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Opinión 1 de mayo de 2020

De la caverna a la pradera (Vicisitudes del actor social)

Por Alberto Farías Gramegna
“La sensación de no poder controlar un evento genera frecuentemente un estado de paralización que inhabilita a las personas para alcanzar las metas propuestas.” – Jonathan García-Allen

Los aislamientos y confinamientos obligados y las restricciones al libre tránsito de personas en la vía pública, las llamadas “cuarentenas” como la actual que se extiende sin determinación exacta de la fecha de finalización, suelen tener efectos psicológicos contradictorios. 1) Adaptación forzada a un ambiente “nuevo” y limitado, porque cambia el sentido del ambiente al desaparecer el afuera como posibilidad de opción. 2) Ruptura de las rutinas cotidianas que nos dan seguridad y confianza, porque anticipamos los procesos e incertidumbre al no saber con certeza el lapso de la anomalía 3) Vivencia de extrañamiento hacia nosotros mismos, por efecto de aquellas rupturas, en parte traumáticas, como decíamos antes. 4) Surgimiento de ideas fatalistas por causa del miedo a nuestra indefensión ante lo invisible y ubicuo 5) Posibles conflictos por el reordenamiento de las relaciones de convivencia en el núcleo familiar, si nuestro confinamiento es grupal. En algunos casos, luego de muchos días, también puede aparecer ansiedad reactiva por el encierro, claustrofobia funcional y trastorno de la concentración.

Territorialidad vs. nomadismo: de la caverna a la pradera

Cuando hablamos de “cuarentena”, “confinamiento” o “restricción de movilidad” para mantener un distanciamiento social preventivo, estamos hablando de territorios físicos, de lugares permitidos y lugares prohibidos o restringidos. La “territorialidad” es la constante comportamental de los animales superiores, que genera acciones diferentes dentro o fuera de un espacio determinado que protege y enmarca un ámbito conocido de exclusividad. El perro ladrará alerta si otro congénere se acerca o intenta ingresar a “su territorio”, sin importar en principio las intenciones del intruso. Luego determinará si es “amigo o enemigo”. Ser “local” (“locus”: lugar) implica moverse en el propio territorio. La casa-hogar (dónde el homo primate se reunía al lado del fuego) es el territorio primal de la privacidad y la intimidad (allí se protege de los peligros del afuera, se alimenta, se copula, se descansa y se reúne junto a los demás de la tribu). Pero en el origen del hombre está precisamente la necesidad de explorar el afuera, el exoterritorio.

El nomadismo, el “homo movens” es la marca de agua de la Humanidad porque allí está el alimento; (la caza y la pesca) el otro diferente y el enigma del mundo. En el más allá del hogar estaba la exogamia y la esencia del mono erguido capaz de mirar lontananza e imaginar tribus diferentes. Lo sedentario vino después, con la agricultura y la ganadería. Platon, en el “mito de la caverna” muestra en sentido figurado, el hecho de que el hombre que ignora es esclavo de una ilusión , (el narcisimo freudiano) si no sale al exterior al encuentro el “otro real”. Los hombres se encuentran en sus inicios encadenados dentro de una caverna, y como sólo ven las sombras del afuera reflejadas en la pared, suponen que eso es la realidad. Salir de la caverna nos hizo verdaderos humanos. Por eso la esencia nómade -por suerte, ya que es la condición del enriquecimiento multicultural- insiste y siempre está en tensión con la inercia estática del lugareño. Postergando por un momento otras dimensiones de análisis puntual de las tensiones que aparecen en el ámbito contingente de un confinamiento obligado en el hogar, diremos que esta tensión territorial antagónica y dilemática afuera-adentro de la casa versus la calle, reemplaza bruscamente a la ecuación inclusiva “la casa y la calle”, es decir la alternancia, que en la mayoría de los casos de la modernidad urbana, la población económicamente activa pasa más de la mitad del tiempo diario fuera de su casa, en el trabajo, el viaje de ida y vuelta y otras actividades extralaborales. Esa alternancia hace que se asuman diferentes roles que es la esencia de la vida social.

“Quedate en casa…”

Algo muy diferente ocurre en un confinamiento forzado (la “cuarentena”) donde durante las 24 horas se vive en un mismo ámbito de escenario secundario (el primario es el afuera público con-los-otros) y por tanto no hay cambio de roles. Todo se limita al territorio endogámico particular, donde no se requiere el personaje social (el “actor social” deja de actuar y si se está en familia sólo persiste el “rol familiar”), por lo que la identidad integral se confunde. ¿Qué sucede cuando, toda la actividad se desarrolla en la intimidad de la casa?: “En estas áreas privadas, no tenemos que actuar. Podemos ser nuestro verdadero yo”, nos dice el sociólogo Erving Goffman. Matizo la palabra “verdadero”, porque el Yo con la que se actúa en el afuera no es falso, es verdadero también, en tanto el hombre es un ser en y con el otro. Pero precisamente porque no tenemos que actuar, es que “extrañamos actuar”, y el Yo se des-enajena (en el afuera está “enajenado en el personaje social”) al perder la función de personaje, se conmueve porque no sabe cómo ser-sin-ropa, se “despersonaliza”.

Lo que sucede es que al dejar de actuar y perder la noción de la alternancia temporal, es decir de la rutina de roles (“todos los días son iguales”, suelen decir los confinados), nos encontramos con un “Yo introspectivo”, que genera ansiedad y en muchos casos angustia depresiva. Es como mirarse al espejo estando sólo, fijamente sin moverse ni hablar, por un rato largo sin pensar en otra cosa: hay un extrañamiento de sí mismo. Luego el Yo intenta construir una identidad en el encierro, basada en una representación imaginaria en el afuera. Por eso es que se recomienda construir un “como sí”, representativo del escenario público: bañarse, quitarse los pijamas, vestirse, ordenar un espacio de trabajo, etc; una manera de “controlar” la ansiedad de la pérdida del rol actoral. Es decir, lo que “me pasa” al ser producto de una situación que no he buscado, puedo sin embargo revertirla y someterla a mis decisiones dentro de las limitaciones que la situación implica, en el sentido del dicho popular de que “una crisis también puede ser una oportunidad”… si se la sabe manejar.