundial, con los grandes movimientos de descolonización. La entronización de Karol Wojtyla – un Papa polaco, el primero no Italiano desde 1523,- es un capítulo importante de ese proceso: la Iglesia empieza a alejarse de la centralidad europea para acercarse a una nueva realidad. Las ideas teológicas rioplatenses –Tología del Pueblo- que reivindican la religiosidad popular y la opción preferencial por los pobres, se ofrecen como opción a una Teología del Tercer Mundo hibridada por el análisis sociológico y económico marxista y a la influencia secularizadora que imperaba en Europa. Francisco encarnó una lectura contemporánea y latinoamericana (desde la periferia) del Concilio Varicano II. Y así encaró su pontificado. La Iglesia asumió una misión auténticamente universal con un conductor surgido de fuera de los centros imperiales: literalmente, del fin del mundo.
Las caras del poliedro
La designación de cardenales durante el papado de Francisco reflejó la intención de fortalecer la presencia “periférica”. Bergoglio fue el Papa que más cardenales no europeos eligió: Entre los que designó Juan Pablo II 55 por ciento eran europeos; Benedicto XVI eligió un 57 pot ciento de eurpeos. Francisco, sólo el 40 por ciento. En cambio, un 23 por ciento de los promovidos por Francisco son latinoamericanos, 17 por ciento, asiáticos; 13 por ciento, africanos; 6 por ciento norteamericanos; 2 por ciento, de Oceanía.
¿Cómo continuará ahora ese proceso? Esa es la pregunta por la sucesión de Francisco. La prensa ha informado prolijamente que del total de los 120 cardenales electores (en rigor, hay 133 cardenales que tienen edad para votar: menos de 80 años, pero según normas que rigen desde el papado de Pablo VI, el cónclave de electores no puede, tener más de 120, por lo que quedarían fuera los últimos 13 designados) Francisco eligió el 80 por ciento. De ese dato suele concluirse que Bergoglio “armó” el cónclave para garantizarse el sucesor más fiel. Error.
Si bien puede plausiblemente suponerse que habrá continuidad, el problema es saber cuál o cuáles de los distintos temas centrales que Francisco impulsó mantendrán el impulso enérgica que él less impuso y cuáles otros perderán peso. El Papa argentino desconfiaba de la uniformidad: prefería una coralidad en la que confluyeran muchas voces diversas .Con ese criterio promovió cardenales. “El modelo no es la esfera, que no es superior a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros –nos informa Evangelli Gaudium- . El modelo es el poliedro… confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad… recoge lo mejor de cada uno”,
El poliedro de Francisco tenía muchas caras, muchos planos importantes. Por citar algunos:querla “una Iglesia pobre para los pobres” y una Iglesia que administrara con transparencia su economía, un objetivo en el que encontró muchos obstáculos; impulsaba una estructura sinodal de la iglesia (para conectar fluidamente las instancias más altas de autoridad eclesial con las más amplias y profundas,, fortaleciendo las estructuras locales, potenciando la escucha y participación de las bases católicas y atendiendo las tendencias del mundo).; por cierto impulsaba la defensa e integración de los vulnerables y “descartados”, los marginados de la sociedad constituida, los migrantes forzosos; procuraba la atención, comprensión y promoción de las periferias, entendidas en su dimensión tanto geográfica, como social y cultural. La defensa de la casa común, el planeta. El acercamiento y apertura a las diversas formas de la religiosidad popular. La misericordia: una conducta no culpógena, dispuesta al perdón y la convivencia. El respeto a las Identidades (nacionales, culturales, de género) enmarcado en una cultura del encuentro y en un universalismo con raíces.
Muchos de los cardenales electores representaron para Francisco alguno de esos planos del poliedro, y él los promovió por sus valores para impulsar esos procesos. Creía que su misión principal era, precisamente, motorizar y encauzar procesos virtuosos, en la búsqueda ideal de la armonía.
Pero no necesariamente los cardenales que sostienen la continuidad de alguna de las caras del poliedro de Francisco apoyan la contiuidad o la consolidación de otras. La mayoría de los electores africanos, por caso, respalda el fortalecimiento de las periferias, pero un buen número de ellos se resiste con vigor a temas como la bendición de parejas homosexuales, la comunión a los divorciados o a la apertura a expresiones de las diversidades sexuales.
Entre los bergoglianos etiquetados como más progresistas, hay algunos que adhieren a la idea sinodal pero la llevan, hasta posiciones anarcolibertarias, mucho más allá del punto que Francisco buscaba.
El cónclave seguramente tomará en cuenta perspectivas de una geopolítica de la Iglesia: los equilibros y desequilibrios potenciales con las potencias mayores, los campos de expansión posible de la acción evangelizadora.
En relación con las periferias, probablemente es difícil que una continuidad de Francisco emerja una vez más de América Latina. Si acaso, habría que mirar a Asia, donde ha quedado una puerta que Bergoglio llegó a entreabrir: China.
Por cierto, en esa diversidad poliédrica que construyó Francisco hay campo para que, si el Espíritu Santo no se los impide, operen algunas fuerzas que resistieron tenazmente al Papa del fin del mundo. Esas fuerzas sintieron los golpes que Bergoglio asestó a un sector largamente influyente en la Corte vaticana y en su estructura financiera y buscaron alianzas externas con sectores que veían en la preocupación de Bergoglio por las periferias étnicas y sociales la conducta de un enemigo. En un período en que se encuentran en ascenso en el centro de Occidente corrientes políticas que tienen sus propios motivos ideológicos para rechazar una continuidad fiel al poliedro de Bergoglio. No es imposible que aquellos adversarios interiores lleguen al cónclave apalancados desde afuera.