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El Mundo 29 de octubre de 2016

Cultivos ilícitos a vista de pájaro

Las nuevas tecnologías están restando secretismo a los cultivos de coca y opio pese al riesgo de caer en errores de cálculo.

por Belén Delgado

Por mucho que se intente esconder la producción ilegal de coca en América Latina o la de opio en Asia, las nuevas tecnologías están restando secretismo a esos cultivos desde el aire pese al riesgo de caer en errores de cálculo.

Para estimar la extensión de las plantaciones agrícolas los investigadores suelen recurrir a las fotografías por satélite y a la observación directa, pero cuando se trata de sustancias ilícitas muchas veces eso último resulta imposible.

“La principal diferencia está en la recogida de datos en el terreno, que en nuestro caso es muy difícil. Trabajamos con los gobiernos porque necesitamos protección de la policía para ir a los sitios y comprobar lo que hemos visto en imágenes”, afirma a EFE el experto de la ONU Coen Bussink.

Desde su departamento de estadística de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito dan asistencia técnica a los países para medir todo tipo de cultivos ilícitos, pero sobre todo los dos que consideran principales: la coca y el opio.

Según su informe anual de 2016 y al margen de las tendencias en cada país, el cultivo de opio ha disminuido a nivel mundial en el último año, mientras que el de la coca se ha incrementado.

Para llegar a esas conclusiones se necesitan, para empezar, sensores remotos de gran precisión. En Afganistán, por ejemplo, utilizan las imágenes satelitales con la mayor resolución disponible en el mercado, concretamente de 30 a 50 centímetros, señala Bussink.

En el país que más opio produce del mundo (un 80%), “necesitas esas fotografías porque allí los campos de opio son a menudo pequeños, pero hay países donde localizarlos es todavía más difícil como Birmania (el segundo productor), con grandes desniveles de montaña”, añade.

El experto Daniel Simms, de la Universidad británica de Cranfield, coincide en lo complicado que es reportar sobre drogas en Afganistán, donde se calcula que existen unas 200.000 hectáreas de cultivo de esa sustancia de la que deriva la heroína.

“Sufrimos presiones para recoger los datos debido a la inseguridad y un acceso limitado a las muestras sobre el terreno”, explicó esta semana Simms en una conferencia en Roma.

Todavía están perfeccionando el sistema con vistas a calcular mejor la productividad de esos campos, ya que corren el riesgo de no saber interpretar adecuadamente la información que les llega.

Puede ocurrir que las plantaciones de opio estén ocultas bajo los árboles, que se confundan con otros cultivos o que los sensores sean incapaces de percibirlas porque se acaban de plantar las semillas y todavía no han crecido las amapolas.

Conocer el ciclo de esas plantas, definir con más exactitud los límites de las parcelas y la densidad de los cultivos, aumentar el número de observaciones en momentos determinados o entrenar al personal encargado de hacerlas son algunas de las alternativas para reducir los márgenes de error.

Al menos cada vez tienen menos el problema de las nubes que tapan la superficie fotografiada desde el espacio ya que, al haber un mayor número de satélites, aumentan las probabilidades de lograr una imagen más definida, según Bussink.

El especialista de la ONU destaca el potencial de los drones, si bien actualmente se emplean básicamente en las distancias cortas.

A su juicio, la falta de una legislación clara y el costo demasiado alto que tienen ese tipo de aparatos a gran distancia hacen, sin embargo, que aún no puedan competir con los satélites.

El experto Thomas Bauer, de la Universidad de Recursos Naturales y Ciencias de la Vida de Viena, considera fundamental definir la escala de las muestras y verificar los resultados con información de campo.

Su equipo emplea distintos sistemas satelitales y, aunque cada vez tardan menos en interpretar los datos cuando analizan las fincas pequeñas, Bauer tampoco descarta recurrir al ojo humano frente a los posibles errores de las máquinas.

Así al menos intentan hacerlo en Bolivia, donde hay hasta cuatro cosechas de coca al año en zonas tropicales como las de Cochabamba y Los Yungas de La Paz.

Con unas 20.000 hectáreas, el país andino es el tercer productor mundial de coca (aunque considera legal la parte que no se desvía a la elaboración de cocaína), por detrás de Colombia y Perú.

Según los investigadores, los otros grandes productores de cultivos ilícitos son Afganistán, Birmania y México, el cual -además del opio- también destaca en la producción de marihuana.

El objetivo de tales mediciones, sostienen, no es otro que reducir esas plantaciones y, en última instancia, combatir el uso indebido y el tráfico ilegal de drogas.

EFE.



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