La Ciudad

Cuando el fútbol deja de ser divertido

por Andrés Macías

“Llegás a atajar y te cago a trompadas”, se escucha decir a un hombre de 35 años que no quiere ver a su hijo de ocho jugar de arquero, en un partido de escuelitas. No se compite por nada. Y tras la intervención de un técnico del niño, al presenciar la situación y hacerle saber al mayor que esa actitud no es la adecuada, lejos de la disculpa y el arrepentimiento, la respuesta recibida es contundente: “Es mi hijo y hago lo que quiero. Si tenés algún problema, sabes donde vivo, pasas por mi casa y lo arreglamos”.

No es la única forma en la que los padres presionan a sus chicos, algunos optan por hacerlo de forma disimulada o quizás desde sus casas, pero cualquiera sea la manera, esto perjudica a los niños, que sólo deberían divertirse. Este problema de agresividad no sólo es dentro de una cancha, donde los sentimientos o las pasiones pueden nublar la mente, si no que muchas veces es algo trasladado desde el hogar, donde el chico no tiene protección alguna.

“Quizás en los barrios o clubes más humildes, la forma en lo que se dice es más fuerte o chocante, pero ese tipo de violencia se puede ver en todos lados y lo más preocupante es que va en aumento, convirtiéndose en algo normal”, asegura Pedro Perotti, coordinador de divisiones inferiores e infantiles durante más de 10 años en varios clubes, quién además afirma que muchas veces no es fácil solucionar este problema, ya que, en la mayoría de los casos los padres reaccionan de mala manera cuando un entrenador les llama la atención.

La falta de capacitaciones sobre esta problemática o de profesionales que lo traten, dificulta la labor de los técnicos, que según Perotti, “muchas veces, sin el apoyo de una asistente social o alguien relacionado con el tema, es complicada la forma de encarar el tema con el niño, ya que, por miedo a que se entere quién lo agrede y tener una nueva represalia, prefiere seguir aguantando el maltrato y no intentar buscar una solución”.

“Yo te lo cuento a vos profe, pero no le vayas a decir nada a mi papá porque si se entera que te digo esto, me mata”, así arranca el relato del “Negro”, un chico de 13 años, que ama el fútbol pero no puede ser feliz por las constantes presiones e insultos que recibe de su padre. “A mí me encanta entrenar, porque no está gritándome si hago algo mal”, continúa, y cuenta que si fuera por él, los sábados, día en que juegan las divisiones inferiores, haría cualquier actividad, menos jugar y así evitar los retos del mayor.

Generalmente, tanta carga de presión sobre un niño provoca malestar constante del mismo y en algún momento, la descarga de tensiones va dirigida hacia sus pares o el entrenador. “Siempre trato de controlarme y escuchar cuando mis compañeros me corrigen algo, porque más de una vez he reaccionado mal contra ellos y no tienen la culpa de lo que a mí me pasa. Cuando entramos al vestuario siempre me disculpo y gracias a Dios, ellos saben entenderme”, asegura el Negro.

“Juego al fútbol porque me gusta, desde chiquito, pero cada vez que entró a la cancha y agarro la pelota, lo único que pienso es que si la pierdo se va a escuchar el grito o insulto de mi viejo y por lo general, estoy tan pendiente de eso que me olvido todo lo que el técnico o mis compañeros me pidieron que haga”. Que reconozcan los logros obtenidos es algo que toda persona quiere, y más aún si sos chico, pero esto es algo que el joven jugador no puede disfrutar, y angustiado cuenta que, “por más que haga todo bien, siempre encuentra algo para criticarme, nunca me felicitó por nada, ni siquiera cuando salimos campeones porque según él, erré muchos pases ese día”.

El profesor de educación física, Marcelo Dasseville, cuenta que “muchas veces toca lidiar con chicos que no quieren jugar o ante una mala jugada o algo mal que hacen, por más mínimo que haya sido el error, se largan a llorar. Se hace difícil incentivar y enseñarle a un nene que en vez de estar atento a lo que se le pide o debe hacer, solamente piensa en lo que le dijo su padre o madre antes de entrar a la cancha”.

Como director de “Vacaciones felices”, denominación del programa de escuelas de verano, asegura que “la diferencia en los niños se puede observar comparando su actitud en este ambiente, sin tener ninguna presión, donde se relacionan con otros chicos y solamente buscan divertirse. En cambio, cuando sufren de violencia por parte de sus padres con respecto al deporte, ya deja de ser una diversión para ellos y la tensión que deben soportar les provoca diferentes comportamientos, por lo general, negativos con respecto a sus compañeros”.

Marcelo Roffe, psicólogo deportivo y uno de los escritores del libro “Mi hijo el campeón”, realizó un estudio que demuestra que los niños son constántementes exigidos a ganar por sus padres y esta presión a la que son sometidos les niega la posibilidad de aprender. Cuando se somete a un nene a competir, éste no desarrollará ninguna habilidad nueva, ya que, intentará rendir al máximo utilizando sólo aquellas virtudes que ya posee.

En alusión al comportamiento de los mayores, para Emanuel Cabellero, profesor de 23 años del Club Atlético El Nacional de Tres Arroyos, es un conflicto de “pasión” que despierta el fútbol y que ocurre a cualquier nivel, pero cuando el afectado es un nene, no se puede dejar pasar por alto. En comparación a esto, afirma: “Si pones de ejemplo a las escuelas, a pesar de que los chicos muchas veces actúan de forma incorrecta por órdenes desde su casa o malas formas de educación, el padre no es agresivo, o por lo menos nunca vi a un padre insultar a un nene para que se saque un 10 o haga bien su papel en un acto escolar.”

Intervenir ante una situación de agresión contra un jugador a su cargo es prácticamente una obligación, pero también el docente reconoce que “al ser joven se hace más difícil enfrentar a un padre que está seguro que tratar mal a su hijo esta bien, a pesar de estar dentro de una institución, donde supuestamente quienes estan a cargo del menor son los profesores”. “Ellos creen que por no tener 10 o 20 años de experiencia, no tenés derecho a llamarles la atención si ves que algo se está haciendo mal con un jugador tuyo”, asegura Caballero.

A partir de los 5 años, los niños entran en la etapa de sociabilización, en la que comienzan a identificar al otro, a integrarlo en sus planes para conseguir o hacer algo, por ende, cuando un nene debe lograr una meta que le fue impuesta, si un compañero de equipo no le “sirve” para su objetivo, no intentará ayudarlo, si no al contrario, se enojará con él y descargará su bronca, que seguramente debería ser dirigida a otro lado.

El “logro” para los pequeños no debe estar exclusivamente relacionado al triunfo, ya que, se debe premiar el esfuerzo y el aprendizaje desde la derrota, pero por sobre todas las cosas, la diversión como parte fundamental del fútbol infantil. Mientras haya padres que no logren entender esto y sigan depositando su agresión hacia sus hijos, el deporte más importante del país se verá empañado y en el eslabón más débil, aquel que no puede defenderse por sí solo, niños que solamente tienen la ilusión de correr detrás de una pelota porque les gusta y los hace feliz. Por eso, siempre se pedirá no más violencia, en ningún ámbito ni circunstancia, pero el pedido se hará más fuerte, cuando los perjudicados sean los más pequeños.

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