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Opinión 8 de marzo de 2022

Desamor y vejeces. Otros devenires son posibles

Por Ramiro Enriquez

Al pensar en los entrecruzamientos observables que vinculan a las personas mayores y al desamor se vuelve imprescindible preguntarse si los sentidos cristalizados en lo social respecto a la vejez habilitan un espacio para el amor, y si fuese así, ¿Cómo se configuran las coordenadas amorosas?

Robert Butler crea un concepto troncal para poder abordar y reflexionar respecto a la discriminación por edad, fenómeno emergente en las sociedades modernas, a través del término ageism (edadismo) y postula que implica un estrago para la humanidad equiparable a las manifestaciones de racismo y de machismo.

Por su parte Leopoldo Salvarezza propone una concienzuda y pertinente traducción del término a partir de hablar de viejismo. Este neologismo condensa los mitos, estereotipos y prejuicios presentes en la vida social que tienen como particularidad asociar la vejez al deterioro, a la pérdida, a la enfermedad y a la decadencia.

Estas representaciones sociales responden al paradigma biomédico erigido sobre un sistema de creencias y determinaciones cisheteropatriarcales, que aún al día de hoy, siguen teniendo prioridad por sobre una mirada que contemple los géneros y los derechos humanos. Se reniega de este modo de otros atravesamientos como son la clase, la etnia, el sexo, cuyos efectos son de mayor relevancia y prevalencia.

Una conocida actriz española de más de 60 años contó, durante una entrevista, que fue convocada para formar parte de un proyecto cinematográfico que narraba las vicisitudes de dos mujeres viejas que salían del closet y se entregaban al encuentro amoroso tras añares de sostener las pautas familiares y convenciones apremiantes.

La trama, sin embargo, tuvo que transformarse y hacer lugar a narrar un conflicto de personas jóvenes en donde la historia de ambas mujeres perdía centralidad. La pugna del deseo entre viejas no era lo suficientemente atractiva para la producción del film, ergo el amor entre viejas (y viejos) no vende.

La referencia señalada coagula que por lo general las vejeces no transitan por las vertientes del amor y del deseo sino que no tienen más escapatoria que hacer carne del desamor. Los lazos afectivos que se vislumbran como posibles son los que surgen estrictamente del binomio cuidador-cuidado, como si lo predeterminado fuese ejercer el cuidado de los nietos (cuando los hay) o ser objeto de cuidado de los hijos (también, cuando los hay). Las personas mayores son pensadas lejos del amor propio y siempre cercanas a la abuelidad.

¿Qué devenires posibles entonces para las personas mayores que no se identifican a los modelos de reproducción de la vejez, para aquellos que no sólo son progenitores y menos aún sólo abuelos? Es preciso señalar que estos sentidos presentes en los imaginarios sociales se leen a la luz de los viejismos-clausurantes de manera tal de producir y contraponer cuerpos jóvenes y deseantes a cuerpos viejos objetos de cuidado o atención médica.

La naturalización de estos efectos desubjetivantes para las vejeces requiere poder pensar en el carácter de artificio o constructo del amor y sobre todo tener presente la variable de contingencia que habilita a adentrarse en el campo de lo posible y por ende, lo transformable.

Hay personas mayores que se resisten a encuadrarse en estos roles por lo que es sumamente necesario brindar espacios para problematizar sus decisiones vitales. “Hoy por primera vez me vi vieja. Tengo 75 años, no me había pasado antes, cuando te haces mayor la gente no solo te deja de mirar, también te cuidan como si fueras una chiquita, es muy doloroso. Ni se imaginan que tengo ganas de estar con un hombre”. “Sigo teniendo los mismos gustos que antes pero si hoy estoy con un hombre más joven me dicen que se quiere quedar con mi pensión”. Estos relatos registrados en talleres de memoria constituyen emergentes que visibilizan la relevancia de generar espacios de reflexión donde emerjan circunstancias, temores, fantasías, y que puedan ser cuestionados.

Contribuir a hacer lugar a otros modos de existir de las vejeces, desde una perspectiva de género y derechos humanos, en los que sea posible el amor, los cuerpos deseantes, las pasiones, los proyectos, los conflictos más allá de los avatares del deterioro, es apuntar a una mirada más integral sobre el tránsito vital. Es hacer visible el anudamiento de otras historias que están ahí, que forman parte de lo social, que pulsan por ser narradas. Solo hace falta escucharlas.

(*): Psicólogo-psicoanalista, especialista en temáticas de género y diversidad sexual y Carolina Iglesias, psicóloga, maestranda en Derecho de la Vejez (Universidad Nacional de Córdoba), creadora de @SeneS.PersonasMayores.