Dime lo que haces y te diré quién eres (identidad laboral y desempleo)
Por Alberto Farías Gramegna, psicólogo Institucional, consultor en RRHH y Psicología del Trabajo, profesor invitado en la Universidad de Murcia, España.
Por Alberto Farías Gramegna (*)
El hombre trabajando resume un encuentro permanente entre sus necesidades socio-bio-psico-culturales (el factor humano) y su performance de desempeño con arreglo a las competencias requeridas en su trabajo (el recurso humano). En el reciente libro “Ser en el hacer” (2024) nos ocupamos de investigar la identidad laboral, en el marco de la triada “persona, personalidad, personaje”.
Pero ¿qué relación podemos establecer entre la desocupación laboral y la identidad personal?.
El hombre sin trabajo (desempleado en este caso) va de suyo, no logra ligar sus necesidades básicas a su productividad laboral. Su identidad se resiente, sus carencias aumentan. Los efectos de la desocupación crónica podrían clasificarse con arreglo a los aspectos: económico, sanitario, educativo, social, cultural y psicológico. Además de la dimensión ética-moral implicada, por supuesto.
Comentaré seguidamente la faz psicológica vinculándola a la temática de la identidad, definida esta como “la constante temporal que me posibilita reconocerme a través de los cambios”.
La identidad
La identidad es lo que siento que soy y se relaciona con mi ser y mi hacer. Mi hacer determina gran parte de mi ser. Cuando queremos saber a qué se dedica alguien en el mundo del trabajo, es frecuente que al preguntarle responda “soy” arquitecto, comerciante, carpintero, empresario, profesor, etc.
Lo que llamamos la “identidad laboral” o “identidad de rol” es un aspecto determinante a la hora de evaluar el equilibrio emocional y la capacidad de adaptación saludable a la organización del trabajo. El tema del desempeño y las competencias tiene mucho que ver con esto.
La identidad general de una persona puede sesgarse en tres dimensiones: la identidad de género (IG) incluye los aspectos relacionados con el género y los emblemas de la sexualidad.; la identidad histórica (IH) se vincula con los aspectos históricos y familiares en el marco de la estructura de parentesco y finalmente la identidad de rol laboral (IRL) que recorre los aspectos relacionados con las expectativas atribuidas y asignadas en el plano de la performance sociolaboral.
Psicología de la desocupación
En el marco de la “psicología del desocupado”, hemos sintetizado algunos trastornos del “Yo” observados ante la pérdida de trabajo, que llamamos “síndrome reactivo al desempleo” (SRD) Sus características individuales -es decir observadas en el sujeto al margen de sus creencias gremiales, sociales o políticas- fueron: aislamiento, individualismo, disminución de la autoestima, sentimiento de culpa, agresividad y espera fatalista. Veamos en detalle cada uno de ellos.
a) Tendencia al aislamiento como defensa frente a la hostilidad y el miedo. Por ejemplo, la dificultad en comprender que debiera hacerse y la paulatina creencia de que será inútil todo esfuerzo en pos de un resultado exitoso en la búsqueda de trabajo, con el riesgo de una gradual retracción de los espacios de participación e intercambio social.
Por eso no es difícil entender que quienes participan orgánicamente de las agrupaciones político-reivindicativos de desocupados -muy ostensibles en los últimos años- terminen encontrando allí paradójicamente, una nueva identidad social, que reemplaza a la que perdieron al quedarse sin ocupación.
b) Aparición en algunos casos de un dilema complejo: la afirmación de un individualismo pasivo como filosofía de vida versus la opción de ser parte de un colectivo comunitario de acción militante (movimiento social, barrial, etc.), que lo iguala como par en el fragor de la lucha por la inclusión laboral.
c) Disminución de la autoestima como consecuencia de una sensación de inadecuación social. Cuando la relación meta-esfuerzo-satisfacción se quiebra, no por voluntad o neurosis personal sino por factores externos al individuo, el resultado puede ser un Yo que experimente una vivencia de impotencia y auto reproche por el fracaso y sentirse entonces inútil y “culpable”.
d) Un curioso mecanismo de “negación” junto al famoso “sentimiento de culpa” hacen una extraña pareja, en otros casos observados: el individuo se autojuzga severamente por no haber logrado hacer lo que cree que se espera de él y la angustia desencadenada puede aparejar el gesto de desentenderse de lo que le está pasando.
e) La aparición eventual de una mayor agresividad, ya que la frustración de una necesidad de cualquier índole suele suscitar ese tipo de respuesta, hasta que se procese y se establezca un nuevo equilibrio interno.
f) Finalmente si el desocupado no logra insertar la frustración en una red sociofamiliar que le devuelva la confianza en sí mismo, podría encaminarse a una actitud de espera fatalista, caracterizada por pensamientos inquietantes como la posibilidad de perder la vivienda o no poder educar a sus hijos o que algo malo le ocurra a la familia, etc.
Sin duda entonces, la gran tarea de hoy en el mundo globalizado -aunque suene a utopía- es liderar el cambio en la marcha hacía un pleno empleo como herramienta de cohesión social y calidad de vida.
(*) Psicólogo Institucional, consultor en RRHH y Psicología del Trabajo, profesor invitado en la Universidad de Murcia, España. [email protected]
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