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Opinión 20 de febrero de 2022

El acuerdo con el FMI es un parteaguas

Máximo Kirchner.

Por Jorge Raventos
El inminente acuerdo con el FMI, cocinado finalmente cuando ya sonaban las alarmas, está jugando la función de parteaguas en el oficialismo. Se trata -sobre la hora- de evitar el default y avanzar hacia un mejor relacionamiento con el mundo, asuntos prioritarios y decisivos. Pero no todos los socios del Frente de Todos lo perciben así.

La renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque oficialista, los aprestos de combate de un sector del cristinismo y sus aliados y el significativo silencio de la vicepresidenta difícilmente consigan evitar, de todos modos, un acuerdo que aparece como una solución de emergencia cuando la alternativa era el naufragio. Es posible que la señora de Kirchner comprenda esto, pero como remataba un chiste psicoanalítico: “dos más dos son cuatro, pero no puedo soportarlo”. Queda pues expuesta la naturaleza de las divergencias en el oficialismo que, hasta el momento, han impedido al Ejecutivo consolidar allí un consenso.

El cristinismo y su aislamiento

El sucesor de Máximo Kirchner en la conducción de los diputados oficialistas, el santafesino Germán Martínez, ha expuesto su confianza en que el acuerdo será aprobado en el recinto y que será respaldado por la mayoría de su bloque. Es un pronóstico revelador, que anticipa sea una significativa derrota del cristinismo, sea un repliegue costoso para disimularla.

Después de lo que manifestó en su carta de dimisión, el jefe de la Cámpora está obligado a no acompañar la propuesta del Ejecutivo (sea por ausencia o por voto negativo) y su comportamiento compromete a compañeros y aliados de su organización, que si votaran a favor, estarían cuestionando en la práctica su liderazgo.

Desde la Casa Rosada, se producen gestos amigables en relación con la Cámpora (el ministro de Interior, que supo renunciar al presidente sin anunciarlo, ahora se ha convertido en “Wadito”, Alberto Fernández felicita en pública a la camporista jefa del PAMI a la que estuvo a punto de despedir pocas semanas atrás). Son intentos de facilitar una actitud prudente de los diputados que responden a esa organización durante el debate del acuerdo con el Fondo: que no lancen cuestionamientos resonantes, que se abstengan en lugar de votar en contra, etcétera. Que las divergencias no se noten.
Sin embargo, para el cristinismo intransigente las diferencias que alientan son cuestiones de principio, que hacen a su identidad.

El tema del acuerdo, por otra parte, no se agota con el debate y aprobación en el Congreso, se extiende a la instrumentación posterior, ofreciendo así un amplio espacio para la contraofensiva de quienes quieran poner palos en la rueda.

La pelea ineludible

El desarrollo de los acontecimientos desafía la voluntad de buena parte del oficialismo que, pensando en términos estrechamente electorales, quisiera mantener la unidad del Frente de Todos, así sea pegada con poxipol. El caso es que las urgencias de la crisis y la necesidad de poner en marcha el acuerdo con el Fondo (versus la idea de bloquearlo, que difunden los sectores amigos del camporismo) insinúan un momento de definición existencial que no se resuelve izando banderas blancas.

Las divergencias internas se proyectan más allá de la condición de contrapuntos propios de una coalición. Un artículo publicado el último domingo por el vicejefe de Gabinete, Jorge Neme, ilustra muy bien puntos de vista no sólo compartidos en lo esencial por buena parte del gabinete de Alberto Fernández y los embajadores políticos encargados de sedes estratégicas, sino que constituyen lo que podría definirse como “el sentido común peronista”.

Señala Neme, por ejemplo: “La idea de alineamientos geopolíticos o ideológicos es anacrónica para explicar algunos procesos. Mucho más sostener consignas antiimperialistas. Reconocer los cambios y nuevas modalidades de acumulación del capitalismo global desde Estados Unidos a Rusia y desde Europa a China es parte de la actualización conceptual necesaria al proyecto nacional y popular en la mejor tradición del peronismo.”
Y agrega: “La fabricación de antinomias nos ha dañado más de la cuenta”.

El vicejefe de Gabinete defiende la apertura internacional del Gobierno en términos no ideológicos: “La Argentina debe abordar el mundo sin temores. Un país con tanta energía creativa y productiva tiene enormes oportunidades en la globalización. El mercado interno no es suficiente: somos pocos y sufrimos un enorme deterioro de nuestra capacidad económica en los últimos 45 años; necesitamos escala, atravesar un determinado umbral, como decía el uruguayo Methol Ferré. Un mercado mucho más grande que el propio para poder avanzar hacia el desarrollo sustentable (…) Necesitamos flujos de capital chinos y de cualquier otro origen. Insisto con la diversidad: los buscamos en Estados Unidos, en Arabia Saudita, Emiratos Arabes Unidos o Qatar, en Europa, Japón y Australia (…)

La profundización de relaciones bilaterales (con China y Rusia) no opaca la enorme relevancia del vínculo y los intereses estratégicos que mantiene nuestro país con los Estados Unidos, país que es el principal inversor extranjero en la Argentina y el mayor mercado para una industria prioritaria: la de bienes y servicios basados en el conocimiento y productos de alto valor agregado. Es el tercer destino de nuestras exportaciones después de Brasil y China y la primera economía del mundo. Los bienes de nuestras economías regionales tienen amplio margen para incrementar sus exportaciones en este gran mercado.

Estados Unidos no sólo es un mercado, también es fuente de inversiones y tecnología, transferencia de conocimientos y fuertes vínculos culturales que se fortalecen a medida que crece y gana influencia la población de origen latinoamericano”.

La línea conceptual expuesta por el vicejefe de Gabinete es notoriamente diversa -y alejada- de la que difunden las usinas que rodean a la Cámpora y es claramente funcional al programa de acuerdo con el Fondo que ese sector y sus aliados confrontan.

El acuerdo y el sentido común

La necesidad del acuerdo forma parte del sentido común. No sólo lo respalda -según encuestas- la mayoría de la opinión pública, sino que está sostenido por una amplia red que incluye a los gremios más importantes, los sectores empresariales y, de hecho, a las potencias que le están dando la luz verde en el board del FMI.

Al elegir enfrentarlo, los halcones oficialistas se aíslan y se someten a un revés de proporciones. Ineludiblemente, harán todo lo posible para que el acuerdo y las medidas que demande no prosperen. Su opción los conduce a resignarse a la derrota o a una guerra creciente.

El peronismo tiene claro que sin acuerdo, por delante hay una vía muerta y una derrota segura. De hecho, hasta kirchneristas de paladar negro que no desprecian el sentido de la realidad lo respaldan y consideran que el acuerdo es seguramente la plataforma de lanzamiento de una recuperación política. La única a mano.

CFK, un tigre de papel

Aunque en el Senado el escenario es un poco distinto al de la de Diputados (y la señora de Kirchner puede guarecerse tras la imaginaria neutralidad y el silencio que la Cámara Alta reclama a los vicepresidentes en sus discusiones), también allí su sector sufrirá un golpe. Es seguro que una parte del bloque oficialista votará a favor del acuerdo (la mayoría de los gobernadores influirá para que sus senadores lo aprueben). Y la Cámara lo aprobará, con alguna probable colaboración de senadores opositores. Una nueva derrota de Cristina Kirchner, para desmentir a los analistas que le atribuyen omnipotencia.

La vicepresidenta mantiene su liderazgo sobre el sector más intenso del oficialismo, pero eso no le alcanza para enfrentar a la realidad. Cuando lo ha intentado, CFK se convierte en un tigre de papel.
Sin dudas, la confrontación entre los puntos de vista opuestos (y el sometimiento del minoritario sector intransigente) se vuelven ineludibles si se quiere avanzar en el sendero que el acuerdo abriría. La resistencia es un obstáculo a apartar con claridad para dotar de las necesarias certezas al proceso. En ese sentido, la comprensible ilusión de una unidad a toda costa contradice la realización misma del proceso. Y, en última instancia, conspira contra la esperanza de una recuperación de la competitividad por parte del peronismo. Es indispensable para el oficialismo asumir que los senderos se bifurcan.

Todo se desplegaría con fuerza y velocidad si la autoridad presidencial no estuviera deteriorada como está. Una misión de esta naturaleza requiere convicción, objetivos claros y un liderazgo político vigoroso.