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Opinión 14 de diciembre de 2020

El Covid en el doblez de la vida

Por Susana La Rocca

Soy mujer septuagenaria y jubilada universitaria. En los debe de la vida y en el haber cuento con una hermosa familia, un compañero amoroso, amigos muy queridos y algún reconocimiento profesional. Podría decir que estoy hecha y afirmar con Amado Nervo, vida nada me debes, vida estamos en paz.

Pero vivo, como otras personas consideradas de riesgo en tiempos de Covid, el acelere del final. Todos los días aparecen noticias de las bajas de allegados o conocidos que nos hacen afirmar, resignados, que las balas pican cerca.

No desearía que esta nota sea un cúmulo de quejas que además serían injustas, ni una catarsis puesto que he hecho demasiadas en mi vida. Solo pretendo repensar esta situación inédita que me sitúa en la encrucijada de alejarme de casi todos los que quiero para poder sobrevivir y disfrutarlos después, aunque es posible, que como dice el tango, después no habrá después.

Esta aceptación tan prolongada de quedarme en casa, a la que he adherido de manera fundamentalista, empieza a generar efectos que van más allá de lo afectivo y de lo psicológico. Hay contradicciones temporales que implican guardar un tiempo que no tengo, cuidar la salud, que puede estar comprometida por mil factores que no son Covid y estar obligada a pensar en mí exageradamente por amor a los otros. No se puede ayudar sino estando encerrada de espacio y de afectos.

Muchos jóvenes dicen, aunque no lo hagan explícitamente que ya fuimos, que ya vivimos y que ellos no pueden hipotecar su vida, porque el Covid salvo excepciones respeta la juventud. Por eso no se cuidan. Y en este punto… ¿por qué deberíamos cuidarnos si a ellos no les importa de nosotros? Supongo que será para no colapsar el sistema de salud, que además y a pesar de todas las declaraciones bioéticas sería primero para los jóvenes y si algo queda, entraríamos nosotros.

Somos seres relacionales y por eso calificados como viejos en correspondencia con quienes no lo son. La lotería del virus los hace responsables del contagio, pero ellos se sienten victimas porque se les limita cierto ejercicio de la juventud por un tiempo restringido. Tal vez encarnan la venganza por las guerras en las que fueron carne de cañón
y enviados a la muerte. ¿Qué mundo hemos construido? Jovencidio y viejicidio son las altísimas consecuencias de matar las flores y las raíces, tarde o temprano la savia no alimenta más.

¿Cómo podemos ayudar a comprender ese evitable futuro? Ya no es por nosotros , que es cierto que de alguna manera fuimos o seremos nada, sino por ellos que pudiendo ser ahora y más tarde, se comportan como si el tiempo les perteneciese. El tiempo es dueño no súbdito y además tiene memoria. En realidad nosotros tenemos memoria de él.

La generación joven de la pandemia, en líneas generales y con maravillosas excepciones, será recordada como aquella que pudiendo cuidar no lo hizo y sembró la semilla del destrato de la que luego serán víctimas. Nosotros no estaremos para verlo pero ellos lo recordarán amargamente y será tarde. Pero… ¿sólo es culpa de los jóvenes de hoy o los jóvenes de ayer tenemos algo que reprocharnos? Seguro que sí.

Los jóvenes de los años 60, 70 no pudimos conseguir aquellos valores de justicia social e igualdad de derechos que tantos buscamos. Éramos inexpertos y luchamos contra un sistema organizado poderoso y cruel que nos derrotó con todas sus armas. ¿Y que hicimos nosotros además de lamernos las heridas y llorar a los muertos? Nos morimos de miedo y nuevamente fuimos derrotados. No pudimos educar eficazmente en la solidaridad y el compromiso y ahora estamos pagándolo.

Qué decirles a estos jóvenes que pueda evitarles sus propios fracasos, porque si el miedo es paralizante y corrosivo, la indiferencia es inhumana e involutiva. Qué gritarles para que puedan entender que la felicidad es comunitaria y no sectaria. Que argumentar a quienes priorizan la cerveza y el sol, al cuidado de sus padres y abuelos, que esa acción tiene resto y deberán convivir malamente con él.

Para ser justos no sólo muchos jóvenes reniegan de esta realidad, también los que ya tuvieron Covid, que se sienten sobrevivientes y nos invitan a reuniones y cafés, los antivacunas y los odiadores que identifican el virus con estrategias kitchneristas. A estos últimos nada que decir.

Pero a los jóvenes, que no han aprendido la solidaridad, tratemos de abrazarlos tan fuerte que el dolor se convierta en esperanza. Nosotros ya fuimos pero ustedes serán, si despiertan.

Desde el doblez de la vida, al que seguramente llegarán, va el deseo que lo logren con humanidad.