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Arte y Espectáculos 30 de octubre de 2020

El cambio que vivió la artista Lucila Manso: “Ser trans tiene que ver con aceptar cómo me siento”

Es marionetista y titiritera de Anima. Integra el colectivo Hazmerreír. Nació como Lucas, pero decidió transformarse en Lucila, motivada por un sentimiento que ya no pudo ocultar y por una necesidad de definir su identidad. Cómo se lo contó a las personas cercanas, el rol de la escritura y de una carta.

Por Paola Galano

 

“Siendo el único hijo de varón, hermano de tres mujeres, mellizo de una de ellas, de muy niño, siete años aproximadamente, me di cuenta de que sentía algo en mi interior, y no supe su significado hasta una cierta edad de mi vida en que comencé a percibir un gusto por la feminidad y una atracción por los hombres”.

Así empieza la carta de Lucila Manso, que escribió para sus amigos y amigas y que tituló “Con mucho amor, toda mi verdad”. Es un texto largo, de cinco carillas, que lleva como subtítulo una declaración de principios: “Lo que soy, lo que no soy, lo que creen que soy, lo que quise ser, lo que quiero ser”.

La historia de Lucila viene a poner en evidencia muchas cosas: la importancia de la contención, la valentía, el carácter fundante de la identidad… Pero tal vez la primera cosa que demuestra es aquello de que la escritura es catártica. Porque la determinación de dejar de ser Lucas y emprender su transformación femenina comenzó con esa carta.

“Lo que me llevó a tomar la decisión definitiva fue que empecé a escribir en la computadora toda mi vida, desde que tengo siete años hasta ahora, y en esa escritura, al final de cuentas, me dije ‘Sí, es ahora, tiene que ser ahora el momento de cumplir con este deseo’”, cuenta en una larga entrevista con LA CAPITAL.

“Esta decisión no tiene vuelta atrás, ya llegué a la mitad de mi vida, quiero vivir como realmente sienta, es ahora o nunca”, recuerda sus palabras. Y repite: “Ser trans tiene que ver con aceptar cómo me siento internamente”.


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“Esta decisión no tiene vuelta atrás”, afirma Lucila.


 

-Lucila, ¿por qué decidís contar tu historia de manera pública?

-Es importantísimo que la gente lo sepa, es una forma de colaborar con la apertura mental del ser humano. Esto no es una enfermedad. Lo cuento por aquellas personas que les cuesta expresarlo y salir del closet. Cuántas Lucilas debe haber que no lo pueden expresar. Y para mi ésta es también una forma de militancia. Se tiene que saber, no solo por mi sino por todas las Lucilas que hay por ahí guardadas y que sufren. Se sufre por no ser quien querés ser. Hubo momentos en que la pasaba muy mal, aunque siempre fui una persona que no me dejaba vencer tan fácilmente por el bajón. Pero hay personas a las que se les hace más difícil, que se han suicidado porque no lo podían hablar.

“Me terminaban dejando”

Hace cuarenta y dos años nació como Lucas Manso. Y fue Lucas, el titiritero, el artista de Marionetas Anima junto a Sol Lavítola, hasta el 11 de agosto último. Ese día nació de nuevo. Reunió a sus amigas del colectivo artístico Hazmerreír y les leyó la carta, no ya como Lucas, sino como Lucila. Dos días después hizo lo mismo con sus amigos varones del grupo y más tarde vino el encuentro con sus padres, a quienes les dio idéntico mensaje, pero con muchos más nervios. Recibió una gran compresión de todos lados. Por eso se la escucha feliz.

“Así como yo tengo el coraje de aceptarme y hacer este cambio, mi papá y mi mamá también tienen la fuerza y el coraje para aceptarlo y no tuvieron miedo en el proceso que a ellos les toca”, destaca.

A punto de tener su DNI nuevo, recuerda: “Siempre sentí el deseo de ser mujer, este deseo me acompaña de toda la vida. Es un gusto por la feminidad, no es solo un gusto por los hombres, es un gusto por lo femenino, que son cosas diferentes. A mi me gusta la ropa (de mujer), la silueta, siempre me enamoré de las mujeres por eso, cuanto más femeninas más me gustaban”.

Y rememora su etapa como Lucas: “Tuve muchas novias”, e incluso cuenta que llegó a casarse con una chica que era titiritera como él, un matrimonio que duró cinco años y que pasó en Buenos Aires.

“Ahora me doy cuenta de que en realidad quería ser como ellas. Me enamoraba de las mujeres que había en ellas, pero para darme cuenta de eso tardé bastante”, repasa, en un diálogo íntimo y sensible, del otro lado del teléfono.

Sin embargo, las relaciones con las mujeres no tenían continuidad. “Las chicas se daban cuenta de que no era lo suficientemente hombre y me terminaban dejando”, sigue.

Como Lucas vivió con el peso de varias obligaciones: el deber ser masculino, el deber de formar una familia para que continuara el apellido Manso.

“Como nací con un sexo biológico masculino tenía la obligación de tener una novia, de cumplir con el mandato familiar y social, pero siempre me sentí como un bicho raro al no poder compartir la energía masculina con mi pares. Yo trataba de acercarme a mis amigos para parecerme a ellos, trataba de hacer un esfuerzo por desarrollar un poco la masculinidad, pero a veces no me salía”.

Pensó que lo suyo era la bisexualidad. “Incluso no sabiendo bien qué era (ser bisexual), hoy hay mucha información pero en esa época no había, y me puse ese rótulo”, sigue. No obstante, sentía que ése tampoco era el camino, porque no estaba feliz.

“Me deprimía porque no podía ser quien yo quería, no podía tener una novia que me durara, no podía tener un novio porque me daba pudor en ese momento, me daba vergüenza mostrarme con un hombre. La sociedad en ese momento no lo aceptaba”. Eran los años ’90.

En paralelo no logró terminar el secundario. La escuela era una sitio hostil. Descubrió el teatro cerca de los 20 y el arte de hacer títeres. Y la apertura de la comunidad artística local relajó aquellas tensiones escolares, aunque la búsqueda de su identidad seguía pujando.

Pasados ya los 30 se animó a dar un nuevo paso: experimentar con la ropa de mujer, pero entre las paredes de su casa. Le gustaba verse en el espejo con presencia de mujer: vestida, maquillada, en la expresión plena de una feminidad acaso más tradicional. Ese era su secreto, su juego.

Hasta que la historia de un familiar muy cercano, que vivió el proceso de convertirse en varón trans, le abrió las puertas de un mundo distinto. “Empecé a vivir todo su proceso con él, y me animé a contarle lo que me pasaba. De a poquito le fui contando y en un momento dado, esa experiencia más esta carta me convencieron de que se podía. Si él lo hizo, ¿por qué yo no lo voy a poder hacer?”.

Esa cercanía la ayudó a familiarizarse con conceptos como transgénero, transexual, diversidad. “Yo no sabía de eso, no tenía mucha idea, todo eso para mi es muy nuevo y empecé a entender que hay de todo, que hay muchas combinaciones” entre géneros y una gran diversidad.

De todo lo aprendido, remarca que hay algunos conceptos que le parecen centrales: “Una cosa es el género biológico, otra la identidad de género y otra es la expresión de género. Mi identidad de género siempre la supe, es ser mujer. Y además me identifico más con la energía femenina que con la masculina. Pero también está mi expresión de género, cómo quiero que me vean, cómo quiero que me traten. Tiene que ver con la feminidad en el sentido estético, me gusta ser mujer, maquillarme. Eso que antes hacía en la intimidad ahora quiero mostrarlo. Y para dar ese paso yo tenía que contarlo. Al escribir todo esto empecé a juntar fuerza y coraje para poder transmitirlo”.

-¿Cómo sentís esto de ser una mujer trans?

-En principio, siempre quise ser mujer, tenía ese deseo de despertarme un día y ser mujer completamente, desde la punta del pelo a los pies. Ser transgénero es aceptar que yo soy biológicamente un hombre, pero que nunca me sentí identificado con mi sexo biológico, nunca me sentí representado con la masculinidad. Ser trans tiene que ver con aceptar cómo me siento internamente.

-¿Cómo viviste la primera vez que saliste a la calle como Lucila?

-Al otro día de hablar con mi mamá y mi papá no me podía poner una ropa de Lucas, nada y ahí se venía el proceso de salir a la calle como yo quería. Le pedí a Sol (Lavítola, su amiga) que me lleve ropa. Me vestí en la casa de Sol y salimos a caminar por el barrio con barbijo. El barbijo es algo que me ayudó porque ocultar un poco el rostro me facilitó muchísimo. A los días salí a caminar sola con la ropa que elegí ponerme. Me compré maquillaje y zapatos y a partir de ahí no me vestí nunca más como Lucas. Primero más neutral, de a poco más femenina.



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