Interés general

Cristina Peri Rossi, la perturbadora

El pasado 10 de noviembre, a pocos días de cumplir 80 años, la uruguaya Cristina Peri Rossi obtuvo el Premio Cervantes. Ha transitado diversos géneros, como el cuento, la novela, la crónica periodística y el poema. Un repaso por su vida y su obra.

Por Pía Pasetti

Cristina Peri Rossi nació en Montevideo, en 1941. En 1972, ante la inminencia de un golpe de Estado, abandonó Uruguay para marcharse de modo clandestino a Barcelona, donde reside actualmente. Si bien la dictadura cívico militar uruguaya comenzó un año después, durante los años previos se desarrollaron gobiernos caracterizados por censurar a medios de prensa y comunicación, prohibir partidos políticos de izquierda y ejercer una política autoritaria y represiva.

En este contexto, la autora se hallaba en una situación de peligro, a causa de su participación en “Marcha” -semanario uruguayo que nucleaba a la izquierda latinoamericana- y por su militancia en el Frente Amplio, coalición de diversos partidos políticos de izquierda. Sus libros fueron vedados, como la mención de su nombre en cualquier medio de comunicación, al mismo tiempo que se le prohibió escribir en órganos de difusión. Silenciada, amenazada y perseguida, la única opción fue el exilio.

Esta experiencia marcó, sin dudas, un punto de quiebre, no solo en su trayectoria vital, sino también en su obra; en sus producciones, tanto poéticas como narrativas, la problemática del exilio es asediada insistentemente, de modo explícito, o proyectada a través de diversas figuraciones.

En el primer caso, las zonas en las que esta problemática es explícita, se encuentra, por ejemplo, el poemario titulado Estado de exilio, que escribe en 1973. En su prólogo, plantea que el exilio le pidió palabras, le pidió escritura, le pidió fijar las emociones: el resultado son los poemas incluidos en ese libro. Por otra parte, se encuentran sus crónicas periodísticas —sobre todo, las publicadas entre 1978 y 1983—, en las que, también, el tema del exilio se aborda explícitamente, lo que se exhibe, de nuevo, en sus títulos. Una de ellas se titula igual que el poemario, “Estado de exilio” (1978), mientras que otra se denomina “Los exilios” (1983). Ambos textos presentan un tono de denuncia, en tanto en los dos se destaca cómo América Latina acogió cálida y generosamente a los refugiados políticos españoles a fines de la década del 30, mientras que décadas después, cuando comenzó el éxodo a la inversa, dice Peri Rossi, cuando ciudadanos de Argentina, Chile y Uruguay llegan a Europa, las puertas de casi todos los países estaban cerradas, o eran admitidos con cuentagotas.

En sintonía con ello, plantea que en los países europeos no hubo una política oficial de recepción, y afirma que no se instrumentaron medidas objetivas de solidaridad para que la persona exiliada se sintiera bien recibida, comprendida y auxiliada. Así, se observa cómo en parte de su producción poética y también periodística, el tema del exilio es tratado de modo directo.

Sin embargo, en algunas zonas de su obra, esto se proyecta través de diversas figuraciones. Una de ellas, la más recurrente, es la imagen de extranjera o extranjero, reconocible en gran parte de sus textos, como en la novela La nave de los locos (1984) o en el cuento “En la playa” (1976). En relación con este tema, cabe señalar que en el fallo difundido por el jurado del Premio Cervantes se subrayó, entre otras cuestiones, que su obra constituye “un recordatorio perpetuo del exilio y las tragedias políticas del siglo XXI”.

El 4 de octubre de 1972, la autora huyó de madrugada hacia el puerto de Montevideo para abordar el barco que, luego de una travesía de 16 días, la trasladó a España. De acuerdo con lo que narra en una entrevista brindada a una crítica española, en 1993, la única pertenencia que llevó consigo fue solo una maleta repleta de papeles en blanco. Más allá de la veracidad o exactitud de la escena, la elección de estos materiales frente a cualquier otro —materiales que, en cierta medida, constituyen textos literarios en potencia—, revela una concepción de la escritura como praxis vital; arte y vida se entrelazan en una mutua implicancia. Su historia se halla marcada por un deseo, el deseo de escribir, y por la fidelidad a ese deseo, sin negociaciones.

Condición de mujer

Desde niña se asumió como escritora, a pesar de la incomprensión de su entorno. Según su relato, a los seis años, en una reunión familiar numerosa, se subió a una silla y dijo: “Voy a ser escritora”, lo que produjo un escándalo. En el contexto de la década del 40, esta elección —junto con su gusto por silbar, treparse a los árboles, o jugar al fútbol— implicaba una subversión de los roles o espacios asociados al género femenino.

En este sentido, en sus producciones hay una reflexión permanente sobre el ser mujer, cuestión que también fue señalada por el jurado del Premio Cervantes, cuando en el fallo se describió su obra como “un ejercicio constante de exploración y crítica, sin rehuir el valor de la palabra como expresión de un compromiso con temas claves de la conversación contemporánea como la condición de la mujer y la sexualidad”.

El amor entre mujeres es una presencia recurrente, sobre todo, en su poesía, como se advierte, por ejemplo, en el poema “3° estación: campo de San Barnaba” de Lingüística General (1979): “Esta noche, entre todos los normales,/ te invito a cruzar el puente./ Nos mirarán con curiosidad —estas dos muchachas—/ y quizás, si somos lo suficientemente sabias,/discretas y sutiles/perdonen nuestra subversión/sin necesidad de llamar al médico/ al comisario político o al cura”. En estos versos, a través de un tono irónico, el vínculo amoroso se presenta como subversivo, susceptible de ser castigado por la medicina, la política o la religión.

La figura de la mujer predomina también en otros poemas, como en “Genealogía” (1994), dedicado a Safo y a Virginia Woolf, sus “dulces antepasadas”. En él, traza una suerte de linaje de escritoras, cuyo denominador común fue desafiar “la biología elemental/que hace de una mujer una paridora” para, en cambio, seguir su deseo, a pesar de las dificultades implicadas en esa elección.

Por otro lado, cabe subrayar que parte de sus crónicas periodísticas, publicadas en diarios españoles, abordan, de modo temprano, diversos temas que hoy forman parte de la agenda feminista, como el derecho al aborto, en “¿Quién quiere matar a Nacho?” (1983), la cosificación del cuerpo femenino, en “El silencio del cuerpo de la mujer” (1987), o los femicidios, en “Un país peligroso para las mujeres” (1988). Esta problemática también se presenta, a través de un tono descarnado y potente, en el poema “Condición de mujer” (2015), en el que refiere a “las mujeres de Juárez”, esto es, las asesinadas en Ciudad Juárez, México.

Mi casa es la escritura

Cristina Peri Rossi ha transitado diversos géneros, como el cuento, la novela, la crónica periodística, el poema. En ellos, a través de las particularidades propias que impone cada tipo textual, emergen, con insistencia, temas como el exilio, el amor, el erotismo, el psicoanálisis, la infancia. Todo ello se despliega bajo un registro lúcido e irónico, bajo una escritura rabiosa y preciosa que, lejos de fijar sentidos, apuesta, por el contrario, a la apertura. Esto se reconoce, por ejemplo, en su novela La nave de los locos (1984), en la que se establecen inagotables lazos, conexiones y diálogos con textualidades y tradiciones heterogéneas, como la grecolatina, la judeocristiana, el tango, el jazz, la literatura latinoamericana, el cine, obras pictóricas, un poema del siglo XV, entre otras. La autora manipula múltiples y diversas textualidades, discursos, tradiciones, que luego inserta en sus textos para recontextualizarlos, otorgarles una nueva función.

La obra de Peri Rossi propone un desafío permanente a los discursos y convenciones sociales, intenta desmantelar y deconstruir los órdenes y estructuras fijadas, cristalizadas. Así, su proyecto estético-ideológico está definido por la resistencia y la disidencia frente a pensamientos y categorías normativizantes, frente a modelos y pensamientos heredados. En sus textos se exhibe un cuidadoso tratamiento del lenguaje: cada palabra es escrita, pero también, como se enuncia en los versos de “Leyendo el diccionario” (1971), es pronunciada, palpada, calcada, encerrada, lamida, acariciada. En el universo de la autora, escritura y vida se encuentran absolutamente imbricados; ella misma plantea que, en tiempos de exilio, la escritura operó como una suerte de terapia: “Mientras sufro por el temor a no poder escribir más, en el exilio, escribo. Mientras padezco el dolor, el desgarramiento, escribo”. Esta idea se condensa en el título de un poema publicado en 2007: “Mi casa es la escritura”. La praxis escritural, así, se concibe como refugio, como el único espacio donde poder afincarse, o mejor, donde poder salvarse.

En 2017, un periodista del diario El País, España, le preguntó a Cristina Peri Rossi a quién le daría el próximo Premio Cervantes. Como una suerte de premonición, su respuesta fue: “A Cristina Peri Rossi, para que siga escribiendo”. Que así sea, entonces.

Hablamos lenguas que no son las nuestras

andamos sin pasaporte

ni documento de identidad

escribimos cartas desesperadas

que no enviamos

somos intrusos numerosos desgraciados

sobrevivientes

supervivientes

y a veces eso nos hace sentir culpables

¿Cuál es mi casa?

¿Dónde vivo?

Mi casa es la escritura

la habito como el hogar

de la hija descarriada

la pródiga

la que siempre vuelve para encontrar los rostros conocidos

el único fuego que no se extingue

Soy la advenediza

la perturbadora

la desordenadora de los sexos

la transgresora

Hablo la lengua de los conquistadores

pero digo lo opuesto de lo que ellos dicen.

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