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Arte y Espectáculos 6 de noviembre de 2016

Costantino: “En el futuro no se va a comer carne y tampoco va a haber sexo”

por Dolores Pruneda Paz

“El verdadero jardín nunca es verde” es una instalación inspirada en “El jardín de las delicias”, de El Bosco, e inaugurada en la galería Barro (Buenos Aires) donde la controversial Nicola Costantino resignifica, cinco siglos después y en tres dimensiones, la icónica obra, creando un hábitat casi onírico que pasea al espectador por perturbadores paisajes y obsesiones.

El visitante llega y se encuentra con un cerco de puntales de madera y enormes cuadros que Costantini realizó con impresiones fotográficas sobre madera, formando un cyclorama que lo encierra y enfrenta a una reconstrucción verosímil de ‘La fuente de la vida’ que imaginó el El Bosco cuando pintó el panel central de “El jardín de las delicias” (1500-1505), bisagra entre el Medioevo y el Renacimiento y epifanía del surrealismo.

La “monstruosidad” que la rosarina llevó a escena en más de cuatro metros de altura -esa fuente pintada y desgastada en “rosa carne” para dar la sensación “de cosa en descomposición”- es el punto de referencia, el centro de lo que de ahora en más, hasta el 23 de diciembre, ocurra en el 531 de Caboto, en el barrio de La Boca, cada vez que la galería porteña abra sus puertas, de martes a viernes de 12 a 18 y los sábados de 15 a 19.

Lo que hay alrededor es un paisaje panorámico de 360 grados que envuelve al espectador en escenas que cruzan la fantasía gótica de El Bosco -Costantino cree que él se reía de la estupidez humana mientras pintaba lo que pintaba e imaginaba las reacciones-, con la suya, que tiene al cuerpo como territorio para lo revulsivo y estéticamente bello.

Costantino (Rosario, 1964) es una de las artista contemporáneas más consagradas de su generación, la autora de los “Chanchobola”, en 2013 fue la encargada de representar a Argentina en la Bienal de Arte de Venecia con la instalación “Rapsodia inconclusa” sobre Eva Perón.

En 2000 había presentado en Nueva York “Peletería humana”, piezas de alta costura hechas con réplicas en silicona de piel que incluían tetillas de varón, ombligos y pelo natural (un corset forma parte de la colección del museo de arte moderno MoMA en esa ciudad); y en 2004 sorprendió a la escena artística con “Savon de corps” en Malba: jabones de lujo hechos con grasa de su propia liposucción.

De padre cirujano y madre modista, a sus 53 años reconoce esa primeras marcas en su obra, como la obsesión por los alimentos, “viniendo de familia italiana y esa cosa social en torno a la comida”, que la llevó a hacer taxidermia e incluso a faenar animales para mostrar la parte no cosmética del asunto; o a tener “el cuerpo como arena de debate”: “De chica acompañaba a papá a las operaciones y me pasaba horas mirando enciclopedias de anatomía”, repasa.

Y en esta instalación, “que algo tiene de ciencia ficción futurista y distópica”, dice, “traspongo la carnalidad (de El Bosco) por la carne, el sexo por el alimento, aunque crea que en el futuro no se va a comer carne y tampoco va a haber sexo”.

– ¿Cómo surgió esta nueva muestra?

– Quería llevar eso que existió en la imaginación de El Bosco a una escala más o menos natural y recorrerlo como objeto, como si estuvieras dentro de “El jardín de las delicias” 500 años después o mil o antes (hay citas de los griegos a la actualidad, hasta el futuro incluso).

También quise que ‘La fuente de la vida’ se sintiera como la que él pintó, pero en estado de deterioro. Siempre me fascinó su forma porque es muy monstruosa, tiene algo de crustáceo, de planta, de huevos, una cosa muy primitiva y esencial, casi inexplicable. Además El Bosco es el antecedente de lo surrealista y contiene lo inconsciente, esa oscuridad que me gusta trabajar a mí.

– Esa cosa densa y opaca pareciera tomar toda la instalación…

– En todas las historias siempre está el fin del mundo, son construcciones que hago yo pero en referencia a El Bosco. No quería una recreación porque es imposible. La conexión la encontré en sus andróginos, personajes muy sexuales pero a la vez descarnados y en sus criaturas. En el tríptico hay una ronda de seres ‘a caballo’ que recreé haciéndoles montar animales embalsamados, a los cuales fotografié en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, y haciéndoles usar máscaras anti-gas, diseñadas a partir de una escultura mía: una boca humana de la que sale un hocico de cerdo, del que sale como vomitado un cogote de pollo. Y los personajes de estos cuadros-fotos son gente del mundo del arte, artistas de Básica TV, bailarinas como Florencia Vecino o la performer Natacha Voliakovsky. Desde ese panel que está en la retaguardia, junto a la imagen de una Jerusalén ardiendo en el futuro, comienza el recorrido por la muestra, que incluye unas 14 situaciones o paradas.

– ¿Hay una mirada de género en esta construcción?

– Sí. Aparecen Las tres gracias, una obra que habla de la amistad y la alegría entre mujeres como refugio. Son ellas las que sobreviven, casi no hay varones. Está Diana la cazadora. La vigía, retratada como mariposa con alas de media res sobre una montaña. Tetis sumergiendo a Aquiles por el talón, que somos yo y mi hijo Aquiles. Un grupo de Venus que armé con calcos de mi cuerpo, en la Rubens vuelve a aparecer mi hijo, como Cupido, que me sostiene el espejo.

En esta instalación no sabés qué pasó con los varones, ha pasado en muchas guerras, tiene algo apocalíptico pero también ancestral, si bien pasaron 500 años y “El jardín de las delicias” cambió mucho, hay cosas se repiten: antes era El Juicio final y que íbamos a morir todos por nuestros pecados. Hoy vamos a morir todos por otros motivos, pero nosotros somos los que vamos a provocar el fin de la humanidad.

– ¿Te interesó retornar al trabajo más escultórico, el que comenzaste al instalarte en Buenos Aires por 1994?

– Siempre trato de incluir y volver a la escultura porque me si bien los últimos años trabajé foto y video yo me siento escultora, a mi trabajo lo pienso en volumen. Por eso utilicé la fotografía pero la traté como otra cosa, parece pintura, parece otra cosa. No me gusta el canon de la altísima calidad de la imagen, hoy todo lo digital tiene tan buena calidad que es demasiado artificial, y yo quise bajar barreras con el espectador dejando de lado esa solemnidad. Por eso usé soportes de madera impresa a los que rayé, envejecí, manche y hasta les caminaba encima.

– ¿Qué buscaste con este trabajo?

– En la sociedad hay grandes definiciones e ideas de lo que está bien y lo que está mal, pero en medio de esa estructuras éticas y morales pasan la mayoría de las cosas que por lo general son bastante terribles al menos contradictorias. Nunca hice una obra que destacara esto y tenía ganas de hacerlo.

Télam.



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