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Opinión 5 de agosto de 2017

#Descuentos

por Claudia Roldós

A todos nos gustan los descuentos, independientemente del nivel de ingresos que tengamos. Siempre que está la posibilidad de pagar menos, la aprovechamos. Se notaba cuando los bancos privados tenían sus días de promociones con tarjetas de crédito en shoppings y determinadas marcas, se aprovechó con el “Ahora 12”, se nota cada vez que hay un “hot sale” o “black friday” y está de moda con los “happy hour”. Hasta hizo que muchos nos acostumbráramos a cargar combustible determinados días de la semana para aprovechar un beneficio.

En los últimos dos meses, el tema cobró notoriedad con la nueva promoción del Banco Provincia con nada menos que un 50% de descuento en supermercados.

Las dos ediciones que hubo hasta ahora lo confirman: desde los empleados con las categorías más bajas, hasta aquellos con puestos jerárquicos y muy buenos ingresos, con sus tarjetas de crédito o débito a mano, aprovecharon para hacer sus compras con el beneficio. Muchos inclusive pudieron darse el gusto de poner en el carrito ese producto que, sin el descuento, por ahí solo miraban en la góndola: un queso de mejor calidad, unos chocolates, algún té o infusión especial, un vino. La revolución fue tal que se está pensando duplicar la cantidad de días al mes en el que se otorga el beneficio, para evitar los cuellos de botella que genera un descuento de tal magnitud para las familias y agilizar el proceso de compra y posibilitar la reposición de stocks de los locales adheridos.

Llegó agosto y se acerca una -¿O tal vez dos?- jornada de descuento y, mientras preparo la “lista” para hacer más eficiente la compra de ese día no puedo evitar preguntarme: ¿Qué pasa con las personas que no tienen cuenta bancaria, ni tarjeta de crédito o débito? ¿No merecen, también, tener la posibilidad de acceder a un buen descuento en mercadería?

Son muchos los casos: la señora que se hace el mes limpiando por hora, el señor que vive haciendo arreglitos de los más variados en casas y departamentos, el albañil que agarra trabajitos chicos. La modista que trabaja en su hogar, la costurera que arma prendas para fábricas. La tejedora que se hace unos pesos con su conocimiento del crochet y las dos agujas. Las personas que sobreviven vendiendo vianditas de almuerzo a vecinos y conocidos. La chica que se dedica a armar souvenires por encargo. Las que hacen tortas decoradas. El hombre que trabaja en el campo o en una quinta. El que arregla electrodomésticos en el garaje. El que te salva recomponiéndote la computadora cada vez que “muere”, por mencionar algunos ejemplos.

Sí. Todos deberían “estar en blanco”. Pero no lo están. Y merecen y necesitan la posibilidad de acceder a descuentos, sobre todo los que, como el de los segundos miércoles de cada mes, está orientado a alimentos.