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Policiales 23 de marzo de 2021

“Cuando me enteré de que era el mismo ‘motochorro’ no lo podía creer”

En febrero de 2016, Giovana Ingoglia casi pierde un brazo cuando Miguel Ochoa quiso robarle su mochila y la arrastró por el piso en Pellegrini y la costa. Ahora, el mismo delincuente fue detenido por matar, en un hecho idéntico, a la psicóloga María Rosa Daglio en Ramos Mejía. "Siento mucha impotencia y bronca", dijo.

Giovana Ingoglia, en una imagen tomada tras recuperarse en 2016.

Giovana Ingoglia descansaba en Mar del Plata aquel verano de 2016. El anterior había sido un año de intenso estudio en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Rosario y, junto a su madre, disfrutaba de unas merecidas vacaciones tras arribar desde San Nicolás, de donde es oriunda. Pero durante la noche del 17 de febrero su vida cambió para siempre: en el afán de robarle su mochila, un “motochorro” la arrastró por Pellegrini y la costa y casi le hace perder un brazo, además de causarle otras múltiples y graves lesiones. Ese delincuente no era otro que Miguel Ochoa (55), quien el último lunes a la noche fue detenido por matar a una mujer en un hecho idéntico, ocurrido días antes en Ramos Mejía.

Ochoa había sido juzgado y condenado a prisión por el violento asalto a Ingoglia. Sin embargo, a la joven nadie le avisó que estaba libre: se enteró de que el asesino de la psicóloga María Rosa Daglio (55) era el mismo que casi la había matado a ella, cinco años y un mes atrás, por los medios digitales.

“El lunes a la noche de casualidad me puse a ver el celular y me aparecieron las noticias y vi la cara de él y de la mujer y lo reconocí. No sabía nada de que lo habían liberado. Me fui a acostar pero dormí muy mal y hoy (martes) fue un día muy movilizante: estoy como si me hubiera pasado un tren por encima”, dijo Giovana Ingoglia al ser contactada por LA CAPITAL.

Acto seguido, recordó la pesadilla sufrida en Mar del Plata y los dos años siguientes de rehabilitación en los que logró recuperar la movilidad de una de sus extremidades superiores, aunque no del todo. Es que cuando Ochoa la arrastró por el piso para robarle su mochila su brazo derecho quedó atrapado entre los rayos de la cubierta trasera de la motocicleta y casi lo pierde.

“Yo tenía la mochila bien puesta y él apareció de atrás y me tiró y me arrastró por el suelo. Me gritaba y me decía que se la diera, que me iba a matar… Ahí se juntó gente y él quiso disimular: me acuerdo de que me decía ‘mi amor, ¿cómo estás?’, pero yo pude hablar y entonces llegó la policía y lo esposaron en el momento y se lo llevaron”, relató, aún consternada, la joven nicoleña.

faxo

A partir de entonces se inició un camino sinuoso entre las curaciones y el juicio oral. La primera parte fue dura pero acabó con un final feliz, mientras que la segunda debió haber tenido un desenlace diferente al que ahora se descubre.

“Estuve doce días internada en Mar del Plata y como al año tuve que volver cuando lo juzgaron (a Ochoa). Escuché su apellido, declaré y me fui. Después me avisaron que lo habían condenado y nunca más quise saber nada”, señaló.

Y agregó: “Yo lo había enfrentado ahí y él no me había ni mirado a la cara. Por eso pensé que tal vez se habría asustado de que casi me mata y, en una de esas, podía haber cambiado. De hecho hace un tiempo pensaba si seguiría preso o si habría salido por buena conducta y ahora me entero de esto. Creo que no va a cambiar nunca”.

En ese sentido, Ingoglia mencionó que al enterarse de que Ochoa había sido el autor del asalto que acabó con la vida de la psicóloga Daglio sintió “mucha impotencia y bronca”. “Si él hubiera estado preso esto a la mujer no le hubiera pasado”, se lamentó.

Es por eso que la joven decidió “salir a hablar más que nada para ayudar, si es que ayuda a alguien”. “Sé que la hija (de Daglio) me escuchó y que me agradeció. Es terrible lo que les pasó”, indicó.

La recuperación

En total, fueron dos años de tratamientos y rehabilitaciones. Ingoglia debió dejar la facultad y casi que tuvo que aprender “a mover el brazo derecho de cero”.

“Fue muy duro y todavía hoy no puedo hacer todos los movimientos que tendría que poder hacer con el brazo. Tuve que aprender a hacer todo de nuevo, porque lo tenía inmovilizado. Y siento dolores, aunque tolerables, porque me pusieron clavos que tengo que sacarme en algún momento. Lo que pasa es que ahora no quiero saber nada con operarme”, explicó la joven.

A pesar de la tristeza y la bronca por la “pesadilla” sufrida, a Ingoglia puede oírsela optimista. “Al menos pude volver a escribir y sueño con volver a estudiar para terminar la carrera mientras trabajo en la farmacia de mi familia”, finalizó.