Opinión

“Eh, argentino, ¿qué es lo que opina de este otro ladrón?”

por Santiago Rodríguez Rey

Me acerqué a la panadería del barrio a ver el proceso de impeachment. Vivir en San Pablo y perderse las reacciones de ese pequeño mal conformado focus group de muestra dudosa era mejor que hacerlo desde casa. Para conocer la perspectiva académica sobraba con mirar twitter y recordar otros casos.

Brasil cuenta con una serie de características que se nos escapan de la cotidianeidad argentina cuando miramos la foto de una presidenta removida de sus funciones. Por un lado, el juicio político a un presidente en funciones nos es ajeno. El sistema político argentino, o el peruano por nombrar otro país de la región con un ejecutivo que gobierna en minoría en las cámaras, es más estable en su composición, menos partidos acceden a bancas y forman parte de la discusión. De más está aclarar lo que sucede en los Estados Unidos, que prácticamente no tiene presencia por fuera de los partidos demócrata y republicano y de algún modo es el borrador de donde se copian estos modelos. Por el otro, Brasil tiene un poder legislativo atomizado en múltiples partidos como ningún otro y eso es una invitación a la inestabilidad bajo el sistema en el que se conduce la política. La legitimidad de origen del ejecutivo en los votos tiene reciprocidad en la legitimidad de los miembros del poder legislativo. En estos días se repite el total de votos que recibió Dilma cuando fue electa, y que este proceso de remoción ha sido una traición al pueblo y por eso un golpe. Lo que sucedió en Brasil no fue un golpe. El PT es una minoría más en la cámaras de diputados y senadores, una imagen que refleja que esos votos que acompañaron la fórmula Rousseff-Temer no necesariamente apoyaron listas del partido de los trabajadores al congreso. El PT, tras gobernar el país 14 años, tras llevar adelante un importantísimo proceso de redistribución de recursos por el cual millones de personas abandonaron la pobreza, no alcanza un tercio en las cámaras. Solo con eso, y sin precisar de alianzas, hubiera imposibilitado que avanzará el proceso de impeachment. Si es justo o injusto es otro punto.

Como señaló el gobierno uruguayo en su mensaje respecto al resultado, es muy probable que sea injusto lo que sucedió. Dilma no perdió la presidencia por acusaciones de corrupción. El proceso “lava-jato”, en el que están involucrados buena parte de los que votaron a favor y en contra de su salida, corre en un carril paralelo. Dilma fue separada del ejecutivo por lo que en Brasil se llama “pedalada fiscal”, operaciones presupuestarias con la intención de presentar mejores resultados fiscales; nosotros lo llamaríamos “contabilidad creativa”. Esto es algo que había sucedido en otras administraciones, aunque en los últimos años se había profundizado. No hay un consenso jurídico sobre si esta “pedalada” es un crimen de responsabilidad fiscal, pero la balanza se inclina por el no.

En este concierto de grises fue que se produjo el divorcio entre el PT y el PMDB, el partido de Temer.

Si bien Brasil tiene experiencia en impeachments, la principal diferencia con el caso de Collor de Mello, que hoy es senador y votó por la destitución, es que este no llegó al juicio, renunció antes que se iniciase. Rousseff participó en forma activa del proceso completo, reconociendo la legitimidad del mismo, independientemente de la figura cuestionable por la que se inició, todo dentro del proceso institucional estipulado.

En 1998, cuando se discutía fuertemente en los Estados Unidos si Bill Clinton debía ser llevado a un impeachment, varios artículos de “El Federalista”, los escritos de algunos de los llamados padres fundadores que plasman sus ideas en la génesis del experimento de la democracia en América, volvieron a resonar. Uno de ellos, el número 69, escrito por Alexander Hamilton, destaca las diferencias entre un Rey y un Presidente y como este último puede ser llevado a juicio, porque justamente una de las razones que un ciudadano gobierne a otros es que este puede ser juzgado por sus pares. Hamilton acepta esto incluso ponderando la posibilidad de abusos.

El cóctel de atomización partidaria y un sistema que en su diseño es rígido en torno a la figura presidencial dio paso en Brasil a un mecanismo típico del parlamentarismo, una válvula de escape ajena al sistema.

En la padaria tomo un espresso puro com leite y le señalo a Anderson que Michel Temer nunca ocupó un puesto ejecutivo, hasta ahora que lo vemos jurar como presidente. Pero él no discrimina y con el peso de 4 años de una economía que no crece, vuelve a decirme, “ladrones son todos, pero qué pensás de éste?”.

(*): Politicólogo

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